Una casa en las nubes. El avión a su
paso destroza el jardín. Por una de las ventanillas del aparato la muchacha
observa a dos ancianos agitar los brazos como si fueran personal de tierra. Las
nubes están sobrevaloradas y hay mucha especulación en el mercado de segunda
vivienda. Todos aspiran a romper la gravedad sin necesidad de motores. El
vértigo es para quienes miran hacia abajo. Los viejos plantan flores y aromas
muy agradecidos esperando que otra nube superior las riegue. El calor llega
como un disparo y la basura espacial
hace heridas en la nube, que se cura al instante con un poco de gasa.
Los rayos se producen cuando en la marchita pareja chispean los ojos recordando
su picardía. Los truenos son ronquidos del miedo a no despertar. Esta mañana
han recibido un mensaje vía satélite para suscribirse al canal súper plus. Otro
avión les levanta la nube unos cuantos palmos y les deja aturdidos en su sala
de estar. Los pies flotando, porque a los viejos siempre les cuelgan los pies,
como si ya estuvieran en la planta de arriba. Se abastecen de energía estelar,
que es más barata en su carga nocturna. Mientras, el sol, esa estrella con
fuegos de superioridad, trabaja a máximo rendimiento. Otro avión, otra mirada
hacia el retiro.
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