Mitad perro salvaje, mitad mujer
asilvestrada. La cabeza se vuelve para morder los genitales que amenazan con
engendrar criaturas inteligentes que expliquen la simbiosis. Animales de
compañía que devoran las partes blandas, la casquería del amor. Las piernas se
abren para recibir caricias que buscan flujos de sangre. Toby y Susana
envueltos en un cuerpo que se prolonga hasta lo antinatural. La zoofilia en una
habitación llena de abandonos. Un lenguaje de roncos gruñidos. Ella, a cuatro
patas intenta rebajarse a la altura del instinto no educado, en busca de la
carne que cubra sus anhelos insatisfechos por las robóticas relaciones humanas
en redes de pesca social. Toby, alejado de su hábitat de campo abierto, se conforma
con el desfogue entre cojines y cortinas. Susana se desprecia por la postura
sumisa, pero sabe que el chucho no hablará. Lo anima a buscar el encaje, a
seguir la ruta del líquido que habla del deseo desesperado. No hay fruto
posible en la cópula de dos seres alejados en la trama evolutiva, aunque unidos
por la soledad de un apartamento sin vistas al exterior. Susana necesita algo
en sus entrañas, un ser vivo que la desee. Toby no juzga, sólo empuja siguiendo
el impulso de la rojez. Ella queda derrengada sobre la alfombra, mientras Toby
ya va en busca de su comida para perros en la cocina. Después de una ducha
vergonzosa, Susana sacará a su animal de compañía a pasear por el barrio,
sonreirá a los dueños de otros perros mientras sus bragas tapan el escenario de
un crimen.
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