Levantaba recelos su costumbre de
recordar los sueños más extraños, seguidos habitualmente de un episodio
trágico. Soñaba con tiburones almorzando espinas en una cafetería del centro
comercial justo la noche anterior a un crack bursátil. Soñaba con un teatro
vacío donde un grupo surrealista interpretaba obras absurdas vestidos de
pájaros locos, justo la víspera de que un avión se estrellara cruzando el
Atlántico. Soñaba con flanes gigantes en una mecedora la noche antes a un
terremoto. Soñaba con sodomías entre rinocerontes antes de que ocurriera un
asesinato de violencia doméstica sin domesticar. Ella no perdía el tiempo a la
hora de dormir, no le gustaba tirar una cuarta parte de su vida por las
cañerías del subconsciente. Y soñaba con argumento. Pero es una pena que solo
aquellos acontecimientos capaces de romper las fronteras del tiempo, sean los
infaustos, los que marcan huella en el cerebro hasta moldearlo. Ella tenía
mucho cuidado a la hora del despertar. Debía ser un emerger suave, un ascenso
natural de su organismo, sin sacudidas. Así las imágenes y su sentido emocional
se diluían de forma muy lenta, permitiéndole tomar nota en la vigilia de lo recién
soñado. Luego se conectaba a Internet y escribía en un blog sus presagios del
día. Tenía miles de seguidores que antes de consultar el tiempo en el centro de
meteorología, se pasaban por "Ronquidos proféticos", que así titulaba
al sitio. Esa mañana escribió su último sueño: Tulipanes flotando en bañeras de
oro, niños alrededor jugando alegres mientras los ancianos los contemplaban
desde su sabiduría de pan y aceite, una rueda gigante daba vueltas como si
fuera la ruleta de un casino, pero sin casillas de color negro. Y una música de
Rachmaninov sonaba en medio de un ambiente de serenidad monástica. Al día
siguiente se acabó el mundo y los
sueños. No hubo comentarios en el blog. Solo un gesto, un guiño ;)
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