Una
colisión en cadena en la carretera comarcal. El campo de tulipanes se encharca
en sangre. La lluvia no pudo diluir el rojo. Las piernas amputadas desean ser
útiles como bates de béisbol, ver carreras de cerca mientras las dejan caer sobre
la tierra en busca de la siguiente base. Al final de un accidente te espera una
silla de ruedas para sacarte a pasear desde la altura de un niño, pero se te
empina como a un caballo y nadie quiere montarte. Después del trabajo delante
de una pantalla de ordenador, donde estar sentado es una ventaja, el
parapléjico acude al centro de rehabilitación a realizar sus ejercicios
fisioterapéuticos. Le han hablado de los juegos paralímpicos, pero ya tiene su
agenda saturada de chorradas. Está harto de escuchar cómo los mancos anhelan
jugar al tenis, o los cojos ser delanteros del Madrid. Está cansado de gente
que no acepta su condición de paralítico e iza la bandera de la superación.
¿Superarse es rascarse el pie que no tienes? En su opinión ya es hora de que algunos
dejen de comprar zapatillas de marca con las que lograr mayor suspensión en los
saltos de pértiga. Ya es hora de no hacer más el memo y empezar a hacer bien lo
que bien puedes hacer. Bastante difícil le resulta engrasar su propia silla de
ruedas para dedicarse a experimentos de astronauta. Ha oído hablar de un asunto
turbador al que los especialistas ponen este título: trastorno de identidad
de la integridad corporal. Ha consultado sobre el asunto en Internet, son
gente que quieren amputarse miembros para quedar postrados en una silla de
ruedas, alcanzando con ello la realización personal. Wannabe de la ortopedia.
En ese momento llaman al timbre de la puerta, y él, movido por pretéritos impulsos, se desploma en el intento de levantarse a abrir. Llora en el suelo tragándose
el dolor de verse así en los malditos espejos.