En cuanto ese cabrón mala sombra se
encaramó a la escalera para cambiar la bombilla del rellano del cuarto piso en
el que nos odiamos a diario, supe lo que tenía que hacer: lanzar una patada a
su único soporte y en la caída ayudarle con un empujón hacia los peldaños de
granito que le llevaran hasta el tercer piso, no sin antes desnucarse.
Cuando estuve subido a la escalera
para cambiar la bombilla del rellano, observé en ella esos ojos en permanente
combustión, ojos con los que solía regalarme reproches silenciosos cada vez más
a menudo, esa sinopsis del drama que estaba urdiendo para colocarme en el papel
de víctima. Parecía que había ido llenando su recipiente de ira durante años y
ya era hora de desalojarlo. Maldita bruja. Pateó la escalera portátil y me
empujó hacia los peldaños, que impenetrables a mi cabeza le ayudaron a rematar
su plan.
Cuando llegué, después de escuchar
un fuerte golpe en las escalera, me encontré al perjudicado con los miembros en
distribución anárquica y la cabeza chorreando una sangre muy oscura. Su mujer
no disfrazó los hechos y asumió de inmediato el homicidio, aunque matizó que la
premeditación fue de apenas unos segundos antes de consumar el acto.
En el mundo hay tres tipos de
personas: los que hacen la Historia, los que la sufren, y aquellos que la
cuentan.
Vale, de acuerdo, también están los
emoticonos, pero eso es tema para otro día.
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