sábado, 3 de junio de 2017

Un mal día.



            El destello de un grifo de acero inoxidable para quien cree que se ha acabado su tiempo, es una predicción de luz artificial casi perfecta. Me han defraudado los cuerpos, empezando por el mío. Sus dolores son más fiables que los apetitos que lo asaltan. Ella se fue porque no se sentía suficientemente valorada. Para irse, me echó. La deseaba, claro que sí, pero tenía que disimular. Uno tiene su reputación. Ahora me dedico a reivindicar mi no existencia como si fuera la clave que resuelve los misterios del universo. Anhelo la muerte física, la única demostrable, para demostrar que tengo razón. Las contradicciones siguen haciéndome cosquillas. Sí, creo en la química, en el abismo que se cernía sobre sus ojos cuando estaba amando. Supe que si hubiera estado a su mismo nivel, habríamos creado la eternidad, pero me encontraba analizando la situación en vez de vivirla. Es el cáncer de todo escritor, un cáncer maligno cuando eres un mal escritor, como es mi caso (ni Borges ni yo hemos ganado el Nobel. Yo aún estoy a tiempo). Antes de que acabe la escena, antes de que ella diga su frase, me visualizo en la pantalla transcribiendo una vida no vivida. Por eso también, una razón más, se fue echándome. No podemos elegir nuestro decorado último. Ella no traicionó su ideal sobre el amor, aunque fue fiel a costa de los dos. Mi cuerpo la recorre en su memoria centímetro a centímetro, y aún se estremece. El álbum de mis recuerdos es un caos, en él se mezclan silencios cargados de intención con chorros de semen sobre el sofá. Por culpa de mi cinismo también se fue echándome. Bajo a tomar una copa al bar de abajo. Los pequeños vicios son latigazos que sueltas sobre la espalda de tu enemigo. Disfrutas matando poco a poco y escondiendo la mano. Luego llorarás, pero sin saber bien por qué, la costumbre quizá. El asesino profesional evita el contacto sentimental con su víctima. Un hombre se siente en paz tocándose pausadamente los huevos, como si jugara con dos planetas simétricos capaces de generar vida extraterrestre. Por eso ella se fue echándome, por ser un huevón al que le cuesta echar raíces en tiestos de interior. Lleno la bañera, no cierro el grifo y dejo que el agua busque su sitio. Me voy sin darme la vuelta, esperando ver la inundación en los periódicos de la mañana. Huyo, una vez más, a seguir teorizando.


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