Bajo
la catedral de hielo nadan los misterios de colores. Bajo la cofia de una monja
se revuelve el amor intangible que el cuerpo desahucia. Bajo la materia vibra
la antimateria. Cada vez que reflexiono sobre la carcasa que nos envuelve,
sufro el acoso de la ilusión, el mal del espejismo, la duda de si el observador
que observa sólo puede ver una versión de sí mismo, una trama que lo completa,
que le da sentido. La observación que determina lo observado. Y mientras, la
verdad permanece codificada. Los amigos esconden lubricidad en la ropa
interior, palabras no dichas que parecen rodear la cadera femenina con calor
inofensivo. Disimular la firmeza de la erección es inútil a la larga aunque se
tenga corta. La literatura ayuda al engaño, a la máscara lingüística. Las
poluciones nocturnas se convierten en poesía en una calle abarrotada a la hora
del café. La filosofía metamorfosea sus ganas de ponerte a cuatro patas. Bajo
la catedral de la carne un dios sordomudo busca pasadizos secretos por los que
aparecerse. Los encantos expuestos como en un tenderete de mercadillo, hacen
sospechar a la más obtusa. Pero las palabras son tan constructoras de
monumentos a la amistad, que olvidas que son pronunciadas para desviar la
atención de unos testículos a punto de desbordarse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario