domingo, 29 de enero de 2017

Dos lenguajes, dos lenguas.



            Mitad perro salvaje, mitad mujer asilvestrada. La cabeza se vuelve para morder los genitales que amenazan con engendrar criaturas inteligentes que expliquen la simbiosis. Animales de compañía que devoran las partes blandas, la casquería del amor. Las piernas se abren para recibir caricias que buscan flujos de sangre. Toby y Susana envueltos en un cuerpo que se prolonga hasta lo antinatural. La zoofilia en una habitación llena de abandonos. Un lenguaje de roncos gruñidos. Ella, a cuatro patas intenta rebajarse a la altura del instinto no educado, en busca de la carne que cubra sus anhelos insatisfechos por las robóticas relaciones humanas en redes de pesca social. Toby, alejado de su hábitat de campo abierto, se conforma con el desfogue entre cojines y cortinas. Susana se desprecia por la postura sumisa, pero sabe que el chucho no hablará. Lo anima a buscar el encaje, a seguir la ruta del líquido que habla del deseo desesperado. No hay fruto posible en la cópula de dos seres alejados en la trama evolutiva, aunque unidos por la soledad de un apartamento sin vistas al exterior. Susana necesita algo en sus entrañas, un ser vivo que la desee. Toby no juzga, sólo empuja siguiendo el impulso de la rojez. Ella queda derrengada sobre la alfombra, mientras Toby ya va en busca de su comida para perros en la cocina. Después de una ducha vergonzosa, Susana sacará a su animal de compañía a pasear por el barrio, sonreirá a los dueños de otros perros mientras sus bragas tapan el escenario de un crimen.



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