viernes, 16 de septiembre de 2011

147º paso en el búnker



Cuando se apagaron las luces que dejan al público desnudo de protagonismo, el ojo apuntó al escenario. El lamió la boquilla de su saxo, dejando claro desde el primer instante que estaba dispuesto a ponerle los cuernos con aquel instrumento que le aupaba a infaustos placeres de la mano de un sonido que era su propio estómago regurgitando. Nada ni nadie vibraba mejor que aquel saxofón con el movimiento desenfrenado de sus dedos. Su mujer, desde la primera fila, supo que ella era la otra. Se trataba de una lucha desigual. Cómo batallar contra la hipnosis que produce la creación, contra la magia de un momento armónico donde el músico da con la tecla de sí mismo, con el silencio imbatible.

1 comentario:

A.Dulac dijo...

Buena descripción para el placer de un músico a solas con su placer y deleite.
Un abrazo después de tiempo sin leerte.A.dulac