viernes, 10 de febrero de 2017

Inesperado.



            Tirar del hilo de la incertidumbre es descubrir la certeza agazapada con complejo de niña gorda. Una fuente de luz dirigida hacia los ojos nos ciega. Adoptamos ante ella una postura relativa debido a las circunstancias, pero la aspiración es absoluta. No sé por qué entienden el determinismo como una línea de la que es imposible salirse. Sería un determinismo muy fácil de quebrar. La ley y su trampa. El poder de la unidad es que acepta cualquier proposición sin despeinarse, sin que eso pervierta su esencia. Una razón general, un proyecto inteligente, sólo se comprenden cuando se llega al epílogo. Durante el trayecto, en el transcurso del nudo argumental, la sensación de desamparo, de casualidad, de azar, es permanente. No supiste qué decir cuando llegué borracho a las cuatro de la mañana. Era la primera vez en veinte años que me veías ebrio y regresando a casa a una hora más propia de los fracasados que han tirado la toalla. Vi dibujado el miedo en tu cara. Por un instante sospechaste que el sueño de una vejez, apoyados uno en el otro paseando ternura por las calles, se esfumaba. No hablaste, ni preguntaste. Mi gesto desesperado, mi acción chirriante, eran suficiente declaración para ti. Te miré de frente mientras me iba a los lados, esperando reproches que dieran rienda suelta a las revelaciones. No diste pie a nada. No pude quejarme de nuestra intachable relación. A la mañana siguiente ya no estabas. Supuse que habrías ido a la casa de la sierra en busca de otro destino con su vocación para las sorpresas. En mi interior ya bullía el desarreglo. Y tu contrariedad fue tan grande que no aceptaste las explicaciones. La luz nos aplasta. La unidad permanece cuando todo cae hecho pedazos alrededor, por eso la sensación de abandono es mayor. No comprendo la dirección de nuestros trayectos, la incertidumbre que nos lleva a la evidencia. Una vez nos quisimos casi de verdad. 



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