lunes, 6 de febrero de 2017

El tendero.


            A los chinos, ecuatorianos y argelinos del barrio, les ha dado por abrir ultramarinos. Son modas, supongo, pues no les veo yo haciendo un estudio de mercado. Montan locales de la nada, con una mano de pintura dada sin ningún gusto, y una luz artificial que ensucia las manzanas. Sonríen y abren la puerta con un ánimo tan iluso que estoy por preguntar a cuánto está la lejía. Su horario es de quince horas diarias, hasta que ya se pudren los aguacates. Pronto empiezan a mirar hacia la acera con tristeza, cansados de hacer guardia en una garita no amenazada por nadie. Caduca el mes, llegan los recibos, el alquiler, los impuestos, el pago del género. Transcurre el tiempo como si fuera un reloj artrítico y los clientes pasan de largo. Los domingos son una excepción, hasta para dios. En las escasas oportunidades que tienen de contactar con el parroquiano, muestran su mejor cara, su disposición gentil y su preocupación casi asfixiante por tus necesidades. Al cabo de cinco o seis meses cierran o ponen cara de haber ingerido dos kilos de limones a palo seco. Negocio tras negocio a pique, con el coste que eso implica y con los resultados calamitosos que eran de imaginar cuando pusieron la primera barca de melocotones en el escaparate. Supongo que eso les esquilmará el escaso presupuesto con el que empezaron, una ilusión basada en las telenovelas. Después del fracaso se van a un locutorio a hablar con su familia y les cuentan que muy bien, que son empresarios del sector de la alimentación y que aquí se vive puta madre o aquello de Alá es grande, que viene a ser lo mismo. Tropiezan con sus propias mentiras, con ensoñaciones de burgueses, sin saber qué es éso. Se gastan los pocos euros que les quedan en máquinas tragaperras, en lotería del Estado (del bienestar) y por último se acercan a la bifurcación de caminos: pasar hachís y coca, vender películas pirateadas, o hacer colas en la asistenta social del Ayuntamiento. Mientras tanto, unos cantamañanas que consideran que la realidad no existe, y que todo depende de cómo la mires, nos cuentan que entre todos podemos mantener este chiringuito abierto.



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