El escéptico sospecha que los
descansos que ofrece la vida son para prepararnos a sufrir más. Sufrir es
sentir y a veces eso compensa. Estamos capacitados para imaginar, prever, vivir
antes de la vida. En ese determinante azaroso de la evolución hemos sobrevivido
porque sabemos de la muerte y jugamos al escondite, porque si es necesario
inventamos dioses, y si se tercia los matamos con la misma facilidad. Nuestro
objetivo es perpetuarnos. Para nosotros nada tiene sentido sin nosotros. Quizá
el universo sólo sea una representación ilusoria de quien lo observa, y por
ello no logramos contactar con ningún ser vivo que nos siga el juego. A veces
dudamos de nuestra consistencia y queremos dar con vida extraterrestre. Por
sentido común y nivel de probabilidad, decimos, como si nosotros fuéramos
fruto del sentido común o de una alta probabilidad. Inventamos en su día la
moral para disfrutar de las sombras que se extienden en el paraíso perdido del
que nos ha tocado ausentarnos. Juzgar las sensaciones, qué gran desvarío. El
místico se deja penetrar desde dentro. Sus derrames son profecías. El placer y
el dolor cocinados como carne y pescado en la misma sartén. Cuando el éxtasis
alcanza a dos amantes, queda el éxtasis y se disuelven los amantes. Sí, sabemos
lo que es bueno, pero tememos su poder. El mundo lo retransmiten los informativos:
sadismo condensado y puesto en escena por una cara agradable. Nos sentimos tan
privilegiados ante el dolor ajeno, que no dejamos de preocuparnos por él. Desde
hace meses nadie llama a la puerta para venderle enciclopedias, ni vida eterna.
Ha puesto un anuncio en el periódico: en estos tiempos de crisis, alquilo
ventana, vistas deprimentes, buena altura, pavimento urbano de calidad,
eficacia asegurada, pago por adelantado.
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