La huella que deja mi cuerpo en las
horas muertas, el sofá la reconoce. Él masajea mi espalda y ausculta el vacío
del ano entregado a sus monólogos. Mi sofá me duerme con sus florituras de
tela, recibe mis olores con la mansedumbre de un animal de compañía en quien
vuelcas tus impotencias. Derramo sobre él sobrantes de cerveza y lo someto a
sesiones de sado apagando cigarrillos de tabaco liado. Se amolda a un peso que
no es el suyo y guarda secretos que no importan a nadie. Si pudiera escribir de
mí como yo de él, acabaría con la escasa honra que me queda. El sofá tiene
memoria y me recuerda las verdades que balbuceo en medio de la ebriedad. El
sofá es fiel porque sus patas no sirven para andar, de lo contrario se alejaría
de mí como los demás.
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