lunes, 26 de junio de 2017

Un personaje se rebela.



            En la primera página, sin apenas dar una explicación, el protagonista abre la mano y una pistola automática resbala por ella hasta caer al suelo con una bala menos en la recámara. En la página treinta y ocho todavía resuena la caída del casquillo, y las huellas parlanchinas ponen en apuros al personaje con quien el lector se siente identificado por una extraña empatía hacia las mentes atormentadas. - Aquel tipejo merecía morir - nos dice desde su sórdido escondite a las afueras de una ciudad no nombrada. Así se juega a la ruleta rusa con la vida de papel desde el escritorio de un novelista que huye del horario de oficina, del trabajo productivo, para que leer perjudique seriamente la salud de algún incauto. Total, sale casi gratis deslizar hasta el delirio la historia de un personaje. Pero el autor es tan mediocre y el protagonista tan potente, que éste último se escapa de su alineación justificada sobre el documento de texto y se lanza al cuello del abajo firmante con el propósito de convertirlo en anónimo. La cabeza rota como un muñeco de parabrisas cae sobre el teclado, y el personaje se vuelve a su huida literaria antes de que alguien entre y confunda la realidad con la ficción. 


No hay comentarios: