miércoles, 8 de febrero de 2017

Entre basuras.



            Preocupante es su nuevo afán por revolver las basuras de la noche, intrigante por los perfiles angulosos que la cortejan. Al pie del árbol en la esquina de la acera, cuando la campana de la torre acompasa el oscuro fondo, roncan las mascotas inermes y levitan los ecos que traen sorpresas desechables. Hurga con la punta del zapato entre las bolsas de plástico: un peine sin púas, una compresa que besó sus labios, cartas y apuntes rotos junto a una intacta botella de orujo que apuntala una silla cansada con solo dos patas. Se agacha ebrio de maravillas para descubrir una delicada jaula que extrae del limbo pegajoso… y comprende. No siempre se tiene la fortuna de descifrar el entorno con acierto, sin juicios contaminados de antemano. Aún dentro, colgado del palo, boca abajo, el canario se aferra con un mordisco de alambre. Duda y hace dudar con sus plumas de peluquería, entre la vida y la muerte del prisionero cantarín. El dueño no se atrevió a tocar la rigidez de su belleza y se deshizo de la escena al completo, incapaz de desarmar las rejas que lo retenían y que se convirtieron en perennes. Cánticos del folklore local en voz de una puta deslenguada suenan calle arriba. La vieja desarrapada surge por detrás de  nuestro antihéroe asestándole un rodillazo, mientras su perro esquelético lo asedia a ladridos. La vieja reclama a gritos su territorio, su puesto de trabajo, su lugar para los sueños. La miseria también tiene registro de la propiedad. Y repasa el botín, cogiendo la inmundicia que los otros curiosos de la basura han dejado. El contenedor saqueado mira al indiferente firmamento.


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