miércoles, 4 de enero de 2012

156º paso en el búnker.



No somos lo que leemos, ni nos respetarán por nuestras lecturas. En un escritor siempre se esconde un asesino que necesita entretener los dedos para no derramar sangre. El verso le mira desde su sofá predilecto. Su verso no es suyo. A su verso se le cae el pelo. Le canta y le aúlla porque se divierte con los desvaríos. Su verso no sabe llorar, gracias a eso no se inunda la casa cuando el cuerpo cae roto, desnudo de palabras, alérgico al ritmo, las manos salpicadas de pintura azul, azul, azul sucio y bello, como el vestido de esa mujer que nos habló de amor antes de toser y toser, y escupir fealdad de un cuerpo hermoso. Deja a su verso escapar después de visitarle en el cementerio de un diccionario escandinavo. No lo llamen, no se volverá, no hará caso, no tiene nombre. Es un verso porque yo lo digo, pero quién lo iba a reconocer con esas pintas de empleado de goldmand sachs.

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