Puerta de la Iglesia de La Asunción, en Cañas, La Rioja. Frente a la Abadía Cisterciense. Por aquí estoy perdido buscando el Santo Grial.
Es difícil que me marche, pero cuando lo hago, es difícil que vuelva.
Mientras tanto...
Transformar los sonidos en
sabores para comerme esa maldita sinfonía que retumba en el muro que me une a
un vecino más sordo que melómano, provoca en mí una mala digestión y evacuación
diarreica. Uno puede llegar a odiar hasta la belleza si se la imponen. Pero la
calle no es salida, son tiempos de fiestas patronales y quien no golpea un
tambor no siente el terruño en la sístole del corazón. Luego del jolgorio
popular volverán los del martillo pilón, las grúas y las zanjas para mejorar
nuestra calidad de vida con una red de hilos tramando algo bajo nuestros pies.
No doy con la sintonía del móvil que se amolde a mi sensibilidad actual respecto a los sonidos. Todas están pensadas
para desestabilizar provocando trastorno bipolar. El claxon
de los coches se prueban a sí mismos que son símbolos viriles. No hay medida de
tiempo más corta que aquella que va de un semáforo puesto en verde a un tonto
al volante pitándote en el culo. Entras al cine y parece que un virus salvaje es
inoculado a través del aire acondicionado provocando toses espasmódicas en los
espectadores. Sales del cine y la gente necesita tiempo para adecuar la inflexión
de su voz, que viene del reciente silencio de penumbra. La estridencia es un
arma de destrucción invasiva. Probablemente por ello no muchos hayan podido ver
hasta el final la película del gran silencio. Los monjes en su vida cotidiana deslizan
sonidos que sólo ellos saben interpretar. Te sugestionan con sus movimientos
rituales, con sus señales de hábito, y te invitan a una última cena sin
brindis. Si no fuera porque del monasterio también se puede salir, haría los
votos con los oídos tapados. La pobreza, teniendo para comer, vestir y dónde
dormir, es al menos clase media. La castidad voluntaria siempre será mejor que la
obligada. La obediencia hacia quien debe obediencia tampoco puede ser peor que
tragar con los despotismos de un jefe de sección de estupidez contrastada. Y a
cambio te ofrecen silencio, que aunque ellos lo llamen oración, no deja de ser
un artículo difícil de conseguir incluso en la cumbre del Everest.