lunes, 24 de abril de 2017

La muga.



            La luz de la piedra medieval canta en directo a los siglos venideros. Ahí va tu vida ascendiendo con sudores a una cumbre difusa, aficionada a los trucos de magia que aplaudimos porque nos gusta el autoengaño más que a un médico de la SS dar de alta. Por la cuesta rueda el tiempo que no existe y cae por la sima que no se abre. Un segundo, solo un segundo solo, sin tildes, equiparando al solitario con los demás, largo porque es único, no hay más que un segundo, piénsalo durante un segundo: ¿alguien oye los dolores de su parto o los estertores de su muerte? Un segundo atemporal como el vuelo de un cerdo o el ronquido de la escarola. Rueda por el cantón, con la memoria escalonada, el segundo, tu segundo, nuestro segundo que es el primero y el último, el único donde se funde el queso en el plato, tu vida en el cantón, tu estómago repitiendo los cantares medievales, todo rueda menos la rueda que gira durante un segundo. Has perdido el tiempo leyendo esto, has perdido tu segundo y ahora es tarde, se acabó.


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