jueves, 29 de junio de 2017

A modo de epílogo epidural y epifanía epitáfica.



            El humanista Gonzalo Correas, gran refranero, escribió que se usa la expresión son habas contadas "cuando se echa cuentas de cosas claras y ciertas, y granjeos y ganancias que se harán". Se remite a la ancestral costumbre de contar y votar con habas tanto en ámbitos públicos como privados.

            Este libro de habas contadas ha pretendido echar cuentas de cosas claras y oscuras, ciertas y aproximativas, aunque sin opción de ganancias contables. Un paquete envuelto con sabrosas viandas, escenas que en sí mismas son historias, breves, pero completas. Historias que abren la puerta a otras iniciativas a la hora de contar con más extensión, de forma más prolija, las eventualidades de un personaje o de una idea. He pretendido cerrar la boca antes de dar por resueltos todos los enigmas.

            Se arriesga en la hipótesis de que el gran Pitágoras de Samos creía que las habas también tenían alma y por eso se autoinmoló ante un campo de esas leguminosas por no pisarles las ánimas, tan frágiles al pie humano. En cualquier caso, yo sí creo que estas habas contadas que aquí acaban y han sido escritas con toda el alma, tienen una trascendencia que va más allá de lo evidente. Lo efímero en ocasiones vuelve a nuestro magín para quedarse.


            Rechazar la paja no es desmerecerla. Es que en ocasiones uno solo quiere apuntar con el dedo sin tener que perfilar al detalle la figura apuntada. Ser honesto es una obsesión en la literatura. No decir más que aquello que se ha visto, aunque sea entre brumas. Me gusta arriesgar sin caer en el engaño ni en los inventos imposibles. Buscar la sencillez para transmitir la emoción es un objetivo ambicioso.


            "Aunque al principio lo atractivo de cualquier texto sea el tema que aborda, es el lenguaje el que lo sobrevive", leo que dice el periodista y escritor Jaime Fernández en su blog En Lengua Propia. Y estoy de acuerdo. Pero a veces, demasiadas, las palabras se conjuran para traicionarnos y dejarnos en feo delante de las visitas. Y lo maravilloso es que en esas ocasiones suele producirse la magia, la conexión con el otro, con el que recrea lo escrito y el que lo dirige a su terreno biográfico. Allí están bien las palabras, en casa de otro, independientes y con cierta presunción respecto al que las ordenó sobre un papel.


            Paul Auster niega que escribir sea algo placentero. “Es un trabajo duro y se sufre mucho. Por momentos uno se siente inepto: la sensación de fracaso es enorme y eso significa que no hay sentimiento de satisfacción o de triunfo”.


            El sentimiento que tengo en estos momentos es de tensa liberación. Adiós a este bulto sospechoso, aunque sepa que volverá a casa a lavar la ropa, a llorar cuando el mundo cruel le dé la espalda y que me visitará los domingos a probar mi exquisita paella de conejo.

            Lo dejo marchar sabiendo que sus calambrazos en el estómago durarán mucho tiempo. Pero hay que ocuparse de otros asuntos. No conozco la satisfacción plena. El espíritu mordaz, cada vez que mira la vida, no puede dejar de pensar que tiene truco.

            En ciertos momentos he prescindido del gusto, de los placeres estéticos a sabiendas que al final reinaba el desencanto. Los exorcismos sacan lo mejor de nosotros.

            Mis respetos desde este epílogo epidural y epifanía epitáfica, a esos hombres a quienes nunca les pesaron los pies, ni sus pasos se vieron clavados en la tierra. A esos hombres que parecen flotar mientras los demás nos arrastramos. Son hombres libres, caballeros de valores contrastados, que los defienden con coraje sin atender a coyunturas o ternuras. Ya no quedan. Va por ellos, por los inexistentes.

            Por último quiero hacer mención a otro hombre, a otra historia casi verídica, a un tipo que quizá no pertenezca al del grupo anterior, ni falta que le hace. Va por ti. Responde al nombre de Maimónides. Es cordobés y filósofo de baratillo. Luce en negro unos ojos hundidos al fondo de los telescopios que usa de lentes. Barba habitada por una fauna sin clasificar en las enciclopedias y una dentadura donde las eses han encontrado un retiro paradisíaco. Su edad, indeterminada, como suele ocurrir con los hijos putativos de la calle. Es un tipo que frecuenta los pórticos de las iglesias para reírse de las beatas, más que por pedir una limosna que no necesita. Allí puedes acudir a escucharle buenas historias. Las inventadas son las más interesantes, aunque también salpica su discurso con algunas de las otras, más creíbles. Ha necesitado mucho tiempo para superar su adicción a profesiones estrafalarias y frustrantes. Todas las ejerció en su día. Paso a enumerar parte del vía crucis de una trayectoria laboral que sobrecoge: dependiente en una tienda de golosinas, secretario personal de un echador de cartas, masturbador de reses, analista de flatulencias,  empleado de videoclub, representante de estiércol, maquillador de cadáveres para una funeraria, cantador de bolas en un bingo, limpiador de pista en el circo…

            Ahora está curado. Vive del cuento que acabo de contar y de una pensión por incapacidad grave, la del escritor soliviantado. La sociedad socialdemócrata le mima mucho. Son habas contadas.



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Fin.


martes, 27 de junio de 2017

Ante el último acto.



            En la búsqueda de refugio dejó un rastro de agua, un charco de ignominia. Hizo cumbre para esquivar los obstáculos entre el cielo y su cabeza, donde tenía tatuada una cara que no apreciaba. Cuando estuvo arriba miró la pendiente y reconoció la locura. Las huellas nacen en la arena y mueren en el agua que viene a su encuentro. Girar alrededor del planeta será un viaje turístico para los que no se mareen ni tengan apego a esta casa de muñecas. Se sentó junto a unos amigos a confesar que el dinero le ocupaba mucho tiempo, porque mucho era su capital. Los amigos se ofrecieron a aliviarle la carga. Ofendido, se marchó sin pagar la cuenta. Un rico nunca rebusca en los bolsillos, sus gestos son suficientes para saldar deudas. No hace las maletas porque allá donde va es su casa. Amasó dinero con pocas ganas de trabajar y mucho talento. Ahora la tierra y su gravedad le pesan. La enfermedad que tanto define a los mortales se ha convertido para él en una obsesión que no deja de mencionar. Toma un tren y lo hace descarrilar por darse el gusto de conseguir una fotografía impactante. Tanta extravagancia termina por aburrir. Las palomas son animales urbanos que mueren en las calzadas con sangre en las alas. El no conduce. El chófer es el culpable. La conciencia del rico está protegida por un manto mágico. Los electrodomésticos, los remiendos, los plazos fijos, se alejan de su realidad como un artículo de investigación médica en una revista especializada lo hace de la sanidad dispensada en los hospitales. Está enfermo de hipocondría, que es la enfermedad de los sanos que no terminan de creérselo, y con razón. Los finales felices son pausas, no finales. El final verdadero no permite dos versiones distintas, ni sugerencias de los actores. Nadie sale de los créditos a contarte cómo acabó todo. La altura siempre tiene un referente más alto.


lunes, 26 de junio de 2017

Un personaje se rebela.



            En la primera página, sin apenas dar una explicación, el protagonista abre la mano y una pistola automática resbala por ella hasta caer al suelo con una bala menos en la recámara. En la página treinta y ocho todavía resuena la caída del casquillo, y las huellas parlanchinas ponen en apuros al personaje con quien el lector se siente identificado por una extraña empatía hacia las mentes atormentadas. - Aquel tipejo merecía morir - nos dice desde su sórdido escondite a las afueras de una ciudad no nombrada. Así se juega a la ruleta rusa con la vida de papel desde el escritorio de un novelista que huye del horario de oficina, del trabajo productivo, para que leer perjudique seriamente la salud de algún incauto. Total, sale casi gratis deslizar hasta el delirio la historia de un personaje. Pero el autor es tan mediocre y el protagonista tan potente, que éste último se escapa de su alineación justificada sobre el documento de texto y se lanza al cuello del abajo firmante con el propósito de convertirlo en anónimo. La cabeza rota como un muñeco de parabrisas cae sobre el teclado, y el personaje se vuelve a su huida literaria antes de que alguien entre y confunda la realidad con la ficción. 


viernes, 23 de junio de 2017

Dos sin tres.



            Se abrió la puerta del ascensor y pensó que a esas horas de la madrugada aún estaba teniendo un sueño calenturiento. Él, como todos los que duermen en fases cortas y están en continuo proceso de dejar de fumar, suele desvelarse de forma reincidente. Es por lo que busca la calle a cualquier hora empujado por la desazón de unos pulmones que bufan como un toro con dos estocadas. Pero piensas que la soledad será la única que te acompañe al coger el ascensor hidráulico en un edificio habitado principalmente por jubilados que no trasnochan ni madrugan. Por eso le sorprendió la escena. Bueno, no solo por eso. Sin duda había sitios más recogidos para la faena, pero el calentón  parecía haberles impedido cualquier miramiento o búsqueda. Antes de hacerse una exacta composición de lugar, escuchó los inconfundibles encontronazos de la carne, y luego se percató de que la mujer estaba a cuatro patas y que lo miraba sin darle importancia. Es más, parecía alegrarle que se llenaran las gradas. A su espalda, un muchacho bastante más joven que ella, martilleaba con sorprendente furia, como si quisiera hacer pasar el clavo hasta el otro lado del panel. Incrédulo y atraído, con una mano sujetando la puerta del ascensor, se quedó contemplando a la salvaje, primaria, visceral pareja. No sentía ningún tipo de excitación, sólo asombro, como cuando en los documentales veía a la leona abalanzarse sobre el cuello del cervatillo: instinto, crudeza evolutiva. Los humanos solemos escondernos para follarnos. Pero aquella pareja que lanzaba envites corporales de esfuerzo casi olímpico, agradecía la presencia de un discreto y embobado espectador. La mujer aulló a la luna que se colaba por la ventana del rellano de la escalera, mientras el muchacho babeaba sobre sus nalgas. Aumentaron el ritmo de la friega hasta dedicarle a su anónimo admirador el derrame azul que cayó sobre el suelo de mármol. No quiso ejercer más de mirón y cogió el camino de las escaleras encendiendo el deseado cigarro sin más esperas. Su primera calada fue de una intensidad que casi le ahoga. En el fondo de la postal nocturna quería amanecer. Ya en la calle, y con el segundo cigarrillo encendido, supo que regresar a su cama era citar a la depresión acolchada, y más después de haber presenciado la pujanza de la vida derramada con generosidad en aquellos cuerpos. Hacía varios meses que una señora no se enredaba entre sus piernas. Fumar es un verbo que se conjuga solo, al contrario que el fornicar. Te vas haciendo celoso de tus rarezas, de las pajas distraídas con la mujer del tiempo al final del noticiero. Sí, clareaba. Observó desde la distancia de su paseo inconsciente cómo la mujer y su efebo salían del portal después de haber germinado el vacío. Iban sin tocarse, sin hablarse. Supo al verlos marchar, que todo hijo de vecino camina cuesta arriba, aunque disimule.


miércoles, 21 de junio de 2017

La melodía de la infidelidad.



            Cuando se apagaron las luces que dejan al público desnudo de protagonismo, el ojo apuntó al escenario. El lamió la boquilla de su saxo, dejando claro desde el primer instante que estaba dispuesto a ponerle los cuernos con aquel instrumento que le aupaba a infaustos placeres de la mano de un sonido que era su propio estómago regurgitando. Nada ni nadie vibraba mejor que aquel saxofón con el movimiento desenfrenado de sus dedos. Su mujer, desde la primera fila, supo que ella era la otra. Se trataba de una lucha desigual. Cómo batallar contra la hipnosis que produce la creación, contra la magia de un momento armónico donde el músico da con la tecla de sí mismo, con el silencio imbatible.


martes, 20 de junio de 2017

El Penado.





            Diez años encarcelado y todavía reza arañando las paredes. Cada gota de sangre es una cuenta de su rosario. Con las manos encallecidas abre un túnel a los ángeles para celebrar con ellos orgías místicas en la celda, que usa como si fuera un santuario de orines. El recluso de la celda catorce juega a las preguntas de trivial con un sicario del narcotráfico, baraja el bien y el mal, y lo que gana en rabia lo pierde en ganas de vivir. Un dado flota sobre las literas y sale un seis de fuego. Fuera, los dragones trajeados que lo encarcelaron roban con sus mecanismos de contabilidad creativa, e incendian el sistema ajenos a los perdedores. El preso con fiebre visionaria no sabe si está en prisión o en un convento. Llama al funcionario y le estrangula mientras eleva un responso.



lunes, 19 de junio de 2017

La escena y sus ángulos.




            En cuanto ese cabrón mala sombra se encaramó a la escalera para cambiar la bombilla del rellano del cuarto piso en el que nos odiamos a diario, supe lo que tenía que hacer: lanzar una patada a su único soporte y en la caída ayudarle con un empujón hacia los peldaños de granito que le llevaran hasta el tercer piso, no sin antes desnucarse.


            Cuando estuve subido a la escalera para cambiar la bombilla del rellano, observé en ella esos ojos en permanente combustión, ojos con los que solía regalarme reproches silenciosos cada vez más a menudo, esa sinopsis del drama que estaba urdiendo para colocarme en el papel de víctima. Parecía que había ido llenando su recipiente de ira durante años y ya era hora de desalojarlo. Maldita bruja. Pateó la escalera portátil y me empujó hacia los peldaños, que impenetrables a mi cabeza le ayudaron a rematar su plan.


            Cuando llegué, después de escuchar un fuerte golpe en las escalera, me encontré al perjudicado con los miembros en distribución anárquica y la cabeza chorreando una sangre muy oscura. Su mujer no disfrazó los hechos y asumió de inmediato el homicidio, aunque matizó que la premeditación fue de apenas unos segundos antes de consumar el acto.


            En el mundo hay tres tipos de personas: los que hacen la Historia, los que la sufren, y aquellos que la cuentan.


            Vale, de acuerdo, también están los emoticonos, pero eso es  tema para otro día.


viernes, 16 de junio de 2017

Sórdido.



            Me atrajo con el imán de lo primario, la razón cedió el paso caballerosamente a la genitalidad sin adjetivos, sentada en el bidé me extrajo el kinder sorpresa que respondió con la seguridad de quien se siente interpelado y admirado, chupó mientras yo leía pareados ofensivos en los azulejos, desahogué sin gusto ni pena, me fui sin hablar, la dejé limpiándose la barbilla, mañana amanecerá nuboso y es muy probable que vuelva a vejarme sin necesidad.


jueves, 15 de junio de 2017

A ciegas drogas.



            La lucidez llega cuando llevas medio camino recorrido en tu caída por el barranco, allí donde el árbol inclinado se rinde a nuestra terquedad. La luz viene de arriba y sólo cuando no queda trayecto hacia abajo, la vemos. La adicción nos ha destruido. Y en ese derribo ha caído el velo embrujado que nos retenía. No somos libres aún, pero las cadenas ya no nos deslumbran. El camino tira de nosotros como las escaleras automáticas de unos grandes almacenes: ritmo pausado y seguro. El tiempo se detiene a tomar café en una mesa camilla y abraza a la mujer cuyo cabello se cuela por el circuito sanguíneo, sus pechos se aplastan contra el suyo y las manos se lanzan por el tobogán de risas que es su espalda. Un pasmo se dibuja en la cara, un continuo vaciado por donde corre el pensamiento estable. La luz hace invisible al individuo. Si no fuera por los alaridos del cuerpo se disolvería con total naturalidad. Y se acabó, para qué más. 


miércoles, 14 de junio de 2017

Mujer y color.



            Con la edad los apegos terrenales se acumulan y la muerte se convierte en un puerto de categoría especial. Me confías esta reflexión que leíste no sabes dónde mientras enciendes un purito largo y elegante que baila confiado entre tus dedos. El humo te ataca a traición los ojos y das un manotazo que dibuja figuras extrañas que se mantienen como una representación de marionetas sobre tu cabeza. Habías dejado de fumar, pero comprendiste que la salud no es suficiente razón para estropear la estética en una mesa con café y copa. Allí tu mente se entrega a divagar y a seducir. Bebes, fumas, las manos ocupadas, el gesto entretiene las miradas mientras los trucos de magia van cayendo ante una audiencia cada vez más arrebatada. Las arrugas se dibujan en tu frente con cada calada, y ese acartonamiento natural logra atraer la atención de adolescentes o de divorciados en segundas nupcias. Sacas otro y te lo enciendo sin que digas nada. Me echas el humo como agradecimiento. Eres la musa algo loca del barrio. No podemos aspirar a mayores intelectualidades. Bebes y fumas más de lo que pagas, faltaría más. Aún hay caballeros e idiotas que sisan a la parienta para ser generosos con la manecilla solitaria que cumple con los horarios más necesitados. Vino el invierno y la calefacción siempre estaba estropeada. Nos pegábamos más unos a otros, y fumábamos del mismo humo. Las palabras calentaban a los atormentados que salían del curro con las costillas doloridas. El paladar casposo y la piel seca daban aviso de que cada uno debía ir yéndose a su nido, solo o acompañado, que es doblemente solo. Una tarde no acudiste a la cita. Habías dejado sin pagar el alquiler del piso y nadie daba fe de ti. Lo comprendo: una musa ha de buscar nuevos parroquianos a los que elevar la imaginación a nuevas cumbres antes de morir. Ahora el barrio es como los demás, llenos de bocazas que creen saber de todo para mayor gloria de su ignorancia. Hecho de menos el fumar pasivo, y la picardía de unos labios siempre ágiles.


martes, 13 de junio de 2017

De puertas adentro.



            Su locura, que fue diagnosticada en el patio de vecinos, se limita a una desazón intelectual. Quiere saber quién es su interlocutor cuando está solo. Esos diálogos tan fructíferos deben, según él,  tener protagonistas con nombre y hasta apellido. Leer en un espejo es entenderlo todo al revés, así que debe existir otra fuente de discurso que vaya más allá de la simetría. Mirar al techo es como padecer una lluvia de folios en blanco. Debe haber alguien en las réplicas, alguien que aparezca en los momentos de apertura mental, propia de los niños o de los temerarios. Desconecta los aparatos de la casa por donde puedan colarse extrañas energías, y se lanza a una prospección del campo abonado. Encuentra cosas como esta: Los animales son lo que son, las plantas son lo que son. Lo que somos los hombres depende de lo que pensemos que somos. Es algo que había leído por ahí sin que dejara aparente huella. Ahora surgía con fuerza cuando el maremagno de ideas comunes que sirven para funcionar, había decaído. Un frontón que devuelve las pelotas cuando ya no las esperas; ése puede ser su interlocutor. Quizá sea una estructura paralela que funciona de forma autónoma a las circunstancias, pero respetando el paso del idiota. Evolucionar hacia uno mismo. Una obra lo es tanto en la primera página como en la última, aunque hasta el final no se comprenda en su totalidad. Los circuitos que movilizan sus músculos están apagados. Ni rascarse puede. Escuchar al interlocutor exige dedicación plena a todas las zonas del cerebro. La intensidad de estas palabras-símbolo, palabras-imagen, no es comparable con ningún otro registro lingüístico o experiencia vital. Van acompañadas de realidad profética y de cambios profundos en el conocido como loco del barrio. Vive en una soledad coral y no responde a preguntas sobre creencias. El sabe qué experimenta, y no piensa dar carnaza al amarillismo filosófico. Han pasado las horas. El sueño le vence. Vuelven a activarse zonas comunes combinando datos triviales y componiendo escenas surrealistas en su fase onírica. Despierta y sigue con su vida. Ahí va el loco, qué majo, hablando solo y buscando respuestas a preguntas que nadie formula.


lunes, 12 de junio de 2017

Juntos.



            Tenemos facilidad para juntarnos. Si hay música, si los actores se mueven por un escenario, si proyectan una mentira o hay una presentación del libro impresentable, si se da una conferencia en día de lluvia o juega el equipo de la ciudad, nos juntamos. En las puertas de los grandes almacenes cuando dicen que rebajan lo que antes subieron, la caterva se codea con ímpetus corporativos. En algunos países se casan a la vez cientos de parejas aprovechando alguna fecha significativa, algún eclipse, o las palabras de un predicador tan sicótico como seductor. En otros sitios se suicidan en grupo para traspasar el umbral del paraíso cogidos de la mano y del cuello. El grupo nos protege de nosotros mismos y una fuerza independiente parece tirar de los individuos. Programación de serie. Obtusos, vemos una verja y sabemos que nos reta a ser traspasada. Un mensaje y se citan miles de personas. Una explanada y necesitamos llenarla. Un apagón, y la jodienda se contagia tras las ventanas. Cuando alguien quiere manifestar su desesperación dice que se siente solo. Las procesiones, los caminos de peregrinos, las urnas, las travesías, las plazas, las cárceles nos sirven para formar racimo. Hoy nos manifestamos por la paz, mañana por la guerra. Hoy saltamos hogueras, mañana apagamos fuegos. ¿Vienes?  Vamos.


sábado, 10 de junio de 2017

Grafía del porno y compañía.



            No sabe igual la infidelidad que la monogamia, ni juega en la misma división la zoofilia que la antropofagia. La calidad de las mamadas no depende de la saliva tanto como de la postura sometida del chupón. No es lo mismo de frente que de espaldas, ni la penetración por su conducto tradicional que por el orificio sodomita. El acato también es un atractivo para ciertas prácticas. Un poema supuestamente estético y por lo tanto ético, huye de los mocos del placer cárnico. Pero sin pornografía no se entiende al hombre moderno. De un polvo vienes y en polvo te convertirás. La exploración de los límites sexuales es una actividad demasiado generalizada para obviarla con códigos penales. Nuestros cuerpos se reivindican en el dolor que gusta, en el incesto que se niega, en la fornicación pública, en el fetichismo del coleccionista, en los juguetes de plástico que nos acompañan, en las orgías de salón con olor a miseria, en la infecunda y transitoria realización de depravadas fantasías. La pornografía mata la imaginación convirtiéndola en realidad satisfecha. Qué sabe el amor de todo esto, cómo sobrevive entre tanto pedregal, es algo que sigue siendo una incógnita. 


viernes, 9 de junio de 2017

La cita.



            Como si un bebé se atragantara dentro de tus pechos, eres trance, y yo un espectador algo confuso, te retuerces en el asiento del copiloto como una serpiente drogada con su dosis de sexo amateur envenenándote la sangre, y sé que no me necesitas para ese fragor de mujer en la hoguera, que escandaliza con sus movimientos pélvicos que juegan a la peonza, estás como poseída e intento devolverte a la realidad con un beso, pero me arrancas la piel a dentelladas, dentro de ti los ángeles con diarrea vuelan en círculo y los budas bailan una jota nudista, empiezo a estar asustado, a mi glande le han caído mil arrugas en este último minuto, arranco el coche queriendo dejar atrás tus levitaciones de orgasmo mientras suavizas la voz y me confiesas tu adicción al amor en salsa verde, esas complicidades tuyas licencian al oyente en sacerdocio o psicoanálisis, por qué no te callas me pregunto en silencio, tus confidencias suenan a roto, a esguince del corazón, contigo la conquista pierde su sentido lúdico, hablas con la habilidad de un albañil curtido en tapias, escucho la traducción simultánea que me llega de la profundidad de tus piernas, recorto las distancias para que te calles y te invito al picadero de mi coche, al primer roce doblas el espinazo en busca del gusano, al primer beso abres la boca como una trucha fuera del agua, cierras los ojos y emites gruñidos de ultratumba, da miedo tu forma de amar, de amarte.


jueves, 8 de junio de 2017

27 letras bien ordenadas y 5 dígrafos.



            Cada día unas líneas, escritas o sugeridas, con su afán de relato o poema, con sus frutos asomando entre las hojas. Cada día una lectura, un bálsamo que apacigüe las ansias de los interrogantes que crecen según acumulo colesterol en la sangre y los riesgos son mayores. Las letras sirven, ¿sirven?, para sentirnos acompañados por nombres que se refieren a cosas que ocupan espacios que duermen en los tiempos de un planeta rechoncho. Las letras tan conjuntadas como un traje de etiqueta, tan limpias, tan orfebres de la mentira que nos embauca con nuestro consentimiento, de la fantasía que nos contradice, de la memoria que se tergiversa dependiendo si es la hora de la merienda o de la cena. Masticadas, bebidas, las letras; creciendo hasta las palabras, recorriendo tramos fraseados, completando párrafos como chalés adosados, hasta acercarnos al centro de la ciudad. Letras, un mundo de animales acuáticos buceando en el silencio que se condensa,  flota, y subyace bajo los pies inseguros que caminan y olvidan el agua que los escupió. Cada día, cada ahora; no luego, ahora. El ahora está lleno de letras, algunas ni se pronuncian. Ahora. Es presente. Siempre es presente, no podemos ser en ningún otro lugar o momento. Solo en el resbaladizo presente. Lo demás, paparruchas proyectadas para no estar aquí, para no estar. Para no. Paparruchas. Me gustan las letras repetidas en una palabra. Son graciosas: una erre que erre. Cada día unas líneas. Las letras son la pintura con la que decoramos los espejos, los interiores con afán de ser vendidos. Estamos a la venta. Pasen y vean, o lean. Estamos en un escaparate, expuestos. No hay nada oculto. Lo que ves o lees es lo que yo sé del asunto. Escribir, al contrario de vivir, sólo se conjuga bien en singular.


miércoles, 7 de junio de 2017

Un relato que es una estafa.



            En la primera página se describe cómo el protagonista abre la mano y una pistola automática resbala por ella hasta caer al suelo con una bala menos en la recámara. En la página treinta y ocho todavía resuena la caída del casquillo, y las huellas parlanchinas ponen en apuros al protagonista con quien el lector se siente identificado por una extraña empatía hacia las mentes atormentadas. - Aquel tipejo merecía morir -. Así se juega a la ruleta rusa desde el escritorio de un novelista que huye del horario de oficina, para que leer perjudique seriamente la salud. Total, sale casi gratis.


martes, 6 de junio de 2017

Un recuerdo calcificado.



            Ella murió hace unos años. Pensaba que con el paso del tiempo… pero no. Sigo sobreviviendo con ese truco de mantener una conversación fuera y otra dentro, como si estuviera en dos continentes a la vez. No se olvida, sólo se convive con un jodido techo que no contesta a ninguna de las preguntas. No he ido donde están sus huesos. No me interesan los huesos. La quiero a ella y sus huesos nada saben de ella.


sábado, 3 de junio de 2017

Un mal día.



            El destello de un grifo de acero inoxidable para quien cree que se ha acabado su tiempo, es una predicción de luz artificial casi perfecta. Me han defraudado los cuerpos, empezando por el mío. Sus dolores son más fiables que los apetitos que lo asaltan. Ella se fue porque no se sentía suficientemente valorada. Para irse, me echó. La deseaba, claro que sí, pero tenía que disimular. Uno tiene su reputación. Ahora me dedico a reivindicar mi no existencia como si fuera la clave que resuelve los misterios del universo. Anhelo la muerte física, la única demostrable, para demostrar que tengo razón. Las contradicciones siguen haciéndome cosquillas. Sí, creo en la química, en el abismo que se cernía sobre sus ojos cuando estaba amando. Supe que si hubiera estado a su mismo nivel, habríamos creado la eternidad, pero me encontraba analizando la situación en vez de vivirla. Es el cáncer de todo escritor, un cáncer maligno cuando eres un mal escritor, como es mi caso (ni Borges ni yo hemos ganado el Nobel. Yo aún estoy a tiempo). Antes de que acabe la escena, antes de que ella diga su frase, me visualizo en la pantalla transcribiendo una vida no vivida. Por eso también, una razón más, se fue echándome. No podemos elegir nuestro decorado último. Ella no traicionó su ideal sobre el amor, aunque fue fiel a costa de los dos. Mi cuerpo la recorre en su memoria centímetro a centímetro, y aún se estremece. El álbum de mis recuerdos es un caos, en él se mezclan silencios cargados de intención con chorros de semen sobre el sofá. Por culpa de mi cinismo también se fue echándome. Bajo a tomar una copa al bar de abajo. Los pequeños vicios son latigazos que sueltas sobre la espalda de tu enemigo. Disfrutas matando poco a poco y escondiendo la mano. Luego llorarás, pero sin saber bien por qué, la costumbre quizá. El asesino profesional evita el contacto sentimental con su víctima. Un hombre se siente en paz tocándose pausadamente los huevos, como si jugara con dos planetas simétricos capaces de generar vida extraterrestre. Por eso ella se fue echándome, por ser un huevón al que le cuesta echar raíces en tiestos de interior. Lleno la bañera, no cierro el grifo y dejo que el agua busque su sitio. Me voy sin darme la vuelta, esperando ver la inundación en los periódicos de la mañana. Huyo, una vez más, a seguir teorizando.


viernes, 2 de junio de 2017

Solos en pareja.



            Remolca los pies como si fueran penitencias de condenado que no cree en el indulto. Se arrastra por un corredor de inciensos y beatos meritorios hacia la sala sin salida donde espera la mujer que a fuerza de amarlo, tanto le asfixia. Pasa de ser un ángel asesor a mayordomo de esclava. Así es su relación desde una tarde que se prolongó entre las sábanas mientras al otro lado de la ciudad moría una madre. Apenas hay charla entre ellos, apenas se esfuerzan por encontrar gestos cómplices. Simplemente, cuando toca, ella se abalanza con la boca entreabierta a la caza de su gusano gruñón de camisa arrugada y sombrero de copa que escoge como guarida el vértice de sus piernas. Se hacen daño con la excusa del amor. Se embadurnan los cuerpos con babas corrosivas. A veces, fornica sobre él mientras sostiene abierto un libro, generalmente de Leopoldo María Panero, donde lee zarpazos hirientes, provocaciones ridículas, discursos inconexos, destrucción en rebajas. Lee al escritor que escribe sin conseguir evitarlo, igual que otros odian con la tristeza de la costumbre. Lee y busca en la locura un perdón. Ella le posee sin absolver, como un animal apaleado. La locura que sirve para esconderse resulta decente. Es una locura que succiona, ordeña orificios. Se despatarran en el sofá y acunan el crepúsculo de barrio, que es ocaso caducado. El se distrae en el nubarrón del tabaco. Ve cómo se escapan por los bordes de su tanga tentáculos rizados y anémicos que ensombrecen los muslos. Ella tiene el pelo revuelto y gotas de salitre en el ombligo. Los objetos que les rodean ocultan un ente sordomudo. Están cerca las cosas y cuesta trascenderse para acceder a ellas de manera simbólica. Pesan demasiado. El se sumerge dentro de una ficción de alcoholes, abotargada la cara, hinchado el estómago, y convertido este cáncer en incurable por falta de compañía en compañía de ella.


jueves, 1 de junio de 2017

Quemazón.



            El juego de los dedos que se demora en un intercambio, que confunde la sangre de las yemas con representantes del corazón. Las terminaciones nerviosas nos liaron y mi boca se abrió a tu paso. La forzaste con una lengua golosa que deseaba superar los límites de mis labios. Te agarré las formas que en tu genética son presentación de merengue. Queríamos traspasarnos a empujones, transplantar los órganos vitales y quemar el deseo en la carne emparrillada del otro. Ese punto donde el arañazo, la uña apuñalada, el mordisco cavando heridas, se convierte en dulzura, en placer de catador de los mejores caldos. Ese punto donde la cordura se trastorna y no es capaz de testificar ante un delito flagrante. Un placer que hace llorar con la beatitud de un responso gregoriano, y que nos arrebata cuando la ropa construye el lecho con sus jirones caídos al sumidero de tus pies desnudos. Un morado de mi nalga se despierta cuando tu mano azota con la disciplina de madrastra. Me rasgas el oído con un penétrame que ya me sabe a intromisión. Se precipitan nuestros movimientos como un vagón de tercera. Será difícil con esta arrebatada violencia hacer encajar las piezas de la coyunda. Me escupes sin querer cuando consigues liberar el regalo que ibas pidiendo, y me haces una tijera con la que cortarme la respiración de las ingles. En el momento del acople, de la luz, del interruptor mágico, se produce la calma, las palabras mimosas, los giros más sofisticados, y el cabello se convierte en cuerda por la que nos vamos descolgando hacia el interior de la celda de este castillo conquistado. Y sé que si no eyaculo pronto, acabaremos por meter la pata en el amor, en el mañana donde empezar de cero con la hormona descargada. Terminaremos por llenar de pinturas de guerra la naturaleza que ejerció su poder en un momento de relajo.