Preocupante es su nuevo afán por
revolver las basuras de la noche, intrigante por los perfiles angulosos que la
cortejan. Al pie del árbol en la esquina de la acera, cuando la campana de la
torre acompasa el oscuro fondo, roncan las mascotas inermes y levitan los ecos
que traen sorpresas desechables. Hurga con la punta del zapato entre las bolsas
de plástico: un peine sin púas, una compresa que besó sus labios, cartas y
apuntes rotos junto a una intacta botella de orujo que apuntala una silla
cansada con solo dos patas. Se agacha ebrio de maravillas para descubrir una
delicada jaula que extrae del limbo pegajoso… y comprende. No siempre se tiene
la fortuna de descifrar el entorno con acierto, sin juicios contaminados de
antemano. Aún dentro, colgado del palo, boca abajo, el canario se aferra con un
mordisco de alambre. Duda y hace dudar con sus plumas de peluquería, entre la
vida y la muerte del prisionero cantarín. El dueño no se atrevió a tocar la
rigidez de su belleza y se deshizo de la escena al completo, incapaz de
desarmar las rejas que lo retenían y que se convirtieron en perennes. Cánticos
del folklore local en voz de una puta deslenguada suenan calle arriba. La vieja
desarrapada surge por detrás de nuestro
antihéroe asestándole un rodillazo, mientras su perro esquelético lo asedia a
ladridos. La vieja reclama a gritos su territorio, su puesto de trabajo, su
lugar para los sueños. La miseria también tiene registro de la propiedad. Y
repasa el botín, cogiendo la inmundicia que los otros curiosos de la basura han
dejado. El contenedor saqueado mira al indiferente firmamento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario