lunes, 1 de julio de 2013

230º paso en el búnker.


Una colisión en cadena en la carretera comarcal. El campo de tulipanes se encharca en sangre. La lluvia no pudo diluir el rojo. Las piernas amputadas desean ser útiles como bates de béisbol, ver carreras de cerca mientras las dejan caer sobre la tierra en busca de la siguiente base. Al final de un accidente te espera una silla de ruedas para sacarte a pasear desde la altura de un niño, pero se te empina como a un caballo y nadie quiere montarte. Después del trabajo delante de una pantalla de ordenador, donde estar sentado es una ventaja, el parapléjico acude al centro de rehabilitación a realizar sus ejercicios fisioterapéuticos. Le han hablado de los juegos paralímpicos, pero ya tiene su agenda saturada de chorradas. Está harto de escuchar cómo los mancos anhelan jugar al tenis, o los cojos ser delanteros del Madrid. Está cansado de gente que no acepta su condición de paralítico e iza la bandera de la superación. ¿Superarse es rascarse el pie que no tienes? En su opinión ya es hora de que algunos dejen de comprar zapatillas de marca con las que lograr mayor suspensión en los saltos de pértiga. Ya es hora de no hacer más el memo y empezar a hacer bien lo que bien puedes hacer. Bastante difícil le resulta engrasar su propia silla de ruedas para dedicarse a experimentos de astronauta. Ha oído hablar de un asunto turbador al que los especialistas ponen este título: trastorno de identidad de la integridad corporal. Ha consultado sobre el asunto en Internet, son gente que quieren amputarse miembros para quedar postrados en una silla de ruedas, alcanzando con ello la realización personal. Wannabe de la ortopedia. En ese momento llaman al timbre de la puerta, y él, movido por pretéritos impulsos, se desploma en el intento de levantarse a abrir. Llora en el suelo tragándose el dolor  de verse así en los malditos espejos.