sábado, 11 de febrero de 2017

Penúltima cena.



            Me pesa la mano cuando tu cuerpo sinuoso reclama caricias. Mis venas hinchadas acumulan años de impotencia. Tú eres joven, tanto que piensas que el amor resbala entre las sábanas del verano. Te curvas hacia mí como una estrella menor hacia el centro de su galaxia. La vejez ralentiza el paso porque ya sabe hacia dónde va. Te atrae el ilusionismo de la experiencia, la sensibilidad pausada y la inteligencia forjada a golpes. Pero cuando el letargo, a media luz, te adentra en mi territorio, las sensaciones de la piel se imponen a cualquier control de la razón. Me incomodas con una voluptuosidad apremiante porque ya no puedo jugar a creerme la pasión con este cuerpo mustio, nostálgico de muertos. Tú transpiras vida y necesitas crearla con cada suspiro. Adormeces mientras busco el borde de la cama para saltar al vacío. Lo más deseable de la muerte es que se trata de un lugar sin esquinas. Tus flujos son una sopa fría de esencias silvestres. Los míos, detritus mal envasado. Es esta manía estética la que me impide el engaño en el placer. Qué haces en la ventana. Ven aquí conmigo. Mira cómo el horizonte se pliega en la oscuridad. Aprovecha, cariño, para fijarte mejor en el mural de mi vergüenza.


viernes, 10 de febrero de 2017

Inesperado.



            Tirar del hilo de la incertidumbre es descubrir la certeza agazapada con complejo de niña gorda. Una fuente de luz dirigida hacia los ojos nos ciega. Adoptamos ante ella una postura relativa debido a las circunstancias, pero la aspiración es absoluta. No sé por qué entienden el determinismo como una línea de la que es imposible salirse. Sería un determinismo muy fácil de quebrar. La ley y su trampa. El poder de la unidad es que acepta cualquier proposición sin despeinarse, sin que eso pervierta su esencia. Una razón general, un proyecto inteligente, sólo se comprenden cuando se llega al epílogo. Durante el trayecto, en el transcurso del nudo argumental, la sensación de desamparo, de casualidad, de azar, es permanente. No supiste qué decir cuando llegué borracho a las cuatro de la mañana. Era la primera vez en veinte años que me veías ebrio y regresando a casa a una hora más propia de los fracasados que han tirado la toalla. Vi dibujado el miedo en tu cara. Por un instante sospechaste que el sueño de una vejez, apoyados uno en el otro paseando ternura por las calles, se esfumaba. No hablaste, ni preguntaste. Mi gesto desesperado, mi acción chirriante, eran suficiente declaración para ti. Te miré de frente mientras me iba a los lados, esperando reproches que dieran rienda suelta a las revelaciones. No diste pie a nada. No pude quejarme de nuestra intachable relación. A la mañana siguiente ya no estabas. Supuse que habrías ido a la casa de la sierra en busca de otro destino con su vocación para las sorpresas. En mi interior ya bullía el desarreglo. Y tu contrariedad fue tan grande que no aceptaste las explicaciones. La luz nos aplasta. La unidad permanece cuando todo cae hecho pedazos alrededor, por eso la sensación de abandono es mayor. No comprendo la dirección de nuestros trayectos, la incertidumbre que nos lleva a la evidencia. Una vez nos quisimos casi de verdad. 



jueves, 9 de febrero de 2017

La Hora.



            Es la hora del combate, la hora en que se acaba el compadreo y en las grietas yacen las moscas de invierno o las siniestras cucarachas. Es la hora de entrar o salir; no vale esconderse en el quicio de la puerta. No más prórrogas de asceta estreñido o misticismos de pandereta. El martillo pilón ya perforó la mina para la extracción beneficiosa, o la ruina, qué más da. El sonido de las armónicas rueda por la ladera. Es la hora. Las naturalezas más ricas tardan mucho en pulirse, pero el tiempo exige cuentas antes de echar a correr como bestia huyendo del fuego tragavísceras. El señalado, como respuesta al silencio, debe elegir aunque no esté convencido, debe tirarse desde la altura aunque no haya un par de brazos para recogerle. El elegido es un huérfano que no podrá apelar a quien le reclutó.


miércoles, 8 de febrero de 2017

Entre basuras.



            Preocupante es su nuevo afán por revolver las basuras de la noche, intrigante por los perfiles angulosos que la cortejan. Al pie del árbol en la esquina de la acera, cuando la campana de la torre acompasa el oscuro fondo, roncan las mascotas inermes y levitan los ecos que traen sorpresas desechables. Hurga con la punta del zapato entre las bolsas de plástico: un peine sin púas, una compresa que besó sus labios, cartas y apuntes rotos junto a una intacta botella de orujo que apuntala una silla cansada con solo dos patas. Se agacha ebrio de maravillas para descubrir una delicada jaula que extrae del limbo pegajoso… y comprende. No siempre se tiene la fortuna de descifrar el entorno con acierto, sin juicios contaminados de antemano. Aún dentro, colgado del palo, boca abajo, el canario se aferra con un mordisco de alambre. Duda y hace dudar con sus plumas de peluquería, entre la vida y la muerte del prisionero cantarín. El dueño no se atrevió a tocar la rigidez de su belleza y se deshizo de la escena al completo, incapaz de desarmar las rejas que lo retenían y que se convirtieron en perennes. Cánticos del folklore local en voz de una puta deslenguada suenan calle arriba. La vieja desarrapada surge por detrás de  nuestro antihéroe asestándole un rodillazo, mientras su perro esquelético lo asedia a ladridos. La vieja reclama a gritos su territorio, su puesto de trabajo, su lugar para los sueños. La miseria también tiene registro de la propiedad. Y repasa el botín, cogiendo la inmundicia que los otros curiosos de la basura han dejado. El contenedor saqueado mira al indiferente firmamento.


martes, 7 de febrero de 2017

Salida laboral



            El tipo engominado decidió hacerse delincuente informático por considerarlo el trabajo más fácil del mundo, en un escenario salvaje al oeste de Internet donde hasta los medio lelos se creen que saben manejar una pantalla y un teclado. A costa de los medio lelos se puede ganar mucho dinero. Jobs era un genio, pero no escribió una sola línea de código en su puñetera vida. La vida que homenajeamos es la que se vende como un gran producto de marketing. El negro crea, trabaja y calla. El tipo engominado es  uno de ellos y espera a un colega de transgresiones virtuales en la barra de una tasca con olor a callos. Pide un crianza y se enciende un cigarrillo. ¡Paren de inmediato! Eso no se puede escribir, no es realista, nadie enciende ya un cigarrillo en una tasca. Así no hay manera de confeccionar una novela creíble. Aunque bien pensado, la gente prefiere que la engañen.


lunes, 6 de febrero de 2017

El tendero.


            A los chinos, ecuatorianos y argelinos del barrio, les ha dado por abrir ultramarinos. Son modas, supongo, pues no les veo yo haciendo un estudio de mercado. Montan locales de la nada, con una mano de pintura dada sin ningún gusto, y una luz artificial que ensucia las manzanas. Sonríen y abren la puerta con un ánimo tan iluso que estoy por preguntar a cuánto está la lejía. Su horario es de quince horas diarias, hasta que ya se pudren los aguacates. Pronto empiezan a mirar hacia la acera con tristeza, cansados de hacer guardia en una garita no amenazada por nadie. Caduca el mes, llegan los recibos, el alquiler, los impuestos, el pago del género. Transcurre el tiempo como si fuera un reloj artrítico y los clientes pasan de largo. Los domingos son una excepción, hasta para dios. En las escasas oportunidades que tienen de contactar con el parroquiano, muestran su mejor cara, su disposición gentil y su preocupación casi asfixiante por tus necesidades. Al cabo de cinco o seis meses cierran o ponen cara de haber ingerido dos kilos de limones a palo seco. Negocio tras negocio a pique, con el coste que eso implica y con los resultados calamitosos que eran de imaginar cuando pusieron la primera barca de melocotones en el escaparate. Supongo que eso les esquilmará el escaso presupuesto con el que empezaron, una ilusión basada en las telenovelas. Después del fracaso se van a un locutorio a hablar con su familia y les cuentan que muy bien, que son empresarios del sector de la alimentación y que aquí se vive puta madre o aquello de Alá es grande, que viene a ser lo mismo. Tropiezan con sus propias mentiras, con ensoñaciones de burgueses, sin saber qué es éso. Se gastan los pocos euros que les quedan en máquinas tragaperras, en lotería del Estado (del bienestar) y por último se acercan a la bifurcación de caminos: pasar hachís y coca, vender películas pirateadas, o hacer colas en la asistenta social del Ayuntamiento. Mientras tanto, unos cantamañanas que consideran que la realidad no existe, y que todo depende de cómo la mires, nos cuentan que entre todos podemos mantener este chiringuito abierto.



sábado, 4 de febrero de 2017

Deforme



            La belleza no es necesaria, ni siquiera en el arte. De ahí su valor sin precio. Nunca porta adornos que la desluzcan. Lo que se ve es lo que hay. Nuestros ojos, que aspiran a la inteligencia, precisan de estaciones que cambien el paisaje aunque no cambiemos de lugar. La monotonía convierte la belleza en un plato de lentejas omnipresente. La lógica es bella, al menos tanto como la intuición indemostrable. Lo asombroso es bello por lo inusual. El conocimiento es bello por lo peculiar. La muerte es bella por ser definitiva y girar en órbitas registradas. La ciencia ficción es bella por la ciencia y la ficción. Nacer es brusco, doloroso, impactante; y por lo tanto, bello. Se destrozó la cara en un accidente de coche que se salió de la carretera. Su marido y su hijo que iban delante, se mataron. Ella desde el asiento trasero no vio venir la tragedia y el golpe la sorprendió con el cuerpo relajado y flexible. Pero la cara se le llenó de cristales. Estuvo en coma por el dolor del alma que supera en un millón de veces a la crudeza del cuerpo herido. Al despertar, preguntó por ellos, dónde estaban enterrados, si tenían flores. Le ofrecieron cirugía estética, pero ella prefiere mirarse al espejo y ver la belleza de lo deforme, porque es la única foto que conserva de aquella escena, última vez que estuvieron los tres juntos.  Lo deforme es un cambio en la selección natural, un ritmo distinto, un aviso de la incertidumbre. El cuerpo perfecto es aquél que está en armonía con su habitante. Ella se sentía amputada por dentro y su cara lo reflejaba con fidelidad.


viernes, 3 de febrero de 2017

Nonagenaria



            Empezaron a sospechar de ella a la tercera asistente muerta en circunstancias no aclaradas. Una mujer de noventa años, enjuta, con grandes dificultades de movilidad, era increíble pudiera ejecutar un crimen así. Pero ahí estaban los números y las lápidas. Acudían a su casa las cuidadoras enviadas por servicios sociales, y al cabo de tres meses ya estaban oficiando un entierro en su memoria. Interrogaron a la anciana: qué ocurría, qué les daba a beber, y ella les hablaba de los bailes de su juventud escudándose en la senectud bondadosa. Después de presionarla, acabó declarando que la parca venía a visitarla periódicamente, y ella la convencía de que se llevara a una chica más joven y más apetecible para su mansión no registrada. La dejaron por imposible, pero ya ninguna asistente quiso seguir prestando el servicio. Ahora la anciana empuja su silla de ruedas hasta la escalera e invita a las vecinas a merendar cuando oye que los ladridos de los perros advierten de una visita fantasmal indeseable. A las vecinas, en cuanto entran en el recibidor, les explica enseñándoles la dentadura postiza, que existe un prodigioso y magnífico propósito para su presencia en este mundo, y que se estremece ante tamaña empresa. Les cuenta que la felicidad es saber marcharse, dejar sitio a otros en el momento adecuado. Mientras construye su discurso, les conduce a la cocina donde reposan con intención el café y las galletas.


jueves, 2 de febrero de 2017

Epilepsia



            Un viento rasposo se oye murmurar detrás de la oreja. Viaja envuelto en aros de humo. El elegido por la ruleta neuronal aguarda sumiso la bofetada, la convulsión irrefrenable. No ser dueño de uno mismo es una sensación difícil de interpretar. Ser inquilino al que le vienen a echar de casa no es plato de buen gusto. El maremoto se extiende por el cuerpo mientras el capitán, que ha abandonado el barco, mira desde la orilla con gesto desamparado.


miércoles, 1 de febrero de 2017

En la mina.



    Estalla la luz cuando los cascos abren grutas tierra adentro. Taconean la roca con flamenca tragedia. Desgajan brillos de joyero insolvente cuando los celos se desploman sobre sus cuerpos tiznados, casi enterrados en paz descansen. Viceversa, fuera espera la fiesta, o no espera, la salida del fruto negro cargado en vagones infernales hacia el siguiente anillo de cante hondo, de castañuelas en vasos de vino, con una luna descalza y unas mujeres que dejan el fatalismo para las madrugadas. Los dedos coquetean con la piel afligida de la guitarra. Viceversa, el mar no sabe del mito de las cavernas, de la caja de música que contiene los sueños de una niña que se balancea en la mecedora de la anciana. Viceversa, la historia de un pueblo espera silenciosa los eructos del dragón que traga y escupe su propia mierda. Más temprano que tarde llega el tributo, el duelo contenido, la sabiduría ratificada de que las cosas son así y ya está. Viceversa, la madre que te parió danza sobre el recuerdo del hijo, sobre un hoyo que nunca se cerrará del todo.


martes, 31 de enero de 2017

El verso como animal de compañía.



       Me regalaron un verso como animal de compañía, se orina por las baldosas y anhela atrapar al genio que sospecha se esconde en una botella de lejía. No rima, hace tiempo que mi verso no rima, y se esconde cuando llego a casa con los pulmones cargados de pena. Mi mascota no tiene nombre. Nunca me he visto en la necesidad de llamarlo. Se rasca arrimándose al rodapié. Cuando le enseño una hoja escrita pasa la lengua y deforma en geometrías extrañas la tinta. Su verso es cubista del párrafo justificado. No entiende de grandes obras que lo único que hacen es quitarle tiempo a la gente para que viva.


lunes, 30 de enero de 2017

El forastero





            Suena la misma música tañida de la misma forma: repetida, reiterada, rayada. Es como si los actos no quedaran fijados en nuestro diario y debiéramos frecuentarlos hasta darles vida con un mecanismo de piñón fijo. Así transcurren los festivos de esta cuadrilla de divorciados en un barrio que se alquila o se vende con desesperación. Por ello, cuando un matiz distorsiona el monótono encuadre, llama mucho la atención del que busca aventuras donde no las hay. Me fijé en él porque a su lado caminaba con el ritmo desnudo de las cuatro patas, un enorme perro con cabeza de faraón de arrabal. Los ojos del dueño parecían no estar acostumbrados a los espacios abiertos y sus andares hablaban de pasillos carcelarios y celdas milimétricamente medidas con pasos impotentes durante noches de rencor mal contenido. En la barra, un asiduo mequetrefe, ya pasado de copas, abordó al desconocido con la idea de iniciar una discusión absurda sobre un tema disparatado y apagar así el runrún de su opresiva semana en una cadena de montaje. Cuando apareces solo por primera vez en un sitio así, sin saberlo casi estás invitando a que el majadero de turno te importune. El ex presidiario -la primera impresión es la que queda aunque sea falsa- supo mantener la calma para no entrar al trapo de aquel imbécil. Cruzamos un par de miradas y supo que yo sabía. Me sonrió como si le doliera y luego se fijó un instante en sus propias zapatillas de deporte, como si ellas fueran a chivarse, a contar más de lo que debían. El tipo, nuevo en el barrio, nuevo en cualquier barrio, pudo haber aplastado de un manotazo a su molesto interlocutor y al resto de la parroquia que allí perdíamos el tiempo con unas cervezas, si nos hubiésemos puesto farrucos. Por un momento, pensé que nos sacaría el corazón, lo mordería y nos lo volvería a meter en el pecho como si fuera el logotipo de Apple. Pero quiso darse, darnos, una oportunidad más antes de tirar por la calle de en medio. Salió del local después de bosquejar una seca despedida en el aire y dejar unas monedas en la barra. Al llegar a la puerta se volvió hacia mí un instante y simuló un disparo con su dedo índice. El corpulento animal le siguió con una fidelidad que hacía que sintieras respeto por ese hombre que no volvió a aparecer por allí.  


domingo, 29 de enero de 2017

Dos lenguajes, dos lenguas.



            Mitad perro salvaje, mitad mujer asilvestrada. La cabeza se vuelve para morder los genitales que amenazan con engendrar criaturas inteligentes que expliquen la simbiosis. Animales de compañía que devoran las partes blandas, la casquería del amor. Las piernas se abren para recibir caricias que buscan flujos de sangre. Toby y Susana envueltos en un cuerpo que se prolonga hasta lo antinatural. La zoofilia en una habitación llena de abandonos. Un lenguaje de roncos gruñidos. Ella, a cuatro patas intenta rebajarse a la altura del instinto no educado, en busca de la carne que cubra sus anhelos insatisfechos por las robóticas relaciones humanas en redes de pesca social. Toby, alejado de su hábitat de campo abierto, se conforma con el desfogue entre cojines y cortinas. Susana se desprecia por la postura sumisa, pero sabe que el chucho no hablará. Lo anima a buscar el encaje, a seguir la ruta del líquido que habla del deseo desesperado. No hay fruto posible en la cópula de dos seres alejados en la trama evolutiva, aunque unidos por la soledad de un apartamento sin vistas al exterior. Susana necesita algo en sus entrañas, un ser vivo que la desee. Toby no juzga, sólo empuja siguiendo el impulso de la rojez. Ella queda derrengada sobre la alfombra, mientras Toby ya va en busca de su comida para perros en la cocina. Después de una ducha vergonzosa, Susana sacará a su animal de compañía a pasear por el barrio, sonreirá a los dueños de otros perros mientras sus bragas tapan el escenario de un crimen.



jueves, 19 de mayo de 2016

Esas pequeñas cosas.



 Fue a la guerra que se libraba en la cama de un metro y noventa centímetros. En la explanada de sábanas arrugadas tropezó con dos minas antipersonas, con esos malditos pies que no se corresponden con la pulcritud del resto de su cuerpo. Consideraba a dichos intrusos motivo inmediato de divorcio. Lo dejó allí tumbado, acariciándose los mandriles inquietos y pestilentes, mientras ella se levantó a escribir un poema de soldados hartos de la población civil, tan grosera, tan víctima propicia y colateral, tan abnegada en su fatal destino. Escribió sobre la guerra porque ya había perdido suficientes batallas para saber de qué hablaba. Su vida había transcurrido de oca en oca y tira porque le toca con todas las opciones de caer en la cárcel de la decepción.

El se dedica a la asesoría fiscal de ocho de la mañana a tres de la tarde. Ella trabaja de ocho a ocho en un centro comercial. Los hijos son de ella, la casa de ella, la fuerza de voluntad de ella, el amor de ella, "en qué piensas" de ella, depilarse de ella, estar estupenda de ella, las cuentas las cuadra ella, y él tiene esos pies, esos insoportables caireles y un sueño a prueba de terremotos.



jueves, 5 de febrero de 2015

253º paso en el búnker. El escritor del libro blanco.



La asociación de estudios universitarios de La Coruña ha sacado un libro de microrrelatos.

Colaboro con esta breve cápsula .


El escritor del libro blanco

            De escritor solo le quedaban unos cuantos documentos Word, algunos ISBN, una presentación en la Casa de Cultura, un prosaico divorcio cargado de dicterios literarios, y una autoestima por los suelos.
            Se hacía llamar Thomas Piketty. Y lo explicaba: "Si no elegimos nacer, muchas veces tampoco morir, al menos que podamos elegir el nombre". 
            Decidió cambiárselo, porque el suyo, adjudicado en una agrietada pila bautismal, era tan gris que le asustaba no llamarse nada. A qué abocaba ser Juan García, de los García de toda la vida. Pues eso.
            Piketty acudió a un concierto de jazz al aire libre. Su plan de esa noche se reducía a beber y follar, por ese orden. Pero aunque uno tenga planes, los demás por desgracia, también. Una muchacha se le acercó con timidez y le rozó el hombro. Ella quería caer bien.

            - El otro día hojeé un libro tuyo. Uno blanco.

            Thomas Piketty la miró con atención, intentando desenmascarar la retranca.

            - ¿Blanco, dices? No sé a qué te refieres.

            - Ay qué tonta, claro, habrás escrito varios y no te acordarás.

            - Sí, por ejemplo, el último que publiqué era negro.

             Nunca imaginó Piketty verse envuelto en un diálogo literario que se meciera entre libros blancos y negros. Sin decírselo, pensó que también había escrito uno de tapas amarillas y otro de tapas verdes. Pero ella ya había manifestado su predilección libresca hacia el blanco. No había vuelta atrás. No supo cómo seguir la conversación sin ser desagradable. Ella tampoco. Así que en ese punto lo dejaron.

            Mientras la vio alejarse, pensó en algo que suelen decir los imbéciles, que el carácter es el destino. Ignoran que modelar el carácter es la principal misión del destino.