jueves, 19 de mayo de 2016

Esas pequeñas cosas.



 Fue a la guerra que se libraba en la cama de un metro y noventa centímetros. En la explanada de sábanas arrugadas tropezó con dos minas antipersonas, con esos malditos pies que no se corresponden con la pulcritud del resto de su cuerpo. Consideraba a dichos intrusos motivo inmediato de divorcio. Lo dejó allí tumbado, acariciándose los mandriles inquietos y pestilentes, mientras ella se levantó a escribir un poema de soldados hartos de la población civil, tan grosera, tan víctima propicia y colateral, tan abnegada en su fatal destino. Escribió sobre la guerra porque ya había perdido suficientes batallas para saber de qué hablaba. Su vida había transcurrido de oca en oca y tira porque le toca con todas las opciones de caer en la cárcel de la decepción.

El se dedica a la asesoría fiscal de ocho de la mañana a tres de la tarde. Ella trabaja de ocho a ocho en un centro comercial. Los hijos son de ella, la casa de ella, la fuerza de voluntad de ella, el amor de ella, "en qué piensas" de ella, depilarse de ella, estar estupenda de ella, las cuentas las cuadra ella, y él tiene esos pies, esos insoportables caireles y un sueño a prueba de terremotos.