Es la hora del combate, la hora en
que se acaba el compadreo y en las grietas yacen las moscas de invierno o las siniestras
cucarachas. Es la hora de entrar o salir; no vale esconderse en el quicio de la
puerta. No más prórrogas de asceta estreñido o misticismos de pandereta. El
martillo pilón ya perforó la mina para la extracción beneficiosa, o la ruina,
qué más da. El sonido de las armónicas rueda por la ladera. Es la hora. Las
naturalezas más ricas tardan mucho en pulirse, pero el tiempo exige cuentas
antes de echar a correr como bestia huyendo del fuego tragavísceras. El
señalado, como respuesta al silencio, debe elegir aunque no esté convencido,
debe tirarse desde la altura aunque no haya un par de brazos para recogerle. El
elegido es un huérfano que no podrá apelar a quien le reclutó.
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