Estalla
la luz cuando los cascos abren grutas tierra adentro. Taconean la roca con
flamenca tragedia. Desgajan brillos de joyero insolvente cuando los celos se
desploman sobre sus cuerpos tiznados, casi enterrados en paz descansen.
Viceversa, fuera espera la fiesta, o no espera, la salida del fruto negro
cargado en vagones infernales hacia el siguiente anillo de cante hondo, de
castañuelas en vasos de vino, con una luna descalza y unas mujeres que dejan el
fatalismo para las madrugadas. Los dedos coquetean con la piel afligida de la
guitarra. Viceversa, el mar no sabe del mito de las cavernas, de la caja de
música que contiene los sueños de una niña que se balancea en la mecedora de la
anciana. Viceversa, la historia de un pueblo espera silenciosa los eructos del
dragón que traga y escupe su propia mierda. Más temprano que tarde llega el
tributo, el duelo contenido, la sabiduría ratificada de que las cosas son
así y ya está. Viceversa, la madre que te parió danza sobre el recuerdo del
hijo, sobre un hoyo que nunca se cerrará del todo.
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