martes, 31 de enero de 2017

El verso como animal de compañía.



       Me regalaron un verso como animal de compañía, se orina por las baldosas y anhela atrapar al genio que sospecha se esconde en una botella de lejía. No rima, hace tiempo que mi verso no rima, y se esconde cuando llego a casa con los pulmones cargados de pena. Mi mascota no tiene nombre. Nunca me he visto en la necesidad de llamarlo. Se rasca arrimándose al rodapié. Cuando le enseño una hoja escrita pasa la lengua y deforma en geometrías extrañas la tinta. Su verso es cubista del párrafo justificado. No entiende de grandes obras que lo único que hacen es quitarle tiempo a la gente para que viva.


lunes, 30 de enero de 2017

El forastero





            Suena la misma música tañida de la misma forma: repetida, reiterada, rayada. Es como si los actos no quedaran fijados en nuestro diario y debiéramos frecuentarlos hasta darles vida con un mecanismo de piñón fijo. Así transcurren los festivos de esta cuadrilla de divorciados en un barrio que se alquila o se vende con desesperación. Por ello, cuando un matiz distorsiona el monótono encuadre, llama mucho la atención del que busca aventuras donde no las hay. Me fijé en él porque a su lado caminaba con el ritmo desnudo de las cuatro patas, un enorme perro con cabeza de faraón de arrabal. Los ojos del dueño parecían no estar acostumbrados a los espacios abiertos y sus andares hablaban de pasillos carcelarios y celdas milimétricamente medidas con pasos impotentes durante noches de rencor mal contenido. En la barra, un asiduo mequetrefe, ya pasado de copas, abordó al desconocido con la idea de iniciar una discusión absurda sobre un tema disparatado y apagar así el runrún de su opresiva semana en una cadena de montaje. Cuando apareces solo por primera vez en un sitio así, sin saberlo casi estás invitando a que el majadero de turno te importune. El ex presidiario -la primera impresión es la que queda aunque sea falsa- supo mantener la calma para no entrar al trapo de aquel imbécil. Cruzamos un par de miradas y supo que yo sabía. Me sonrió como si le doliera y luego se fijó un instante en sus propias zapatillas de deporte, como si ellas fueran a chivarse, a contar más de lo que debían. El tipo, nuevo en el barrio, nuevo en cualquier barrio, pudo haber aplastado de un manotazo a su molesto interlocutor y al resto de la parroquia que allí perdíamos el tiempo con unas cervezas, si nos hubiésemos puesto farrucos. Por un momento, pensé que nos sacaría el corazón, lo mordería y nos lo volvería a meter en el pecho como si fuera el logotipo de Apple. Pero quiso darse, darnos, una oportunidad más antes de tirar por la calle de en medio. Salió del local después de bosquejar una seca despedida en el aire y dejar unas monedas en la barra. Al llegar a la puerta se volvió hacia mí un instante y simuló un disparo con su dedo índice. El corpulento animal le siguió con una fidelidad que hacía que sintieras respeto por ese hombre que no volvió a aparecer por allí.  


domingo, 29 de enero de 2017

Dos lenguajes, dos lenguas.



            Mitad perro salvaje, mitad mujer asilvestrada. La cabeza se vuelve para morder los genitales que amenazan con engendrar criaturas inteligentes que expliquen la simbiosis. Animales de compañía que devoran las partes blandas, la casquería del amor. Las piernas se abren para recibir caricias que buscan flujos de sangre. Toby y Susana envueltos en un cuerpo que se prolonga hasta lo antinatural. La zoofilia en una habitación llena de abandonos. Un lenguaje de roncos gruñidos. Ella, a cuatro patas intenta rebajarse a la altura del instinto no educado, en busca de la carne que cubra sus anhelos insatisfechos por las robóticas relaciones humanas en redes de pesca social. Toby, alejado de su hábitat de campo abierto, se conforma con el desfogue entre cojines y cortinas. Susana se desprecia por la postura sumisa, pero sabe que el chucho no hablará. Lo anima a buscar el encaje, a seguir la ruta del líquido que habla del deseo desesperado. No hay fruto posible en la cópula de dos seres alejados en la trama evolutiva, aunque unidos por la soledad de un apartamento sin vistas al exterior. Susana necesita algo en sus entrañas, un ser vivo que la desee. Toby no juzga, sólo empuja siguiendo el impulso de la rojez. Ella queda derrengada sobre la alfombra, mientras Toby ya va en busca de su comida para perros en la cocina. Después de una ducha vergonzosa, Susana sacará a su animal de compañía a pasear por el barrio, sonreirá a los dueños de otros perros mientras sus bragas tapan el escenario de un crimen.