Quizá
no seamos tan hipócritas como nuestros actos y omisiones puedan hacer
sospechar. Quizá sea que nos engañamos a nosotros mismos por caridad, con un
gesto de amparo hacia el prototipo algo defectuoso que se merece un vigésimo
pretexto para ir mejorando sus prestaciones a fuerza de doblarle el espinazo al
egoísmo. La cobardía aumenta según uno se va replegando entre estas paredes del
búnker que parecen escupir reproches. Intentamos justificar nuestros actos, qué
otra opción nos queda para salir indemnes cada día. Si quiero convertir en
melodrama lo cotidiano, lo hago y punto. Quién me va a impedir poner un poco de
exagerada actuación en esta obra mediocre. Antes histriónico que sencillo.
Cuando ganamos una partida invitamos a la siguiente ronda, y desplegamos el
mejor arsenal de nuestro ingenio con el labio algo levantado. Cuando perdemos
una mano, nos masajeamos el alma con sentencias filosóficas y metafísicas. Y es
una suerte que aún puedas beber hasta caer inconsciente, hasta que el vómito te
despierta de un sueño que tramaba asesinarte con arma blanca. Es una suerte
porque llega un día que hasta ese analgésico natural que es la bebida, te
sienta como una patada en los fatigados huevos.
2 comentarios:
Corazas, ¿no?
Corazas.
Publicar un comentario