La acera se enciende y se apaga al
paso del miedo. Las pisadas hacen las veces de interruptor aunque los pies sean
de individuos que se desbancan sin escrúpulos. Soporta la muchedumbre la
sigilosa deriva del noctámbulo, pasa la mano por el hombro del llorica y no se
ahoga en los diluvios. Mira con discreción por debajo de las faldas y hace
tropezar al deslenguado. Vía de peregrinos con corbata, lápida de mendigos. Por
la acera huye el ladrón y es lecho de amantes adolescentes en las ebrias
madrugadas. La acera nos arrima a la pared. La acera se ríe del viento. Dos
navajas. Sangre cursando su licenciatura hacia la alcantarilla. Lucía corre a
la par de los coches. Se despide de quien por la carretera no volverá. La acera
se acaba y ella se dobla colocando las manos sobre las rodillas. Sobre la acera
caen los suicidas confiados en la fiabilidad del verdugo. La acera construye
camastros de hojas o colchones de almidón. No se queja aunque la abran en
canal. Los niños no deben salir de ella porque es una madre plana que amamanta
con rasguños. Carlos espera y pasea nervioso. Está a punto de marcharse
maldiciendo. Ella no viene. Parece que no viene, pero sí, la chica llega a la
cita. Pensó en no acudir y quedarse en casa lamentándose, pero al final cogió
el destino escrito sobre la acera.
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