lunes, 26 de agosto de 2013

231º paso en el búnker.


Puerta de la Iglesia de La Asunción, en Cañas, La Rioja. Frente a la Abadía Cisterciense. Por aquí estoy perdido buscando el Santo Grial.


Es difícil que me marche, pero cuando lo hago, es difícil que vuelva.

                   Mientras tanto...

Transformar los sonidos en sabores para comerme esa maldita sinfonía que retumba en el muro que me une a un vecino más sordo que melómano,  provoca en mí una mala digestión y evacuación diarreica. Uno puede llegar a odiar hasta la belleza si se la imponen. Pero la calle no es salida, son tiempos de fiestas patronales y quien no golpea un tambor no siente el terruño en la sístole del corazón. Luego del jolgorio popular volverán los del martillo pilón, las grúas y las zanjas para mejorar nuestra calidad de vida con una red de hilos tramando algo bajo nuestros pies. No doy con la sintonía del móvil que se amolde a mi sensibilidad actual respecto a los sonidos. Todas están pensadas para desestabilizar provocando trastorno bipolar. El claxon de los coches se prueban a sí mismos que son símbolos viriles. No hay medida de tiempo más corta que aquella que va de un semáforo puesto en verde a un tonto al volante pitándote en el culo. Entras al cine y parece que un virus salvaje es inoculado a través del aire acondicionado provocando toses espasmódicas en los espectadores. Sales del cine y la gente necesita tiempo para adecuar la inflexión de su voz, que viene del reciente silencio de penumbra. La estridencia es un arma de destrucción invasiva. Probablemente por ello no muchos hayan podido ver hasta el final la película del gran silencio. Los monjes en su vida cotidiana deslizan sonidos que sólo ellos saben interpretar. Te sugestionan con sus movimientos rituales, con sus señales de hábito, y te invitan a una última cena sin brindis. Si no fuera porque del monasterio también se puede salir, haría los votos con los oídos tapados. La pobreza, teniendo para comer, vestir y dónde dormir, es al menos clase media. La castidad voluntaria siempre será mejor que la obligada. La obediencia hacia quien debe obediencia tampoco puede ser peor que tragar con los despotismos de un jefe de sección de estupidez contrastada. Y a cambio te ofrecen silencio, que aunque ellos lo llamen oración, no deja de ser un artículo difícil de conseguir incluso en la cumbre del Everest.