sábado, 4 de febrero de 2017

Deforme



            La belleza no es necesaria, ni siquiera en el arte. De ahí su valor sin precio. Nunca porta adornos que la desluzcan. Lo que se ve es lo que hay. Nuestros ojos, que aspiran a la inteligencia, precisan de estaciones que cambien el paisaje aunque no cambiemos de lugar. La monotonía convierte la belleza en un plato de lentejas omnipresente. La lógica es bella, al menos tanto como la intuición indemostrable. Lo asombroso es bello por lo inusual. El conocimiento es bello por lo peculiar. La muerte es bella por ser definitiva y girar en órbitas registradas. La ciencia ficción es bella por la ciencia y la ficción. Nacer es brusco, doloroso, impactante; y por lo tanto, bello. Se destrozó la cara en un accidente de coche que se salió de la carretera. Su marido y su hijo que iban delante, se mataron. Ella desde el asiento trasero no vio venir la tragedia y el golpe la sorprendió con el cuerpo relajado y flexible. Pero la cara se le llenó de cristales. Estuvo en coma por el dolor del alma que supera en un millón de veces a la crudeza del cuerpo herido. Al despertar, preguntó por ellos, dónde estaban enterrados, si tenían flores. Le ofrecieron cirugía estética, pero ella prefiere mirarse al espejo y ver la belleza de lo deforme, porque es la única foto que conserva de aquella escena, última vez que estuvieron los tres juntos.  Lo deforme es un cambio en la selección natural, un ritmo distinto, un aviso de la incertidumbre. El cuerpo perfecto es aquél que está en armonía con su habitante. Ella se sentía amputada por dentro y su cara lo reflejaba con fidelidad.


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