Tirar del hilo de la incertidumbre
es descubrir la certeza agazapada con complejo de niña gorda. Una fuente de luz
dirigida hacia los ojos nos ciega. Adoptamos ante ella una postura relativa
debido a las circunstancias, pero la aspiración es absoluta. No sé por qué
entienden el determinismo como una línea de la que es imposible salirse. Sería
un determinismo muy fácil de quebrar. La ley y su trampa. El poder de la unidad
es que acepta cualquier proposición sin despeinarse, sin que eso pervierta su
esencia. Una razón general, un proyecto inteligente, sólo se comprenden cuando
se llega al epílogo. Durante el trayecto, en el transcurso del nudo argumental,
la sensación de desamparo, de casualidad, de azar, es permanente. No supiste
qué decir cuando llegué borracho a las cuatro de la mañana. Era la primera vez
en veinte años que me veías ebrio y regresando a casa a una hora más propia de
los fracasados que han tirado la toalla. Vi dibujado el miedo en tu cara. Por
un instante sospechaste que el sueño de una vejez, apoyados uno en el otro
paseando ternura por las calles, se esfumaba. No hablaste, ni preguntaste. Mi gesto
desesperado, mi acción chirriante, eran suficiente declaración para ti. Te miré
de frente mientras me iba a los lados, esperando reproches que dieran rienda
suelta a las revelaciones. No diste pie a nada. No pude quejarme de nuestra
intachable relación. A la mañana siguiente ya no estabas. Supuse que habrías
ido a la casa de la sierra en busca de otro destino con su vocación para las sorpresas.
En mi interior ya bullía el desarreglo. Y tu contrariedad fue tan grande que no
aceptaste las explicaciones. La luz nos aplasta. La unidad permanece cuando
todo cae hecho pedazos alrededor, por eso la sensación de abandono es mayor. No
comprendo la dirección de nuestros trayectos, la incertidumbre que nos lleva a
la evidencia. Una vez nos quisimos casi de verdad.
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