Escribes a lapicero cuidando el
trazado de las letras, con una borra goma cerca del papel por si has de eliminar
cualquier error caligráfico. Oíste hablar de la importancia del estilo y
quieres ser riguroso. El escrito trata sobre los amores que surgen en la
cárcel, sus idilios de ducha, sus paseos románticos por el patio, sus celdas de
misticismo, sus noches de derrames viriles sobre el catre, sus cruces de navaja
y el chorro de sangre brotando del caño de un obligo nostálgico de cordón.
Sacas punta a tu lápiz mientras imaginas la sodomía en prisión, la dificultad
de la caricia en los comedores, en los talleres. Esas cartas enviadas a uno
mismo reconociendo que el amor surge como proceso químico y es imparable aunque
alrededor sólo haya bestias mugrientas. Cuando se ha activado el mecanismo del
afecto, el destinatario puede ser cualquiera que entre en el campo de visión.
Se sube el gato a la mesa en la que escribes. Serpentea y se enrosca. Borras la
palabra trasero y escribes antifonario, porque lo has leído en un libro de
sinónimos y pretendes ser presumido con el lenguaje, tal como te enseñaron en
el taller de escritura del centro cívico. Nunca has estado en la prisión ni
falta que te hace para comprender que los muros no acaban con la naturaleza
humana, más al contrario, la obligan a reaparecer. Y el amor, inevitable
incluso en los peores momentos, si se cohíbe deriva en perversión. Algunos
eligen esta salida. Las depravaciones hacen daño al otro; el amor, a uno mismo.
Alargas las eles como si el protagonista estuviera lanzando una cuerda al otro
lado de la alambrada. La libertad en un planeta que gira alrededor de la música
que tocan los demás, es una ilusión absoluta en un juego galáctico relativo.
Por eso el temor renace cuando el sol, como un caballero de encendida papada,
da paso a la dama de nariz picuda. Los ruidos de la cárcel en medio del sueño
le echaron en manos de aquel psicópata, pedófilo y sadomasoquista. Él le quiere
más que a su propia vida. Deja de escribir un momento. No tiene prisa en ésta
su nueva profesión de jubilado prematuro dado a la narrativa. Muerde el lápiz y
mira fijamente a los ojos del animal doméstico pero sin domesticar. Los felinos
tienen ese carácter vaporoso. La goma ha dejado un rastro de migas sobre el
papel. Sopla y las palabras se desprenden de la superficie blanca haciendo
estornudar al gato. No es fácil escribir a pesar del esmero puesto en la tarea.
En la penitenciaría suenan las alarmas.
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