jueves, 9 de marzo de 2017

Presciencia.



           Levantaba recelos su costumbre de recordar los sueños más extraños, seguidos habitualmente de un episodio trágico. Soñaba con tiburones almorzando espinas en una cafetería del centro comercial justo la noche anterior a un crack bursátil. Soñaba con un teatro vacío donde un grupo surrealista interpretaba obras absurdas vestidos de pájaros locos, justo la víspera de que un avión se estrellara cruzando el Atlántico. Soñaba con flanes gigantes en una mecedora la noche antes a un terremoto. Soñaba con sodomías entre rinocerontes antes de que ocurriera un asesinato de violencia doméstica sin domesticar. Ella no perdía el tiempo a la hora de dormir, no le gustaba tirar una cuarta parte de su vida por las cañerías del subconsciente. Y soñaba con argumento. Pero es una pena que solo aquellos acontecimientos capaces de romper las fronteras del tiempo, sean los infaustos, los que marcan huella en el cerebro hasta moldearlo. Ella tenía mucho cuidado a la hora del despertar. Debía ser un emerger suave, un ascenso natural de su organismo, sin sacudidas. Así las imágenes y su sentido emocional se diluían de forma muy lenta, permitiéndole tomar nota en la vigilia de lo recién soñado. Luego se conectaba a Internet y escribía en un blog sus presagios del día. Tenía miles de seguidores que antes de consultar el tiempo en el centro de meteorología, se pasaban por "Ronquidos proféticos", que así titulaba al sitio. Esa mañana escribió su último sueño: Tulipanes flotando en bañeras de oro, niños alrededor jugando alegres mientras los ancianos los contemplaban desde su sabiduría de pan y aceite, una rueda gigante daba vueltas como si fuera la ruleta de un casino, pero sin casillas de color negro. Y una música de Rachmaninov sonaba en medio de un ambiente de serenidad monástica. Al día siguiente se acabó el  mundo y los sueños. No hubo comentarios en el blog. Solo un gesto, un guiño ;)


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