La inocencia desmonta el modelo
ficticio de los adultos. A la inocencia le pellizcamos la mejilla porque no
sabemos hablar con ella. La inocencia no distingue a qué lado de los barrotes
habita la libertad. A la inocencia, sólo emponzoñándola puedes conseguir que
renuncie a sus virtudes teologales. Si logras hacerla sentir culpable puedes
derrotarla, condenarla a una existencia mortecina. Cuando un niño se hace el
muerto es porque recuerda de dónde viene. Un niño miente porque teme a aquello
que los mayores llaman verdad. Un niño es cruel para medir las fuerzas de los
adultos, descubrir los límites que lo rodean y conocer hasta dónde soporta una
víctima sin rebelarse. Los resultados suelen sorprenderle.
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