miércoles, 24 de febrero de 2021

Los ladrones de Ideas.

 


El suicida sufre una mente que se ha apoderado de su identidad, y para destronar a esa impostora no encuentra otra forma que borrar todos los pasos andados. El suicida anhela el silencio agazapado bajo el mortificante ruido del martillo pilón que se ha instalado en el centro de su vida. El suicida ha jugado al mundo con las cartas marcadas por este y ha perdido casi todas las manos. Le dicen que intente cambiar las reglas del juego, pero esa es otra trampa en la que ha caído sin que la falsedad del mundo pierda un ápice de terreno. Hay suicidas que son hábiles en el juego y han ganado muchas partidas con las cartas trucadas, pero su insatisfacción es más profunda que la vinculada al hecho de perder o ganar. Su insatisfacción se deriva de que el juego es tomado demasiado en serio y los jugadores están fuera de sí proyectados en una invención inconsistente. Los suicidas se mueven por desesperación o por decisión reposada, por rendición o por búsqueda de un marco diferente. Los suicidas también quieren vivir. En "Los ladrones de ideas", ambos personajes, tanto el escritor Odei como el mendigo Lander, saben que el juego está amañado y resulta interesante tener cerca la posibilidad de dejar de jugar en el momento que ellos decidan. En el relato de Odei: "Gran Grano", que se transcribe en la segunda parte del libro, los personajes ya están condenados a una salida rápida y sufriente del juego, para ellos el suicidio es más como irse dando un portazo cuando no les queda dinero con el que seguir apostando.


miércoles, 17 de febrero de 2021

El Tiempo.

 


En los primeros minutos de haber entrado en el aula, el profesor soltó la frase del filósofo francés Clément Rosset: <<Lo real siempre se toma la revancha>>. Al profesor se le oía pensar mientras hablaba. Impartía sus clases echando mano de un compendio de anécdotas atribuidas a diferentes personajes históricos. Con ellas acaparaba la atención de sus alumnos, y a partir de esa atención aprovechaba para datar el suceso y ubicarlo en un contexto histórico concreto. La fórmula funcionaba. Para él la historia era, y así lo manifestaba al principio de cada curso: tiempo. Hacía suya la idea de Heidegger de que nosotros no nos movemos en el tiempo, sino que somos, estamos hechos del tiempo mismo. Cuando nosotros nos acabemos, el tiempo se acabará. Uno de sus alumnos, en cierta ocasión, objetó que el concepto sí permanecería. El maestro preguntó cómo y dónde permanece ese concepto del tiempo, pues sin testigos conscientes que lo validen, que den fe de él, su "existencia" se evapora.