La belleza no es necesaria, ni
siquiera en el arte. De ahí su valor sin precio. Nunca porta adornos que la
desluzcan. Lo que se ve es lo que hay. Nuestros ojos, que aspiran a la
inteligencia, precisan de estaciones que cambien el paisaje aunque no cambiemos
de lugar. La monotonía convierte la belleza en un plato de lentejas
omnipresente. La lógica es bella, al menos tanto como la intuición
indemostrable. Lo asombroso es bello por lo inusual. El conocimiento es bello
por lo peculiar. La muerte es bella por ser definitiva y girar en órbitas
registradas. La ciencia ficción es bella por la ciencia y la ficción. Nacer es
brusco, doloroso, impactante; y por lo tanto, bello. Se destrozó la cara en un
accidente de coche que se salió de la carretera. Su marido y su hijo que iban
delante, se mataron. Ella desde el asiento trasero no vio venir la tragedia y
el golpe la sorprendió con el cuerpo relajado y flexible. Pero la cara se le
llenó de cristales. Estuvo en coma por el dolor del alma que supera en un
millón de veces a la crudeza del cuerpo herido. Al despertar, preguntó por
ellos, dónde estaban enterrados, si tenían flores. Le ofrecieron cirugía
estética, pero ella prefiere mirarse al espejo y ver la belleza de lo deforme,
porque es la única foto que conserva de aquella escena, última vez que
estuvieron los tres juntos. Lo deforme
es un cambio en la selección natural, un ritmo distinto, un aviso de la
incertidumbre. El cuerpo perfecto es aquél que está en armonía con su
habitante. Ella se sentía amputada por dentro y su cara lo reflejaba con
fidelidad.
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