Los asesinos suelen dejar un remite en sus víctimas. Los
investigadores se conocen los códigos postales. Por eso el crimen perfecto ha
de estar impelido por el mero azar. El psicópata pasa la luna de miel cerca del
cementerio acogiendo el abrazo de las viudas como si estuviera verificando la
impecable depilación de sus sobacos. Solo los ilusos piensan que el criminal acabará por saciarse de sangre.
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