La Mitad de los Cristales
Gracias
a la crisis
Nos
han adiestrado a ser galgos detrás de liebres inalcanzables. Ernesto toma cafés
y fuma sin disfrutar, con los ojos pegados a la cristalera. Pesa sobre él una
orden de alejamiento por acoso, pero sigue acechándola. Ella suele pasar a esa
hora por allí, camino del naturista. Ella soporta sus cabronadas como si tuviera
un gen mal adaptado. Cuando se enamoró aún no habían aflorado sus miserias.
Luego fue tarde, y ahora necesita de leyes para quitárselo de encima. Pero no
son suficientes para quien dar vueltas corriendo detrás de su presa es un
deporte. Ella pasa como acelerada, con
zapato bajo y bolso mochila. Al verla, duda y suspira por los buenos tiempos,
pero enseguida reacciona saliendo del bar a toda hostia. La sigue unos pasos, se
abalanza sobre su espalda empuñando una navaja que acaba de extraer del
bolsillo de la chaqueta. Ella en el último momento lo huele. El olor del odio
que desprende el amor enfermizo. Se echa a un lado, contra los coches aparcados
junto a la acera y esquiva la primera tarascada, y última, puesto que el agresor
es agarrado fuertemente por el dueño del bar que había salido tras él por irse
sin pagar. Están los tiempos muy achuchados para permitir gorrones.
2 comentarios:
Qué sutil es la línea que separa el dramatismo del humor!
Esa era la idea.
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