Venir al blog es como un retiro espiritual y físico, como irse de ermitaño cibernético para que nadie te lea y poder escribir lo que te salga del prepucio. Las redes sociales están hechas de frágil ingenio, con apenas unos segundos antes de que caduque, donde lanzas una pelota con la idea de que alguna pared con cara estúpida la rebote a sus amigos y seguidores hasta el infinito. Un día, con las legañas colgando por las rodillas te encuentras que esa pelota viajera ha vuelto a tu habitación sin ventilar, y piensas qué pequeño es este mundo que no conoces mas que por referencias.
Venir al blog es como visitar un viejo amigo que ha perdido la memoria, la cabeza y la esperanza. Un amigo que sonríe cuando le dices tu nombre, pero que no significa ya nada para él. Escribo aquí porque no se acaba la tinta indeleble de esta página de mentira. Y sé que no necesito ser coherente en este espacio, que nadie dará réplica a la locura por temor a ser tachado de loco.
Vengo al blog a tomar el sol, a recibir la luz de la pantalla que ilumina y no calienta como el sol de invierno. Vengo porque este jodido sábado se ha torcido, porque la programada cita se ha interrumpido antes de tiempo por culpa de la culpa. Y ahora debería confesarme, pero si lo hago nada me quedará por decir y tengo intención de marear a las perdices con mis historias.
Vengo al blog porque tú te has ido, porque no vas a volver, porque sabes que nada dejas atrás, porque yo no tengo fe suficiente en la vida como para embarcarte conmigo, porque me aburro de escucharme y callo cuando no debo.
Vengo al blog porque no tengo dónde ir.