sábado, 10 de junio de 2017

Grafía del porno y compañía.



            No sabe igual la infidelidad que la monogamia, ni juega en la misma división la zoofilia que la antropofagia. La calidad de las mamadas no depende de la saliva tanto como de la postura sometida del chupón. No es lo mismo de frente que de espaldas, ni la penetración por su conducto tradicional que por el orificio sodomita. El acato también es un atractivo para ciertas prácticas. Un poema supuestamente estético y por lo tanto ético, huye de los mocos del placer cárnico. Pero sin pornografía no se entiende al hombre moderno. De un polvo vienes y en polvo te convertirás. La exploración de los límites sexuales es una actividad demasiado generalizada para obviarla con códigos penales. Nuestros cuerpos se reivindican en el dolor que gusta, en el incesto que se niega, en la fornicación pública, en el fetichismo del coleccionista, en los juguetes de plástico que nos acompañan, en las orgías de salón con olor a miseria, en la infecunda y transitoria realización de depravadas fantasías. La pornografía mata la imaginación convirtiéndola en realidad satisfecha. Qué sabe el amor de todo esto, cómo sobrevive entre tanto pedregal, es algo que sigue siendo una incógnita. 


viernes, 9 de junio de 2017

La cita.



            Como si un bebé se atragantara dentro de tus pechos, eres trance, y yo un espectador algo confuso, te retuerces en el asiento del copiloto como una serpiente drogada con su dosis de sexo amateur envenenándote la sangre, y sé que no me necesitas para ese fragor de mujer en la hoguera, que escandaliza con sus movimientos pélvicos que juegan a la peonza, estás como poseída e intento devolverte a la realidad con un beso, pero me arrancas la piel a dentelladas, dentro de ti los ángeles con diarrea vuelan en círculo y los budas bailan una jota nudista, empiezo a estar asustado, a mi glande le han caído mil arrugas en este último minuto, arranco el coche queriendo dejar atrás tus levitaciones de orgasmo mientras suavizas la voz y me confiesas tu adicción al amor en salsa verde, esas complicidades tuyas licencian al oyente en sacerdocio o psicoanálisis, por qué no te callas me pregunto en silencio, tus confidencias suenan a roto, a esguince del corazón, contigo la conquista pierde su sentido lúdico, hablas con la habilidad de un albañil curtido en tapias, escucho la traducción simultánea que me llega de la profundidad de tus piernas, recorto las distancias para que te calles y te invito al picadero de mi coche, al primer roce doblas el espinazo en busca del gusano, al primer beso abres la boca como una trucha fuera del agua, cierras los ojos y emites gruñidos de ultratumba, da miedo tu forma de amar, de amarte.


jueves, 8 de junio de 2017

27 letras bien ordenadas y 5 dígrafos.



            Cada día unas líneas, escritas o sugeridas, con su afán de relato o poema, con sus frutos asomando entre las hojas. Cada día una lectura, un bálsamo que apacigüe las ansias de los interrogantes que crecen según acumulo colesterol en la sangre y los riesgos son mayores. Las letras sirven, ¿sirven?, para sentirnos acompañados por nombres que se refieren a cosas que ocupan espacios que duermen en los tiempos de un planeta rechoncho. Las letras tan conjuntadas como un traje de etiqueta, tan limpias, tan orfebres de la mentira que nos embauca con nuestro consentimiento, de la fantasía que nos contradice, de la memoria que se tergiversa dependiendo si es la hora de la merienda o de la cena. Masticadas, bebidas, las letras; creciendo hasta las palabras, recorriendo tramos fraseados, completando párrafos como chalés adosados, hasta acercarnos al centro de la ciudad. Letras, un mundo de animales acuáticos buceando en el silencio que se condensa,  flota, y subyace bajo los pies inseguros que caminan y olvidan el agua que los escupió. Cada día, cada ahora; no luego, ahora. El ahora está lleno de letras, algunas ni se pronuncian. Ahora. Es presente. Siempre es presente, no podemos ser en ningún otro lugar o momento. Solo en el resbaladizo presente. Lo demás, paparruchas proyectadas para no estar aquí, para no estar. Para no. Paparruchas. Me gustan las letras repetidas en una palabra. Son graciosas: una erre que erre. Cada día unas líneas. Las letras son la pintura con la que decoramos los espejos, los interiores con afán de ser vendidos. Estamos a la venta. Pasen y vean, o lean. Estamos en un escaparate, expuestos. No hay nada oculto. Lo que ves o lees es lo que yo sé del asunto. Escribir, al contrario de vivir, sólo se conjuga bien en singular.


miércoles, 7 de junio de 2017

Un relato que es una estafa.



            En la primera página se describe cómo el protagonista abre la mano y una pistola automática resbala por ella hasta caer al suelo con una bala menos en la recámara. En la página treinta y ocho todavía resuena la caída del casquillo, y las huellas parlanchinas ponen en apuros al protagonista con quien el lector se siente identificado por una extraña empatía hacia las mentes atormentadas. - Aquel tipejo merecía morir -. Así se juega a la ruleta rusa desde el escritorio de un novelista que huye del horario de oficina, para que leer perjudique seriamente la salud. Total, sale casi gratis.


martes, 6 de junio de 2017

Un recuerdo calcificado.



            Ella murió hace unos años. Pensaba que con el paso del tiempo… pero no. Sigo sobreviviendo con ese truco de mantener una conversación fuera y otra dentro, como si estuviera en dos continentes a la vez. No se olvida, sólo se convive con un jodido techo que no contesta a ninguna de las preguntas. No he ido donde están sus huesos. No me interesan los huesos. La quiero a ella y sus huesos nada saben de ella.


sábado, 3 de junio de 2017

Un mal día.



            El destello de un grifo de acero inoxidable para quien cree que se ha acabado su tiempo, es una predicción de luz artificial casi perfecta. Me han defraudado los cuerpos, empezando por el mío. Sus dolores son más fiables que los apetitos que lo asaltan. Ella se fue porque no se sentía suficientemente valorada. Para irse, me echó. La deseaba, claro que sí, pero tenía que disimular. Uno tiene su reputación. Ahora me dedico a reivindicar mi no existencia como si fuera la clave que resuelve los misterios del universo. Anhelo la muerte física, la única demostrable, para demostrar que tengo razón. Las contradicciones siguen haciéndome cosquillas. Sí, creo en la química, en el abismo que se cernía sobre sus ojos cuando estaba amando. Supe que si hubiera estado a su mismo nivel, habríamos creado la eternidad, pero me encontraba analizando la situación en vez de vivirla. Es el cáncer de todo escritor, un cáncer maligno cuando eres un mal escritor, como es mi caso (ni Borges ni yo hemos ganado el Nobel. Yo aún estoy a tiempo). Antes de que acabe la escena, antes de que ella diga su frase, me visualizo en la pantalla transcribiendo una vida no vivida. Por eso también, una razón más, se fue echándome. No podemos elegir nuestro decorado último. Ella no traicionó su ideal sobre el amor, aunque fue fiel a costa de los dos. Mi cuerpo la recorre en su memoria centímetro a centímetro, y aún se estremece. El álbum de mis recuerdos es un caos, en él se mezclan silencios cargados de intención con chorros de semen sobre el sofá. Por culpa de mi cinismo también se fue echándome. Bajo a tomar una copa al bar de abajo. Los pequeños vicios son latigazos que sueltas sobre la espalda de tu enemigo. Disfrutas matando poco a poco y escondiendo la mano. Luego llorarás, pero sin saber bien por qué, la costumbre quizá. El asesino profesional evita el contacto sentimental con su víctima. Un hombre se siente en paz tocándose pausadamente los huevos, como si jugara con dos planetas simétricos capaces de generar vida extraterrestre. Por eso ella se fue echándome, por ser un huevón al que le cuesta echar raíces en tiestos de interior. Lleno la bañera, no cierro el grifo y dejo que el agua busque su sitio. Me voy sin darme la vuelta, esperando ver la inundación en los periódicos de la mañana. Huyo, una vez más, a seguir teorizando.


viernes, 2 de junio de 2017

Solos en pareja.



            Remolca los pies como si fueran penitencias de condenado que no cree en el indulto. Se arrastra por un corredor de inciensos y beatos meritorios hacia la sala sin salida donde espera la mujer que a fuerza de amarlo, tanto le asfixia. Pasa de ser un ángel asesor a mayordomo de esclava. Así es su relación desde una tarde que se prolongó entre las sábanas mientras al otro lado de la ciudad moría una madre. Apenas hay charla entre ellos, apenas se esfuerzan por encontrar gestos cómplices. Simplemente, cuando toca, ella se abalanza con la boca entreabierta a la caza de su gusano gruñón de camisa arrugada y sombrero de copa que escoge como guarida el vértice de sus piernas. Se hacen daño con la excusa del amor. Se embadurnan los cuerpos con babas corrosivas. A veces, fornica sobre él mientras sostiene abierto un libro, generalmente de Leopoldo María Panero, donde lee zarpazos hirientes, provocaciones ridículas, discursos inconexos, destrucción en rebajas. Lee al escritor que escribe sin conseguir evitarlo, igual que otros odian con la tristeza de la costumbre. Lee y busca en la locura un perdón. Ella le posee sin absolver, como un animal apaleado. La locura que sirve para esconderse resulta decente. Es una locura que succiona, ordeña orificios. Se despatarran en el sofá y acunan el crepúsculo de barrio, que es ocaso caducado. El se distrae en el nubarrón del tabaco. Ve cómo se escapan por los bordes de su tanga tentáculos rizados y anémicos que ensombrecen los muslos. Ella tiene el pelo revuelto y gotas de salitre en el ombligo. Los objetos que les rodean ocultan un ente sordomudo. Están cerca las cosas y cuesta trascenderse para acceder a ellas de manera simbólica. Pesan demasiado. El se sumerge dentro de una ficción de alcoholes, abotargada la cara, hinchado el estómago, y convertido este cáncer en incurable por falta de compañía en compañía de ella.


jueves, 1 de junio de 2017

Quemazón.



            El juego de los dedos que se demora en un intercambio, que confunde la sangre de las yemas con representantes del corazón. Las terminaciones nerviosas nos liaron y mi boca se abrió a tu paso. La forzaste con una lengua golosa que deseaba superar los límites de mis labios. Te agarré las formas que en tu genética son presentación de merengue. Queríamos traspasarnos a empujones, transplantar los órganos vitales y quemar el deseo en la carne emparrillada del otro. Ese punto donde el arañazo, la uña apuñalada, el mordisco cavando heridas, se convierte en dulzura, en placer de catador de los mejores caldos. Ese punto donde la cordura se trastorna y no es capaz de testificar ante un delito flagrante. Un placer que hace llorar con la beatitud de un responso gregoriano, y que nos arrebata cuando la ropa construye el lecho con sus jirones caídos al sumidero de tus pies desnudos. Un morado de mi nalga se despierta cuando tu mano azota con la disciplina de madrastra. Me rasgas el oído con un penétrame que ya me sabe a intromisión. Se precipitan nuestros movimientos como un vagón de tercera. Será difícil con esta arrebatada violencia hacer encajar las piezas de la coyunda. Me escupes sin querer cuando consigues liberar el regalo que ibas pidiendo, y me haces una tijera con la que cortarme la respiración de las ingles. En el momento del acople, de la luz, del interruptor mágico, se produce la calma, las palabras mimosas, los giros más sofisticados, y el cabello se convierte en cuerda por la que nos vamos descolgando hacia el interior de la celda de este castillo conquistado. Y sé que si no eyaculo pronto, acabaremos por meter la pata en el amor, en el mañana donde empezar de cero con la hormona descargada. Terminaremos por llenar de pinturas de guerra la naturaleza que ejerció su poder en un momento de relajo.


miércoles, 31 de mayo de 2017

El verso trajeado.



            No somos lo que leemos, ni nos respetarán por nuestras lecturas. En un escritor siempre se esconde un asesino que necesita entretener los dedos para no derramar sangre. El verso le mira desde su sofá predilecto. A su verso se le cae el pelo. Canta y aúlla porque se divierte con los desvaríos. Su verso no sabe llorar, gracias a eso evita que la casa se inunde cuando el cuerpo cae roto, desnudo de palabras, alérgico al ritmo, las manos salpicadas de pintura azul, azul, azul sucio y bello, como el vestido de esa mujer que nos habló de amor antes de toser y toser, y escupir fealdad. Deja a su verso escapar después de visitarle en el cementerio de un diccionario escandinavo. No lo llamen, no se volverá, no hará caso, no tiene nombre. Es un verso porque yo lo digo, pero quién lo iba a reconocer con esas pintas de empleado de Goldmand Sachs.


martes, 30 de mayo de 2017

Contingencia.



            Recuerda con claridad que fue a punto de cumplir los treinta cuando cambió las copas nocturnas del sábado por madrugarse los domingos para embaular un desayuno variopinto con sólidos y líquidos que saciaran su apetito para el resto del día, y todo ello aderezado con la lectura de una prensa cada vez más enconada que hasta el día de hoy extiende sobre la mesa como un mapa de operaciones militares. Supone que ésa es la frontera entre la juventud y lo otro que no se atreve a denominar madurez. Esa edad que prorroga con más o menos éxito las obras completas de una vejez donde sujetar la orina ya será una gesta reseñable. Las costumbres cambian porque cuerpo y mente se cansan con aquellos excesos que antes eran el combustible necesario para funcionar. Las costumbres hacen a los hombres sin que éstos se den cuenta. Qué gran poder tienen las rutinas, los ritos, las formas. Cuando la genialidad duerme - y todos sabemos que es dama de largas siestas -, nos quedamos desnudos ante las cámaras y nuestra reacción viene dada por la querencia que hemos trabajado sistemáticamente. Cuánta ternura inspira la pequeñez, lo sencillo, lo emocionalmente directo. Ante lo inmaterial de la gracia, una criatura solo puede hacer presentes materiales. Imagino que alguien nos consideraría, desde una postura altanera que bien podemos reconocer, como entrañables mascotas. 


lunes, 29 de mayo de 2017

Descubrimiento químico.



            Cuando dos bocas se enzarzan por primera vez, aquello que permanecía velado desemboca en el habilidoso acoplamiento reptiliano. Los extraños intuyen que algo les atrae hacia la saliva común, las lenguas ensayan papiroflexias en la cavidad sin fondo, y recién nacidas sensaciones se agolpan rechazando o adoptando al otro para siempre. En el primer beso se marcan las pautas del juego: cuánto durará la relación y quién llevará el peso en los momentos de crisis. El primer beso encumbra o decepciona, nunca deja indiferente. Cuando los labios se separan, los ojos traducen el mensaje con un trazo que secciona la cara. El primer beso es el reconocimiento genético de los cuerpos asombrados ante su proceso hormonal. Tu respiración refrigera su mejilla. Las figuras se acomodan, la piel se trasplanta, los aromas se suman y los adentros son exhumados. El amor puede ser una fórmula química, no lo dudo, pero su formulación siempre es mágica. Inoculados por el nuevo virus, se buscarán para saciar la ansiedad de ocupar más cuerpo que el de uno mismo y mirar con ojos prestados los lugares exóticos del mundo. Por un instante te haces la ilusión de que la soledad queda relegada.


viernes, 26 de mayo de 2017

Movilización.



            Duelen los discursos calientes en la cortedad de la plaza pública, sueltan los globos de colores como memoria de la libertad. Se nota que no saben ocupar la calle. Al final de los discursos abren las compuertas del aplauso, llegan los gritos con el compás roto y los lemas mal ensayados, cojo la mano al líder carismático y lo llevo junto a una señora con las piernas amputadas que cambió el miedo por un poema asimétrico, ella le cuenta su anhelo de correr los mil quinientos metros en las olimpiadas del absurdo, el líder le dice que él sólo ha cometido un pecado: amar profundamente a su pueblo, lo ama tanto que le estorban las personas, así que se quita a la paralítica de encima con palabras aprendidas por la memoria de la libertad como reza la pancarta, dicen que cabemos todos a pesar de los codazos, dicen que cabemos todos y yo digo que depende de dónde quieran meternos, una sola bandera provoca escalofríos, muchas banderas son folclore, alguien sin bandera no es de fiar, las patrias grandes o pequeñas acabarán por devorarnos aunque no seamos adoradores dionisíacos ni el canibalismo nuestro ritual de vida, los gritos golpean el mar de la tarde con puñetazos negros de malecón herido que hace bailar claqué a las embarcaciones a la deriva, hay demasiado ruido en medio de mensajes con higadillo, por lo que dios, una vez más, opta por taparse los oídos.


jueves, 25 de mayo de 2017

La prostituta y el militar.



            El resplandor de la santa rebota en el suelo y se adentra por su campo de Higgs, por su explicación de la vida a golpe de partos y abortos en una sucesión de éxitos y fracasos que vaya usted a saber. Sus caricias son bofetones de aire que ahuyentan las pestañas que tendían a posarse en las condecoraciones del militar empalmado y beodo, tan entregado a su masculinidad que olvida que ella trabaja con las caderas de aceite. El alcohol lo desnuda de alma para arriba, y ella sabe sacarle los colores al niño que se perdió bajo la gorra. Prostituta y militar hacen el amor y la guerra a partes iguales, en una tosca interpretación de garaje, emulando a Afrodita y Ares.


miércoles, 24 de mayo de 2017

Juegos iniciáticos.



            ¿Jugamos a los masajes?, invitó la niña respirando forzadamente por la boca. Sabía ella que era algo inapropiado ese juego en el que buscaba sentir su propio cuerpo. Pero necesitaba las manos flojas e inseguras de ese niño estúpido que no encontraba divertido el masaje. Lo convenció con movimientos que él tildó de extraños. Empezó por las piernas flacas de su amiga que se había tumbado boca abajo en el sofá. No conforme, se subió el vestido hasta la cabeza invitándolo a seguir el manoseo por la espalda. El niño frotaba la piel ahuesada sin ningún entusiasmo, hasta que ella cerró los ojos y se puso a soltar pequeños suspiros. Eso le pareció interesante. Empezó a comprender la relación que había entre el movimiento de sus manos con los retorcidos gestos que se dibujaban en la cara de su compañera de juegos. Dependiendo del lugar de contacto, de la presión que ejercía, y del tiempo que se demoraba, la niña se contorneaba más o menos. También en el culete, acertó a decir ella con un hilo de voz. El niño, obediente, se puso a la tarea y amasó los mofletes traseros lo mejor que supo. Ella movía las caderas y se arqueaba como una pequeña serpiente ante su manipulación. El acabó por ponerse nervioso y le dio un azote con el que dio por terminado el masaje. Ahora me toca a mí, dijo harto de su papel de mandado. La niña, algo decepcionada, se levantó, se arregló la ropa y se fue a buscar a sus amigas mientras le decía que otro día, que ya no le apetecía jugar con él. El niño supo que sus relaciones con las niñas serían siempre conflictivas y decepcionantes.


lunes, 22 de mayo de 2017

Incierto.



            Es un escritor, no sólo un tipo que escribe. Después de matar a su socio con el que compartía un negocio de fontanería en el que no cuadraban los números, pasó por la cárcel haciendo amigos en los talleres de cerámica. Salió con la decisión tomada de que nunca más volvería a escribir novela negra. Ya los personajes le eran demasiado familiares. No podrían colarse en su antigua mentalidad de niño salido del aula  parroquial. Se dedicaría a partir de ahora a la poesía, sí, a la poesía, para que el medio y el fin coincidieran. Se quemó los dedos en la última calada, y el despojo del puro se cayó a los pies de aquel vagabundo que con cuarenta grados a la sombra iba con chaqueta de pana. Los pobres suelen distinguirse porque ellos mismos son su fondo de armario. A su lado, un perro lamía un salivazo del suelo. Ambos miraron a nuestro recién estrenado poeta y a sus cicatrices. La soledad identifica a sus víctimas a distancia. El alcohol, también. El vagabundo hacía honores a una caja de vino barato. Nuestro poeta sin un verso con que aplacar la rayada de su estómago, se imaginaba  bailando los hielos de un vaso ancho. El perro le ladró con cara de perro. El vagabundo tocó un poco amargado la flauta dulce. El se dijo en voz baja y con la lengua quemada: Qué será de nosotros cuando dejemos de pensarnos. Un tiro al fondo de la calle seguido de una sirena le recordó que la novela negra sale en los periódicos. Cuando dejemos de pensarnos... el perro volvió a ladrarle con cara de no haber pensado nunca. Y qué más da lo que ocurra cuando un hombre se adentra en la desmemoria.