miércoles, 1 de febrero de 2017

En la mina.



    Estalla la luz cuando los cascos abren grutas tierra adentro. Taconean la roca con flamenca tragedia. Desgajan brillos de joyero insolvente cuando los celos se desploman sobre sus cuerpos tiznados, casi enterrados en paz descansen. Viceversa, fuera espera la fiesta, o no espera, la salida del fruto negro cargado en vagones infernales hacia el siguiente anillo de cante hondo, de castañuelas en vasos de vino, con una luna descalza y unas mujeres que dejan el fatalismo para las madrugadas. Los dedos coquetean con la piel afligida de la guitarra. Viceversa, el mar no sabe del mito de las cavernas, de la caja de música que contiene los sueños de una niña que se balancea en la mecedora de la anciana. Viceversa, la historia de un pueblo espera silenciosa los eructos del dragón que traga y escupe su propia mierda. Más temprano que tarde llega el tributo, el duelo contenido, la sabiduría ratificada de que las cosas son así y ya está. Viceversa, la madre que te parió danza sobre el recuerdo del hijo, sobre un hoyo que nunca se cerrará del todo.


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