miércoles, 5 de junio de 2013

227º paso en el búnker.


Hoy se agrietan las manos que te cerrarán los ojos. No salpiques al morir. La posteridad no es para tanto. Decidiste no cuidar tu cuerpo porque te parecía una posesión poco valiosa. Ahora lo echarás de menos. Te permitía ser un peso pesado y jugar con tu personaje. Mirabas su cara repleta de intencionados pliegues, sus andares imprecisos, sus aprensiones difusas, sus adjetivos demoledores. Pero el que mira no es lo que ve. Y no conseguiste identificarte con él o asimilarlo como propio. Su luz resultaba mortecina para tu gusto, y consideraste que no merecía la pena dejarlo escrito. Sin narración de los hechos, no hay hechos, solo fugaces entrecomillados. Solo niebla, que son nubes rasantes zancadilleando a los transeúntes. Solo silencio embalsamado, incapaz de como dicen pomposamente ahora, articular un relato. Pero tu cuerpo no era ciego y tuviste que obligarlo a la oscuridad diciéndole que polvo es y en polvo se convertiría, para en las estanterías de una casa desahuciada reaparecer. Tu cuerpo se codeaba con criaturas que decían vivir una crisis de deuda. ¡Señor, perdónanos nuestras deudas así como nosotros intentaremos cobrar a nuestros deudores!


Las hormigas no saben que soy su dios y que de un pisotón puedo acabar con sus afanes. ¿Sabes hacer el amor? ¿Y deshacerlo? Para ti una buena muerte es no echar de menos lo que dejaste atrás, anhelar lo que te espera y reconoces, compadecer a los que lloran sin saber el motivo, hacer un corte de mangas al dolor de las células, desenmascarar los sueños, alumbrar el entendimiento y no necesitar contarlo. Dejar de escribir. 

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