El estuche de violonchelo se
comporta como féretro para el vampiro que afila sus cuerdas vocales. Cuando un
hombre es sometido a su negación, la música daña porque hace melodioso el
dolor. La sangre corre entre las patas de un piano y la armonía viste de
domingo a la razón. Dios da menos miedo que una tormenta porque a su rayo no le
sigue el trueno. La partitura es el mapa del tesoro que guarda vaporosas
riquezas en cofres incapaces de permanecer cerrados. El instrumento quiere ser
fiel al propósito de unas manos decididas a controlar el temblor con audacia.
Acompaña al coro un silencio que engorda la musicalidad de las voces. Por el
día vuelta al féretro, a la caja donde reposa su barriga el violonchelo, a su
silencio que aterroriza sin saberlo.
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