viernes, 31 de marzo de 2017

Bálsamo.



            Huele cuando una puerta se abre, huele a su sexo convertido en inyección para dormir de amor. Huele a ella en cada momento que la vida se gira para mirar si la sigo. Su cabello como red sale de pesca. Ella se da la vuelta, y yo la huelo. Los aromas son embajadores de los que no están, de los que se fueron, de quienes siempre reinarán en los espacios comunes, huérfanos de un hombro que  roza y amortigua. Su piel ya no es suya ni es piel, y yo la huelo. Mis sentidos la tienen registrada en la memoria de sus células moribundas de amor perdido. Los días grises son para estar tumbados en la cama, abrazados, mirando por la ventana y respirar hondo. Esnifo su calor, su respiración en mi nuca. Olor de santa y puta, de madrastra y amiga, de compañera y bruja. En una mujer caben muchas y no todas se avienen pacíficamente. Huelo a pozo profundo, con su eco en un idioma extraño. Huelo al dolor de quien ha vivido y el producto estaba en mal estado. Tu olor no eres tú, lo sé. Tu olor es la prenda que guardo por si alguna vez tengo que buscarte entre las órbitas de planetas sin fragancia. Si dios por un instante se detiene en su expansión a ninguna parte, estará tendido a tu lado. El sabe lo que es bueno.


jueves, 30 de marzo de 2017

Siglo de crisis.



            El escéptico sospecha que los descansos que ofrece la vida son para prepararnos a sufrir más. Sufrir es sentir y a veces eso compensa. Estamos capacitados para imaginar, prever, vivir antes de la vida. En ese determinante azaroso de la evolución hemos sobrevivido porque sabemos de la muerte y jugamos al escondite, porque si es necesario inventamos dioses, y si se tercia los matamos con la misma facilidad. Nuestro objetivo es perpetuarnos. Para nosotros nada tiene sentido sin nosotros. Quizá el universo sólo sea una representación ilusoria de quien lo observa, y por ello no logramos contactar con ningún ser vivo que nos siga el juego. A veces dudamos de nuestra consistencia y queremos dar con vida extraterrestre. Por sentido común y nivel de probabilidad, decimos, como si nosotros fuéramos fruto del sentido común o de una alta probabilidad. Inventamos en su día la moral para disfrutar de las sombras que se extienden en el paraíso perdido del que nos ha tocado ausentarnos. Juzgar las sensaciones, qué gran desvarío. El místico se deja penetrar desde dentro. Sus derrames son profecías. El placer y el dolor cocinados como carne y pescado en la misma sartén. Cuando el éxtasis alcanza a dos amantes, queda el éxtasis y se disuelven los amantes. Sí, sabemos lo que es bueno, pero tememos su poder. El mundo lo retransmiten los informativos: sadismo condensado y puesto en escena por una cara agradable. Nos sentimos tan privilegiados ante el dolor ajeno, que no dejamos de preocuparnos por él. Desde hace meses nadie llama a la puerta para venderle enciclopedias, ni vida eterna. Ha puesto un anuncio en el periódico: en estos tiempos de crisis, alquilo ventana, vistas deprimentes, buena altura, pavimento urbano de calidad, eficacia asegurada, pago por adelantado.


miércoles, 29 de marzo de 2017

Palabras.



            Cagan las palabras en las plazas donde niños infelices juegan a que caiga la noche, en los parques donde ancianos horadan sus tumbas con la impaciencia de los bastones, abastecen las palabras el cuenco de un firmamento sin fondo donde autobuses de rostros esquivos se desplazan por la rutina, sedados, conformes con la fatalidad, se recuestan las palabras sobre la piel en tabernas de clientes fijos que entran sin sed en estos balnearios de calle, cocinan las palabras con delantal dominguero en cualquier sitio donde no se pronuncie su nombre, siempre lejos del claustro de su cuarto de solteras, de su despacho impoluto donde hay tanta biografía que pesa y orgasmos inconfesables a un diario sordomudo, se arriman las palabras en el baile en un obstinado intento de provocar la aparición de la música sin letra.


martes, 28 de marzo de 2017

No dejó una maldita nota.



            La mecedora se balancea al borde del precipicio, el borracho se inclina peligrosamente hacia uno de sus lados para buscar el paquete de tabaco. Le pesa el dolor del suicidio de alguien a quien debería haber querido aún más de lo que ya quiso. Ahora vienen de visita los amigos y pretenden darle consuelo con palabras tan enternecedoras como nauseabundas. Los recibe con verdadero asco y lame la boca de la botella vacía. Como sigan hablando con paternalismo acabará partiéndoles sus caras bovinas. A uno de ellos se le ocurre señalar con tono moralista su notorio problema con el alcohol.

            — Estúpido de mierda, que confundes el analgésico con la enfermedad. Pero qué os ocurre, por qué no podéis aceptar el dolor. Tan sólo escuece a rabiar, y necesita su terapia de autodestrucción. Dejadme en paz. El dolor se amortigua con dolor, hasta que los sentidos no responden y entonces puedes clavarte un cuchillo candente en el pecho y rasgarte ochenta tejidos vitales. Qué menos. Excepto los que juegan a engañarse, a los demás solo nos queda el choque de trenes, la convulsión como respuesta. Y eso es beber, perder el conocimiento, despertarte entre vómitos y beber de nuevo antes de que el juicio recobrado empuje a una ducha fría y a saludar con educación a los vecinos. Culpa y pena, sí, y que a nadie se le ocurra sacarme de ahí, de mi hogar guillotinado.

            Uno de los amigos aconseja que vaya a dejar flores sobre su lápida inamovible. Un acto, que se supone podría ser curativo.

            — ¿Flores? — Ni se molesta en contestar. Dando tumbos se aleja de la mecedora en busca de otra botella en el mueble bar. Hace días que no le importa el contenido ni el color del líquido que haya dentro de las botellas. Lo único que le interesa es la graduación.

            Aquel día de la semana solían escogerlo para exprimir el amor con sexo. No era algo fijo, pero sí, solía ser los viernes; ella acababa de dar sus clases de alemán y él venía de trabajar en esa absurda empresa de empaquetar pilas. Ahora se había quedado sin pilas, sin interés por seguir fichando en la máquina de empleados que no es más que una cuenta de esclavos. Los viernes eran propicios porque al día siguiente ninguno tenía que madrugar demasiado, y se  acurrucaban en el sofá a ver un DVD, con la película aconsejada por el tunecino encargado del videoclub, un mitómano de los dramas sociales. Pues justamente eso se encontró al abrir la puerta de casa aquel fatídico viernes, un drama social con la policía tomando notas y midiendo la altura del balcón a la calle.

            — ¿Flores? — repite a destiempo, indignado, con voz amenazadora de borracho. Con gesto febril estampa una botella (asegurándose, eso sí, de que esté vacía) en la primera cabeza que encuentra. Sangrando como un cerdo en día de matanza, el amigo se atreve a añadir con paciencia infinita que el primer paso hacia la felicidad es el más difícil.

            — ¿Y quién se conforma con ser feliz?, contesta él justo antes de dar cuenta del primer, hondo, y prolongado trago de su nueva botella, a la que toma por la cintura sabiendo que acabará yaciendo con ella.

             Los amigos, conscientes del poder de la autocompasión, se marcharon, pero no se rindieron. Al día siguiente se les ocurrió arreglarle una cita a ciegas, por aquello de que un clavo saca otro clavo. El aceptó. Llegó al lugar del encuentro con una mueca oxidada, se bajó la cremallera de la bragueta, y orinó en los pies de su cita. Iba con la vejiga a reventar de ron - contestó cuando le exigieron explicaciones. Al final se hartaron de él y le aconsejaron que se tirara por el balcón, que emprendiera el viaje que tanto deseaba hacer. Y por primera vez miró a sus amigos como si al fin hablaran con cierta inteligencia, una inteligencia que ya les creía devastada por los sentimientos gangosos.

            Cuando le dejaron solo hizo caso del consejo: fue a casa, abrió el balcón, tiró a la calle todas las botellas de alcohol que había almacenado, y después, se lanzó detrás de ellas, de ella.

            ¿Flores? Sí, a él sí le llevan flores, flores que se marchitan, flores que no huelen, flores que se olvidan de retirar, flores amaestradas. Luego, nada: por capullo.


        En cierta ocasión, un tipo con nombre de plato combinado tailandés, un tal Kierkegaard, aseguran que dijo: El que sufre debe ayudarse solo. Pero eso, no siempre es posible.


lunes, 27 de marzo de 2017

Evocación otoñal.


            Ha pasado cincuenta veces por la estación de Otoño. Los pasajeros nerviosos van de lado a lado, sujetándose las gorras ellos y aplacando el vuelo del vestido ellas, o viceversa, que ahora todo es intercambiable, hasta el sexo de las monjas. Los bancos están amarillos como los dientes de un fumador. La estanquera sonríe maliciosa. Las ventanillas son cuchillas en la cara, aire del norte que se cuela por el fondo de una curva. Los letreros luminosos y la voz de megafonía tropiezan con las ramas desprendidas. Tartamudean un poco los viajeros, llaman a la compasión si no fuera por la prisa. La compasión exige un tiempo del que carecemos. Los andenes están alfombrados de hojas venidas a despedirse. Las vías están oxidadas. Por aquí los trenes no se detienen: su origen son las tardes inacabables del verano turista y van con destino a la nieve que clarea en el estómago del invierno. Los vagones, en su traqueteo de mulas mal ensilladas, escupen a los que están parados en la cuneta de la estación de Otoño. La melancolía de lo que se ve marchar. Debería subirse, camino de alguna parte, pero sus cincuenta pasos por esta estación siempre han sido parecidos, sin destino preciso, con el billete en la mano, comprobando su autenticidad.


sábado, 25 de marzo de 2017

Rescatada.



            Desde la sartén crece el fuego lubricado por el averno de la apatía. Las llamas escalan las paredes devorando la bondad de la cocina. En un rincón tus ojos autistas no se inmutan, hipnotizados por las formas caprichosas del realismo artístico. No conoces el miedo a los elementos, solo el que provocan otros ojos. Tu cara se enciende, el fuego manda emisarios, gruñidos y humo antes de "parrillarte" la carne. Eres una niña excepcional que se queda quieta para darle más dramatismo a la escena. No lloras, no gritas, no pides auxilio, ni sales de tu quemazón interior. Piensas aguantar allí mientras dure el espectáculo, pero al final echan la puerta abajo, llenan de espuma la cocina y te alzan en brazos. No muestras alegría, ni agradecimiento de rescatada. Te da pena ver morir aquella fiera de mil cabezas que con rojas fauces ennegrece todo a mordiscos. No crees en nadie, pero eso no propicia que te dejen en paz. Eres ese agujero negro que no se aprecia aunque ahí estén sus efectos. Te dan un beso que no devuelves y buscas con la mirada la caja de cerillas.


viernes, 24 de marzo de 2017

Prostíbulo del alma.



            Tu mano en mis testículos actúa como un abrelatas sobre la conserva caducada. El placer del pobre teme con razón a la felicidad, porque a cada instante de gloria le corresponden diez latigazos. El sentimiento de culpa pertenece a una tradición en la que se comparte lo que otros tiran a la basura. El pobre acepta la tragedia como predestinación firmada en contrato formal, y su horizonte viaja a lomos de olas apocalípticas. El suicidio es cosa de burgueses, clientes adinerados de psiquiatras que aprovechan un hueco para afianzar la herida de la que seguir mamando. El suicidio es un arma secreta de quien echa de menos lo que no recuerda. El pobre no quiere saber nada de reencarnaciones, las considera una tomadura de pelo, y un insistir en la desdicha que no viene al caso. Las biografías, por muchas veces que las repitas, seguirán transcurriendo exactamente igual. Una cosa es no suicidarse, y otra muy distinta es cogerle gusto al asunto carnal.

           Tu boca se afana en barnizar lo que fue furia y ahora es bestia domesticada y humilde. Olvidé la contraseña del amor. ¿Puedo pasar? No soy nadie. Te levantas. Tu pubis sobre mi pierna: un brasero de mesa camilla. Toma tu dinero y vete. Déjame solo, que estoy a punto de arrancarme una estúpida esperanza que me ha crecido como una postilla, aquí, en el lado derecho del alma.


jueves, 23 de marzo de 2017

Música.



            El estuche de violonchelo se comporta como féretro para el vampiro que afila sus cuerdas vocales. Cuando un hombre es sometido a su negación, la música daña porque hace melodioso el dolor. La sangre corre entre las patas de un piano y la armonía viste de domingo a la razón. Dios da menos miedo que una tormenta porque a su rayo no le sigue el trueno. La partitura es el mapa del tesoro que guarda vaporosas riquezas en cofres incapaces de permanecer cerrados. El instrumento quiere ser fiel al propósito de unas manos decididas a controlar el temblor con audacia. Acompaña al coro un silencio que engorda la musicalidad de las voces. Por el día vuelta al féretro, a la caja donde reposa su barriga el violonchelo, a su silencio que aterroriza sin saberlo.


miércoles, 22 de marzo de 2017

El camino empinado.



            Folló, y abortó al no aceptar la relación directa entre jodienda y origen de la vida. Ella era más de creacionismos. Demasiado joven para saber que la vida o jodes o te joden, pero pocas veces te puedes quedar al margen de su agotadora fertilidad. Aquel muchacho que recogió a última hora en una discoteca de las afueras, no era un tipo al que estuviera dispuesta a sacar de paseo a la luz del día. Le daba vueltas a ese asunto mientras paseaba descuidada la mano por la máquina de coser de su abuela, una herencia que no pudo quitarse de encima en la lucha familiar. No todo es tan fácil como detener un proceso de gestación. Pasado el tiempo, después de ver una chinita con cara de cromo del siglo pasado en el anuncio televisivo de una onegé, pensó en adoptar. Su cabeza se deslizó con ternura por las cosas que perfumaron la propia infancia, y sintió que debía compensar su acción aniquiladora de juventud. Esta vez no quería sexo, quería una niña. Estaba acostumbrada a que los deseos se realizaran de inmediato y de forma gratificante, porque esto es un puesto de feria donde siempre toca. Tenía que contar su nueva decisión en el chat para singles maduros, y compartirlo con sus amigos en facebook. Quizá, pensó, abra un blog para dar cuenta del día a día del proceso de adopción en ese país asiático, y seguro que recibo comentarios bien formados de gente que ya ha pasado por esa experiencia. La vida es bella, pero en medio del entusiasmo, su primera cicatriz se retorcía haciéndole fruncir el ceño. 


sábado, 18 de marzo de 2017

Recta final.



            Un aviso eran las prolongadas sesiones de cama, los pasos lentos y remolcados que doblaban las alfombras y convertían el pequeño pasillo en un trayecto inacabable. Un aviso eran sus frases de inocencia recobrada, su risa infantil en medio de las arrugas, su memoria luminosa sobre los tiempos caducos. Su antigua vivacidad e inteligencia rápida habían declinado en lágrima fácil y dificultad para el entendimiento de las cosas prácticas. Un aviso era su hipersensibilidad hacia los gestos desdeñosos. El habitáculo, cuando ya no sirve a los intereses del inquilino, empuja a la mudanza. Avisos a los que no atiendes por estar sumido en el ritmo de las pretensiones. No está bien visto perder el tiempo deteniéndose a contemplar cómo se apaga una vela.


jueves, 16 de marzo de 2017

El peregrino.



            Un peregrino me ha saqueado por el camino, a palo seco y sin pareados. Llevaba bordón y esclavina, una mirada de catador de vinagre y un andar bravucón al consumar la apropiación de mi cartera. Vaya usted en paz, me dijo mientras sus ojos hacían balance del botín. Rebozado en gallarda felicidad, reemprendí el viaje, pensando que los ricos lo tienen difícil para entrar en el reino de los cielos aunque el reino de la tierra sea suyo por compraventa y justiprecio. Espero que el encargado de las prebendas en el cielo no se lo tenga en cuenta a mi ladrón. Los tropiezos son cosas de hombres muy hombres. Los pobres, como los perdedores y los antihéroes, hoy en día tenemos muy buena prensa en la sociedad aunque los prudentes huyan de nosotros como de una infección. Incluso usando preservativos de colores, las ampollas de mis pies eyacularon al llegar a Santiago. El alma a salvo, el cuerpo exhausto y el bolsillo esquilmado. No cabe duda que voy camino de ser santo. Regreso a la casa a punto de ser embargada. Se sabe que el olvido es mala cosa, que la vida sigue siendo la reina de los hábitos. Y es que tiene mucho peligro no morirse a tiempo.


martes, 14 de marzo de 2017

Naturaleza y arte.



            Jazz band; sudan las calles negras cuando la cámara persigue a un guerrero que tira su armadura, la trompeta infla los carrillos en la fiesta del té con musulmanes de gala en medio de una danza clásica que convierte los polideportivos en teatros, exposiciones genitales con dolor de espalda y tristeza en el estómago, poesía en el agua y el museo como laberinto de nudos herrumbrosos, Teseo, ¿dónde estás?, sigue el hilo que te llevará al empacho de los sentidos, a escenas con argumentos falsos, mentiras que hacen más digerible la verdad, el caos de la impresión busca la memoria de la sombra plañidera sentado en el umbral, y qué, qué quieren decir los libros con sus palabras, ¿no saben estar callados? el silencio es más sencillo que la cultura, menos agotador, sin abalorios, pues la belleza no necesita promociones, él lo sabe después de su paseo por el bosque del que ha traído un saco de picaduras y una extraña alergia en la piel, se siente creativo, ha tomado un folio sepia, lo ha mirado, ha mirado al techo, con la mano derecha ha sacado a respirar su pene introvertido, lo ha acariciado como a un animal de compañía, y una balbuciente descarga de semen ha diseñado el fondo del papel, ¡arte!



lunes, 13 de marzo de 2017

Escribir sin conocer los pasos de baile.



            Empiezo la línea, consciente de que se han quemado ya muchos de los temas rastreados hasta hoy. Google no me dejará mentir. Cuando una mayúscula se impregna de la hoja de escritura, temo que la redundancia, o directamente la inutilidad, parirán las próximas frases. La economía navega por aguas embravecidas que ahondan en lo ya dicho. El misticismo eleva lo particular a lo universal y vuelta. La genética nos habla de nosotros, aún más. La Historia, lo mismo. La tecnología es un laboratorio donde nosotros somos el experimento. Maldito es el ser realista, escéptico ante los sueños que amenazan con el buenismo. Maldito y jodido cuando estás avisado de que el tiempo mira por un hijoputa vivo antes que por el honesto hombre muerto. Se ha equiparado nuestro cabronazo casero con el sospechoso ajeno. Todos los sudores no merecen más de unas líneas en una página web abandonada, colgada de la soga del ciberespacio. La poesía no tiene respuestas. La ciencia, sí. Pero como ya no pregunto nada, leo versos para digerir los libros divulgativos. Cada noche intento hacer un repaso mental a mis muertos. Los pongo en fila y compruebo si se han cepillado los dientes. Sin ellos mi presencia es absurda, como si estuviera jugando al mus con osos de peluche. Una farsa. Los camareros están atrapados, no pueden escapar de una conversación indeseada. Me ocurre lo mismo, pero sin las propinas. Estoy buscando agua en estas palabras como un zahorí desprestigiado por el diluvio que nos anega. Lo cotidiano es aquella vivencia que se repite, otra vez. Sobro. Sobras. Por eso debes quedarte, porque da igual. Si no fuera por el cuerpo y su megalomanía, nos disolveríamos en la melodía de un teléfono en espera. Qué incertidumbres ni qué monsergas. El asunto es claro, unos dejaron de bailar antes y otros lo haremos después. Ni siquiera el baile tiene garantías de perdurar.


jueves, 9 de marzo de 2017

Presciencia.



           Levantaba recelos su costumbre de recordar los sueños más extraños, seguidos habitualmente de un episodio trágico. Soñaba con tiburones almorzando espinas en una cafetería del centro comercial justo la noche anterior a un crack bursátil. Soñaba con un teatro vacío donde un grupo surrealista interpretaba obras absurdas vestidos de pájaros locos, justo la víspera de que un avión se estrellara cruzando el Atlántico. Soñaba con flanes gigantes en una mecedora la noche antes a un terremoto. Soñaba con sodomías entre rinocerontes antes de que ocurriera un asesinato de violencia doméstica sin domesticar. Ella no perdía el tiempo a la hora de dormir, no le gustaba tirar una cuarta parte de su vida por las cañerías del subconsciente. Y soñaba con argumento. Pero es una pena que solo aquellos acontecimientos capaces de romper las fronteras del tiempo, sean los infaustos, los que marcan huella en el cerebro hasta moldearlo. Ella tenía mucho cuidado a la hora del despertar. Debía ser un emerger suave, un ascenso natural de su organismo, sin sacudidas. Así las imágenes y su sentido emocional se diluían de forma muy lenta, permitiéndole tomar nota en la vigilia de lo recién soñado. Luego se conectaba a Internet y escribía en un blog sus presagios del día. Tenía miles de seguidores que antes de consultar el tiempo en el centro de meteorología, se pasaban por "Ronquidos proféticos", que así titulaba al sitio. Esa mañana escribió su último sueño: Tulipanes flotando en bañeras de oro, niños alrededor jugando alegres mientras los ancianos los contemplaban desde su sabiduría de pan y aceite, una rueda gigante daba vueltas como si fuera la ruleta de un casino, pero sin casillas de color negro. Y una música de Rachmaninov sonaba en medio de un ambiente de serenidad monástica. Al día siguiente se acabó el  mundo y los sueños. No hubo comentarios en el blog. Solo un gesto, un guiño ;)


martes, 7 de marzo de 2017

Lex.



            En su bolsa testicular ubicó la balanza de la justicia. Iba impartiendo sentencias sin preguntar por el nombre de las imputadas. Juraban poniendo la mano en la Biblia que jamás volverían a caer bajo la toga de aquel tipo genital. Pero el sistema carcelario en el que nos movemos no ayuda a la reinserción. Así que la sala de lo penal donde impartía su justicia el mamporrero, siempre estaba muy concurrida. Un tipo que ofrece el placer de quedar en paz con la sociedad civil con penas que son amores de media hora, debería ser subvencionado por los servicios sociales del ayuntamiento, me dijo una de sus reas, que es amiga de infancia, que casó con un mozo que trabaja en Michelín y que la lleva a Salou por Semana Santa. El juez que riega con su ley los ardores de mi amiga, es el mejor remedio que ella ha encontrado donde diluir la angustia de una vida que trastorna sólo de usarla. Y como a ella, les ocurre a otras. Ellas pagan, porque la justicia es cara y sus caricias lentas. Se juntan varias parejas a cenar en un restaurante, y a su mujer se le van los ojos hacia la ventana del local. Lleva toda la tarde distraída. Y piensa él si no habrá cometido algún crimen que quiera expiar con el juez de moda entre las parroquianas. Las dudas y la inseguridad asaltan a cualquier hombre ante una maza de esas dimensiones. Se pone nervioso sólo con pensarlo, y está por pedir audiencia y consejo sobre actuaciones futuras. Si la mujer acata sus condenas sin rechistar, a él sólo le queda pedir la revisión del caso a instancias superiores. La observa, y ella se sueña con el traje de presa. Algo hay en el amor que caduca y nos coge fuera de la ley. 


lunes, 6 de marzo de 2017

Las enaguas.



            Bajo la catedral de hielo nadan los misterios de colores. Bajo la cofia de una monja se revuelve el amor intangible que el cuerpo desahucia. Bajo la materia vibra la antimateria. Cada vez que reflexiono sobre la carcasa que nos envuelve, sufro el acoso de la ilusión, el mal del espejismo, la duda de si el observador que observa sólo puede ver una versión de sí mismo, una trama que lo completa, que le da sentido. La observación que determina lo observado. Y mientras, la verdad permanece codificada. Los amigos esconden lubricidad en la ropa interior, palabras no dichas que parecen rodear la cadera femenina con calor inofensivo. Disimular la firmeza de la erección es inútil a la larga aunque se tenga corta. La literatura ayuda al engaño, a la máscara lingüística. Las poluciones nocturnas se convierten en poesía en una calle abarrotada a la hora del café. La filosofía metamorfosea sus ganas de ponerte a cuatro patas. Bajo la catedral de la carne un dios sordomudo busca pasadizos secretos por los que aparecerse. Los encantos expuestos como en un tenderete de mercadillo, hacen sospechar a la más obtusa. Pero las palabras son tan constructoras de monumentos a la amistad, que olvidas que son pronunciadas para desviar la atención de unos testículos a punto de desbordarse.


viernes, 3 de marzo de 2017

Entre todos ellos.



            Callen los pájaros estampados en el asfalto fláccido del verano, callen los geriátricos entre los estertores del invierno, callen las figuras del cine negro, las siluetas de mis bisabuelos con sus adustas sombras en un marco herrumbroso, callen la gasolinera en la noche de una carretera local desconchada, callen las flores de tela amarilla, callen las mariposas de colección, callen las violadas en sus pesadillas, calle el oprimido tras arder a lo bonzo, calle la escalera por la que huyó el crimen, callen las gargantas cuando ocupan la boca de una pistola recortada o una polla ufana, callen los trenes en vía muerta, callen los estudios los lunes por la mañana, callen los políticos ante el golpe de las armas, callen los ciudadanos el día después del recuento, callen los intelectuales una vez recibido el premio a su trayectoria deslavada; tú Ainara, sigue acariciando la elipsis, sigue así, tocando el violín. Sé que es tu forma de llorar.


jueves, 2 de marzo de 2017

Atmósfera ambientada.



            La acera se enciende y se apaga al paso del miedo. Las pisadas hacen las veces de interruptor aunque los pies sean de individuos que se desbancan sin escrúpulos. Soporta la muchedumbre la sigilosa deriva del noctámbulo, pasa la mano por el hombro del llorica y no se ahoga en los diluvios. Mira con discreción por debajo de las faldas y hace tropezar al deslenguado. Vía de peregrinos con corbata, lápida de mendigos. Por la acera huye el ladrón y es lecho de amantes adolescentes en las ebrias madrugadas. La acera nos arrima a la pared. La acera se ríe del viento. Dos navajas. Sangre cursando su licenciatura hacia la alcantarilla. Lucía corre a la par de los coches. Se despide de quien por la carretera no volverá. La acera se acaba y ella se dobla colocando las manos sobre las rodillas. Sobre la acera caen los suicidas confiados en la fiabilidad del verdugo. La acera construye camastros de hojas o colchones de almidón. No se queja aunque la abran en canal. Los niños no deben salir de ella porque es una madre plana que amamanta con rasguños. Carlos espera y pasea nervioso. Está a punto de marcharse maldiciendo. Ella no viene. Parece que no viene, pero sí, la chica llega a la cita. Pensó en no acudir y quedarse en casa lamentándose, pero al final cogió el destino escrito sobre la acera.


miércoles, 1 de marzo de 2017

La parte de atrás de la foto.



            En incierto momento visitó una localización que ahora añora. Estaban ausentes en él tanto el dolor como el placer. No se montó en ninguna droga para llegar allí. En ocasiones revive aquella experiencia en pequeñas dosis, pero aquí los placeres y los dolores cuentan con una inmerecida reputación. Se sintió cómodo en aquel lugar, sólo tenía que sentarse en la orilla a ver correr el agua sin caer en la tentación de manipularla, desviar su curso o retenerla con sus manos. Un sitio donde los límites eran el encuentro que daba continuidad a los hechos, donde la separación no era entendida como distinción. Un lugar que no precisaba esfuerzo ni violencia para existir y entender lo que existe. Es consciente que cuando habla de un estado donde no hay dolor ni placer, la gente lo asume como grato. Se equivocan. Es un estado sin influencias irreales, un lugar donde lo que ocurre cuadra y cuaja. Pero su tarifa plana, sin emociones ni sorpresas, puede hacer perder los nervios a cualquiera. Y de hecho, abandonó aquel lugar para vagar por éste en el que no cree. Toma una dosis y se abstiene. Toma y lo deja. El agotamiento de los estímulos son postales muertas. El hombre barbudo, con filosofía de la nada, le aburre. Echa de menos la vitalidad de la experiencia frente a las palabras, el actor frente al escenario, el sujeto de la acción frente a sus ideas. Llegan las vacaciones. Bajará las persianas, insonorizará las paredes de su cerebro y viajará hasta dar con aquel emplazamiento. Cuanto más conoce al hombre, más cree en dios y en su inacabada búsqueda de la perfección.