lunes, 24 de abril de 2017

La muga.



            La luz de la piedra medieval canta en directo a los siglos venideros. Ahí va tu vida ascendiendo con sudores a una cumbre difusa, aficionada a los trucos de magia que aplaudimos porque nos gusta el autoengaño más que a un médico de la SS dar de alta. Por la cuesta rueda el tiempo que no existe y cae por la sima que no se abre. Un segundo, solo un segundo solo, sin tildes, equiparando al solitario con los demás, largo porque es único, no hay más que un segundo, piénsalo durante un segundo: ¿alguien oye los dolores de su parto o los estertores de su muerte? Un segundo atemporal como el vuelo de un cerdo o el ronquido de la escarola. Rueda por el cantón, con la memoria escalonada, el segundo, tu segundo, nuestro segundo que es el primero y el último, el único donde se funde el queso en el plato, tu vida en el cantón, tu estómago repitiendo los cantares medievales, todo rueda menos la rueda que gira durante un segundo. Has perdido el tiempo leyendo esto, has perdido tu segundo y ahora es tarde, se acabó.


viernes, 21 de abril de 2017

Ya empezamos jodiendo desde la mañana.



            No sé cómo se escribe cruasán en francés. Me lo pregunto cada vez que lo desayuno junto a un moro que mastica tabaco y propone hacerme una mamada por cuarenta euros. Jodido moro que quiere embadurnarme la polla con su halitosis de nicotina. Si sigo desayunando en este garito es para ratificar que la naturaleza humana da asco coma o no cruasanes. Lo que no entiende la lengua, el estómago lo digiere sin preguntar. En la calle, el autobús de la asistencia social ha recogido cuatro sillas de ruedas con personas resignadas a la prolongación del tiempo en relojes estropeados. Me fumo un puro después del desayuno y le echo el humo en la cara al moro que por venganza me escupe su bola de saliva y tabaco en chicle. El moro me dice: cabrón cristiano de los huevos, y le muestro el crucifijo que llevo colgado al cuello, crucifijo por el cual no me jugaría el cuello. Pero el moro tampoco tiene intención de inmolarse por aquí ni por alá. Así que estamos igualados en cuanto a devoción. Nos despreciamos porque somos muy parecidos. Voy a por el pan sobado, con el que untaré salsas asquerosas por mi manía de emular la cocina desautorizada. Volveré a casa donde me espera el ordenador con sus avisos, con mis amiguitos de facebook lanzando desengaños al ciberespacio. Enviaré mis colaboraciones y eructaré con erección estúpida, convencido de que la edad no enseña nada reseñable, excepto que te queda menos tiempo para hacer el bobo con la pretenciosidad de un superhéroe. 


jueves, 20 de abril de 2017

El mejor amigo.



            La huella que deja mi cuerpo en las horas muertas, el sofá la reconoce. Él masajea mi espalda y ausculta el vacío del ano entregado a sus monólogos. Mi sofá me duerme con sus florituras de tela, recibe mis olores con la mansedumbre de un animal de compañía en quien vuelcas tus impotencias. Derramo sobre él sobrantes de cerveza y lo someto a sesiones de sado apagando cigarrillos de tabaco liado. Se amolda a un peso que no es el suyo y guarda secretos que no importan a nadie. Si pudiera escribir de mí como yo de él, acabaría con la escasa honra que me queda. El sofá tiene memoria y me recuerda las verdades que balbuceo en medio de la ebriedad. El sofá es fiel porque sus patas no sirven para andar, de lo contrario se alejaría de mí como los demás.


miércoles, 19 de abril de 2017

Señales.



            La mano tendida da o pide, bendice o se aferra, acerca o distancia, acaricia o restriega, prudente o necia, extrovertida o temerosa, la mano tendida, confusos son los gestos del hombre confuso con la mano tendida cuyos sueños son gárgolas de pies fríos, con un nombre al que no responde, barba indigente y cargado con una mochila de fronteras licuadas, su pesadilla es reiterativa, camina como un dios sobre un océano de sapos resbaladizos, sabe que su alma es lasciva como así lo atestigua la carne que la transparenta, a los cobardes les gusta culpar al placer de sus males, se da un baño de flores en el jardín público y amanece ausente junto al contenedor amarillo con la mano tendida hacia el plástico.


martes, 18 de abril de 2017

Colisión.



            La inocencia desmonta el modelo ficticio de los adultos. A la inocencia le pellizcamos la mejilla porque no sabemos hablar con ella. La inocencia no distingue a qué lado de los barrotes habita la libertad. A la inocencia, sólo emponzoñándola puedes conseguir que renuncie a sus virtudes teologales. Si logras hacerla sentir culpable puedes derrotarla, condenarla a una existencia mortecina. Cuando un niño se hace el muerto es porque recuerda de dónde viene. Un niño miente porque teme a aquello que los mayores llaman verdad. Un niño es cruel para medir las fuerzas de los adultos, descubrir los límites que lo rodean y conocer hasta dónde soporta una víctima sin rebelarse. Los resultados suelen sorprenderle.



sábado, 15 de abril de 2017

Mamífero terio de biblioteca.



            El desconocido deja de serlo cuando se convierte en una imagen fija, en alguien encuadrado en tu cerebro, en una silueta que tapa el horizonte y no reclama atención especial. Él se sienta delante con sus libros de derecho, enciclopedias y carpetas de colores sobre una mesa en la que ocupa al menos el espacio de tres sillas, lee y toma notas, hace seis años que repite el ritual en la biblioteca pública, cada mañana sin apenas usuarios a su alrededor, no falla nunca, a ese ritmo debería haber concluido tres carreras si tal fuera su intención, pero no parece que lo suyo sea la competición académica, va siempre con la misma ropa, sin excepciones, limpia y descolorida, atuendo en el que destaca una chaqueta a cuadros remendada con hilo azul, acarea una destartalada serie de huesos y pellejos como arquitectura biológica, se gira, sus ojos son afilados y bailones, una perilla irregular y un pertinaz optimismo brilla en su recorrido facial, coge del estante un manual sobre cómo construir el futuro partiendo del hecho de que la justicia es imperfecta en el hombre, la angustia no se resigna a ver escapar una presa tan fácil, pero él se mantiene feliz en su firmeza erudita sin propósito aparente, sólo el estudio y la reflexión le interesan, sólo necesita un cambio de ropaje, un quita y pon para seguir en lo mismo, ahí lo dejo, reforzando su mente con material reciclado de los libros.



miércoles, 12 de abril de 2017

Nueva generación.



            Los cambios acarrean críticas. Criticar es fácil, construyes tu argumentación sobre los cimientos de otro, sobre la calidad de sus materiales, y además la crítica no obliga a nada porque se reviste de mera opinión, y la opinión es libre. Los jóvenes se equivocan, aseguran los viejos que se equivocaron de jóvenes. Seguimos avanzando porque los pusilánimes quedan atrás junto a la estufa del inmovilismo. Conozco un poeta que defiende que la palabra poética debe volver a sus orígenes, a indagar en las esencias, a respirar “Om” por los poros del místico. Airado congreso de poetas contra la ira que se duermen en sus propios versos y se proclaman maestros mientras los discípulos se dan de baja.

            Sueño con mi perro muerto, con su mirada vacía de interacción. Pienso en las células madre y en nosotros, sus hijos. Recuerdo el fervor de aquella tarde acristalada cuando escribí por primera vez imaginando el infierno como una bóveda de estrellas engreídas y hablando lenguas extrañas.


            Las palabras no guardan secretos. El que las escribe, sí. Escribimos para despistar. Damos señas falsas para que el otro se pierda y no nos moleste con visitas inoportunas. Las fístulas de la sabiduría se quejan de los inexpertos que quieren apoderarse de las palabras para usarlas como balas. Los noticiarios hablan de los muertos por poco tiempo, lanzan la pelota confiando que actuemos de frontones. Los sabios imparten talleres literarios en jornadas intensivas de buzo y orfebrería pedante, con los trajes sin salir del armario apolillando las tripas de estas escuelas de la nada. Los poetas del mañana acomodarán sus posaderas sobre nuestra cara, aspirarán intestinalmente los humores del pasado, y pondrán la vista en horizontes que jamás sospechamos, pero que criticaremos por miedo a quedar desplazados. Ojalá caduquemos pronto y vengan quienes abran nuevos senderos sin pedir permiso.


martes, 11 de abril de 2017

Limonar.



            El esplendor de un fondo de limoneros no se compadece con su agrio beso. El amarillo es un brochazo impresionista en el verde de las hojas. Los antagonismos pueden casar o repelerse. Nadie dibuja un cuadro en el que se vea a una mujer musulmana acodada en la barra de un bar tomando una cerveza y rodeada de hombres atónitos al ver su mundo derrumbarse. Una mujer, que acostumbrada al velo, muestre unas facciones de limón deseoso de ser exprimido. Los hombres reaccionan con violencia llevados por la escasa flexibilidad mental. Lo nuevo da miedo, y si procede de alguien que provoca deseos inconfesados, más. Hay muros que no se tiran con mazas. Alguien tiene que poner la cara para que se la rompan, que le extraigan las pepitas y se las machaquen con botas de odio. Hacemos daño porque no tenemos tiempo de escuchar las circunstancias de cada persona con la que nos cruzamos. La prisa deja cadáveres en nuestras cunetas. La mujer musulmana ha desaparecido del cuadro, del bar, de la visibilidad. Habrá que esperar a que Mahoma se relaje y vea más allá de los sexos. A los profetas les queda mucho por aprender.


viernes, 7 de abril de 2017

Utensilio de cocina.



            Un cuchillo encima de la mesa de la cocina apunta a la tragedia, convoca a la sangre, al ritual del caníbal. Recoge en su hoja la luz perdida que se cuela por la ventana de cristales sucios y desestabiliza el fatalismo del anciano, satisface el resentimiento del humillado y embauca con su brillo la inocencia destronada del niño. Un cuchillo, él solo, sobre la mesa de la cocina es capaz de perturbar al más cuerdo, de recordarnos que la ira duerme a nuestro lado después de hacernos el amor. Un cuchillo es un cuchillo, incluso aunque quieras hacer poesía o seas carnicero de vocación. Un cuchillo es como las ideas que flotan libres sin necesidad de ser pensadas. Platón las desenmascaró. Están ahí y quieren atacarnos. El cuchillo ha nacido para degollar la serenidad de la cocina. Todos somos conscientes de cómo nos llama a gritos cuando los humores se tuercen.


miércoles, 5 de abril de 2017

Sablista.



            El sablista carece de fuente propia de energía, por eso se rodea de personas a las que succiona y desecha. No tiene amigos, sólo estaciones de servicio. Nunca nadie te abrazará con tanto entusiasmo ni te olvidará con tanta facilidad. Este sablista en concreto, ha conseguido sacarles dinero a morosos y truhanes de acreditada trayectoria sin despeinarse, vendido a sus más allegados con un gesto campechano, y ha mentido con la soltura de un político profesional. Sentados a la mesa de un bar renegrido a punto de cerrar, me rastrea con el cuerpo ladeado, la mirada resabiada, en la esperanza de sacarme algo y que parezca que me está dando. Nos conocemos desde la caótica adolescencia, sabe que le aprecio porque forma parte de mi álbum de fotos, pero que me dejaría cortar un brazo antes de meter la mano en el bolsillo para prestarle dinero. Aun así, tiene la tentación de hacer un juego de malabares verbales con el que mantenerse en forma. Miro hacia la puerta del local bostezando con aparatosidad, seguro de que captará el mensaje. A mí me aburre, se lo he visto hacer muchas veces: trucos en los que usa la tragicomedia dialéctica, aspavientos trufados de historias rocambolescas. Por eso se levanta, me da una palmada y se despide. Se va en busca de alguien menos trillado antes de que la noche se consuma sin extraerle tajada. Pienso que acabará pidiéndome una transfusión de sangre para alguna operación futura, algo a lo que no me pueda negar. El caso es que no me escape sin darle mi parte, la que él considera por ley que todos debemos entregarle. Sonrío mientras me palpo las venas. Me dan el último aviso desde la barra. Me acerco a pagar las copas. El camarero me informa que mi amigo ha cogido un par de sándwiches antes de irse. - Mi amigo -repito en voz baja-, y pago sin protestar.


martes, 4 de abril de 2017

Lentitud.



            Con el tiempo pasamos del tiempo, su mujer se pinta la cara, se ve guapa, el amor vence las pinturas de guerra, las raíces amenazan por debajo de las tumbas, suena el teléfono, no le quedan fuerzas para mentir con la voz, en la pantalla resaltan los mensajes, ya conoce su contenido, son llamadas de socorro disimuladas que buscan un cabo al que agarrarse, quizá sea éste su último día y echa un vistazo a la agenda, no encuentra nada en ella que no pueda esperar a otra vida, quema la obra escrita como un pirómano del desconocimiento, y sale a la calle a ver barrigas prominentes de rabia ingerida, a veces diría que le sobra gente a las aceras, egocentrismos de yoyó con sus dedos en el centro de un mundo que cambia la dirección de su giro, pasa a su lado una silla de ruedas, su mundo gira a golpe de bíceps.


viernes, 31 de marzo de 2017

Bálsamo.



            Huele cuando una puerta se abre, huele a su sexo convertido en inyección para dormir de amor. Huele a ella en cada momento que la vida se gira para mirar si la sigo. Su cabello como red sale de pesca. Ella se da la vuelta, y yo la huelo. Los aromas son embajadores de los que no están, de los que se fueron, de quienes siempre reinarán en los espacios comunes, huérfanos de un hombro que  roza y amortigua. Su piel ya no es suya ni es piel, y yo la huelo. Mis sentidos la tienen registrada en la memoria de sus células moribundas de amor perdido. Los días grises son para estar tumbados en la cama, abrazados, mirando por la ventana y respirar hondo. Esnifo su calor, su respiración en mi nuca. Olor de santa y puta, de madrastra y amiga, de compañera y bruja. En una mujer caben muchas y no todas se avienen pacíficamente. Huelo a pozo profundo, con su eco en un idioma extraño. Huelo al dolor de quien ha vivido y el producto estaba en mal estado. Tu olor no eres tú, lo sé. Tu olor es la prenda que guardo por si alguna vez tengo que buscarte entre las órbitas de planetas sin fragancia. Si dios por un instante se detiene en su expansión a ninguna parte, estará tendido a tu lado. El sabe lo que es bueno.


jueves, 30 de marzo de 2017

Siglo de crisis.



            El escéptico sospecha que los descansos que ofrece la vida son para prepararnos a sufrir más. Sufrir es sentir y a veces eso compensa. Estamos capacitados para imaginar, prever, vivir antes de la vida. En ese determinante azaroso de la evolución hemos sobrevivido porque sabemos de la muerte y jugamos al escondite, porque si es necesario inventamos dioses, y si se tercia los matamos con la misma facilidad. Nuestro objetivo es perpetuarnos. Para nosotros nada tiene sentido sin nosotros. Quizá el universo sólo sea una representación ilusoria de quien lo observa, y por ello no logramos contactar con ningún ser vivo que nos siga el juego. A veces dudamos de nuestra consistencia y queremos dar con vida extraterrestre. Por sentido común y nivel de probabilidad, decimos, como si nosotros fuéramos fruto del sentido común o de una alta probabilidad. Inventamos en su día la moral para disfrutar de las sombras que se extienden en el paraíso perdido del que nos ha tocado ausentarnos. Juzgar las sensaciones, qué gran desvarío. El místico se deja penetrar desde dentro. Sus derrames son profecías. El placer y el dolor cocinados como carne y pescado en la misma sartén. Cuando el éxtasis alcanza a dos amantes, queda el éxtasis y se disuelven los amantes. Sí, sabemos lo que es bueno, pero tememos su poder. El mundo lo retransmiten los informativos: sadismo condensado y puesto en escena por una cara agradable. Nos sentimos tan privilegiados ante el dolor ajeno, que no dejamos de preocuparnos por él. Desde hace meses nadie llama a la puerta para venderle enciclopedias, ni vida eterna. Ha puesto un anuncio en el periódico: en estos tiempos de crisis, alquilo ventana, vistas deprimentes, buena altura, pavimento urbano de calidad, eficacia asegurada, pago por adelantado.


miércoles, 29 de marzo de 2017

Palabras.



            Cagan las palabras en las plazas donde niños infelices juegan a que caiga la noche, en los parques donde ancianos horadan sus tumbas con la impaciencia de los bastones, abastecen las palabras el cuenco de un firmamento sin fondo donde autobuses de rostros esquivos se desplazan por la rutina, sedados, conformes con la fatalidad, se recuestan las palabras sobre la piel en tabernas de clientes fijos que entran sin sed en estos balnearios de calle, cocinan las palabras con delantal dominguero en cualquier sitio donde no se pronuncie su nombre, siempre lejos del claustro de su cuarto de solteras, de su despacho impoluto donde hay tanta biografía que pesa y orgasmos inconfesables a un diario sordomudo, se arriman las palabras en el baile en un obstinado intento de provocar la aparición de la música sin letra.


martes, 28 de marzo de 2017

No dejó una maldita nota.



            La mecedora se balancea al borde del precipicio, el borracho se inclina peligrosamente hacia uno de sus lados para buscar el paquete de tabaco. Le pesa el dolor del suicidio de alguien a quien debería haber querido aún más de lo que ya quiso. Ahora vienen de visita los amigos y pretenden darle consuelo con palabras tan enternecedoras como nauseabundas. Los recibe con verdadero asco y lame la boca de la botella vacía. Como sigan hablando con paternalismo acabará partiéndoles sus caras bovinas. A uno de ellos se le ocurre señalar con tono moralista su notorio problema con el alcohol.

            — Estúpido de mierda, que confundes el analgésico con la enfermedad. Pero qué os ocurre, por qué no podéis aceptar el dolor. Tan sólo escuece a rabiar, y necesita su terapia de autodestrucción. Dejadme en paz. El dolor se amortigua con dolor, hasta que los sentidos no responden y entonces puedes clavarte un cuchillo candente en el pecho y rasgarte ochenta tejidos vitales. Qué menos. Excepto los que juegan a engañarse, a los demás solo nos queda el choque de trenes, la convulsión como respuesta. Y eso es beber, perder el conocimiento, despertarte entre vómitos y beber de nuevo antes de que el juicio recobrado empuje a una ducha fría y a saludar con educación a los vecinos. Culpa y pena, sí, y que a nadie se le ocurra sacarme de ahí, de mi hogar guillotinado.

            Uno de los amigos aconseja que vaya a dejar flores sobre su lápida inamovible. Un acto, que se supone podría ser curativo.

            — ¿Flores? — Ni se molesta en contestar. Dando tumbos se aleja de la mecedora en busca de otra botella en el mueble bar. Hace días que no le importa el contenido ni el color del líquido que haya dentro de las botellas. Lo único que le interesa es la graduación.

            Aquel día de la semana solían escogerlo para exprimir el amor con sexo. No era algo fijo, pero sí, solía ser los viernes; ella acababa de dar sus clases de alemán y él venía de trabajar en esa absurda empresa de empaquetar pilas. Ahora se había quedado sin pilas, sin interés por seguir fichando en la máquina de empleados que no es más que una cuenta de esclavos. Los viernes eran propicios porque al día siguiente ninguno tenía que madrugar demasiado, y se  acurrucaban en el sofá a ver un DVD, con la película aconsejada por el tunecino encargado del videoclub, un mitómano de los dramas sociales. Pues justamente eso se encontró al abrir la puerta de casa aquel fatídico viernes, un drama social con la policía tomando notas y midiendo la altura del balcón a la calle.

            — ¿Flores? — repite a destiempo, indignado, con voz amenazadora de borracho. Con gesto febril estampa una botella (asegurándose, eso sí, de que esté vacía) en la primera cabeza que encuentra. Sangrando como un cerdo en día de matanza, el amigo se atreve a añadir con paciencia infinita que el primer paso hacia la felicidad es el más difícil.

            — ¿Y quién se conforma con ser feliz?, contesta él justo antes de dar cuenta del primer, hondo, y prolongado trago de su nueva botella, a la que toma por la cintura sabiendo que acabará yaciendo con ella.

             Los amigos, conscientes del poder de la autocompasión, se marcharon, pero no se rindieron. Al día siguiente se les ocurrió arreglarle una cita a ciegas, por aquello de que un clavo saca otro clavo. El aceptó. Llegó al lugar del encuentro con una mueca oxidada, se bajó la cremallera de la bragueta, y orinó en los pies de su cita. Iba con la vejiga a reventar de ron - contestó cuando le exigieron explicaciones. Al final se hartaron de él y le aconsejaron que se tirara por el balcón, que emprendiera el viaje que tanto deseaba hacer. Y por primera vez miró a sus amigos como si al fin hablaran con cierta inteligencia, una inteligencia que ya les creía devastada por los sentimientos gangosos.

            Cuando le dejaron solo hizo caso del consejo: fue a casa, abrió el balcón, tiró a la calle todas las botellas de alcohol que había almacenado, y después, se lanzó detrás de ellas, de ella.

            ¿Flores? Sí, a él sí le llevan flores, flores que se marchitan, flores que no huelen, flores que se olvidan de retirar, flores amaestradas. Luego, nada: por capullo.


        En cierta ocasión, un tipo con nombre de plato combinado tailandés, un tal Kierkegaard, aseguran que dijo: El que sufre debe ayudarse solo. Pero eso, no siempre es posible.