lunes, 6 de marzo de 2017

Las enaguas.



            Bajo la catedral de hielo nadan los misterios de colores. Bajo la cofia de una monja se revuelve el amor intangible que el cuerpo desahucia. Bajo la materia vibra la antimateria. Cada vez que reflexiono sobre la carcasa que nos envuelve, sufro el acoso de la ilusión, el mal del espejismo, la duda de si el observador que observa sólo puede ver una versión de sí mismo, una trama que lo completa, que le da sentido. La observación que determina lo observado. Y mientras, la verdad permanece codificada. Los amigos esconden lubricidad en la ropa interior, palabras no dichas que parecen rodear la cadera femenina con calor inofensivo. Disimular la firmeza de la erección es inútil a la larga aunque se tenga corta. La literatura ayuda al engaño, a la máscara lingüística. Las poluciones nocturnas se convierten en poesía en una calle abarrotada a la hora del café. La filosofía metamorfosea sus ganas de ponerte a cuatro patas. Bajo la catedral de la carne un dios sordomudo busca pasadizos secretos por los que aparecerse. Los encantos expuestos como en un tenderete de mercadillo, hacen sospechar a la más obtusa. Pero las palabras son tan constructoras de monumentos a la amistad, que olvidas que son pronunciadas para desviar la atención de unos testículos a punto de desbordarse.


viernes, 3 de marzo de 2017

Entre todos ellos.



            Callen los pájaros estampados en el asfalto fláccido del verano, callen los geriátricos entre los estertores del invierno, callen las figuras del cine negro, las siluetas de mis bisabuelos con sus adustas sombras en un marco herrumbroso, callen la gasolinera en la noche de una carretera local desconchada, callen las flores de tela amarilla, callen las mariposas de colección, callen las violadas en sus pesadillas, calle el oprimido tras arder a lo bonzo, calle la escalera por la que huyó el crimen, callen las gargantas cuando ocupan la boca de una pistola recortada o una polla ufana, callen los trenes en vía muerta, callen los estudios los lunes por la mañana, callen los políticos ante el golpe de las armas, callen los ciudadanos el día después del recuento, callen los intelectuales una vez recibido el premio a su trayectoria deslavada; tú Ainara, sigue acariciando la elipsis, sigue así, tocando el violín. Sé que es tu forma de llorar.


jueves, 2 de marzo de 2017

Atmósfera ambientada.



            La acera se enciende y se apaga al paso del miedo. Las pisadas hacen las veces de interruptor aunque los pies sean de individuos que se desbancan sin escrúpulos. Soporta la muchedumbre la sigilosa deriva del noctámbulo, pasa la mano por el hombro del llorica y no se ahoga en los diluvios. Mira con discreción por debajo de las faldas y hace tropezar al deslenguado. Vía de peregrinos con corbata, lápida de mendigos. Por la acera huye el ladrón y es lecho de amantes adolescentes en las ebrias madrugadas. La acera nos arrima a la pared. La acera se ríe del viento. Dos navajas. Sangre cursando su licenciatura hacia la alcantarilla. Lucía corre a la par de los coches. Se despide de quien por la carretera no volverá. La acera se acaba y ella se dobla colocando las manos sobre las rodillas. Sobre la acera caen los suicidas confiados en la fiabilidad del verdugo. La acera construye camastros de hojas o colchones de almidón. No se queja aunque la abran en canal. Los niños no deben salir de ella porque es una madre plana que amamanta con rasguños. Carlos espera y pasea nervioso. Está a punto de marcharse maldiciendo. Ella no viene. Parece que no viene, pero sí, la chica llega a la cita. Pensó en no acudir y quedarse en casa lamentándose, pero al final cogió el destino escrito sobre la acera.


miércoles, 1 de marzo de 2017

La parte de atrás de la foto.



            En incierto momento visitó una localización que ahora añora. Estaban ausentes en él tanto el dolor como el placer. No se montó en ninguna droga para llegar allí. En ocasiones revive aquella experiencia en pequeñas dosis, pero aquí los placeres y los dolores cuentan con una inmerecida reputación. Se sintió cómodo en aquel lugar, sólo tenía que sentarse en la orilla a ver correr el agua sin caer en la tentación de manipularla, desviar su curso o retenerla con sus manos. Un sitio donde los límites eran el encuentro que daba continuidad a los hechos, donde la separación no era entendida como distinción. Un lugar que no precisaba esfuerzo ni violencia para existir y entender lo que existe. Es consciente que cuando habla de un estado donde no hay dolor ni placer, la gente lo asume como grato. Se equivocan. Es un estado sin influencias irreales, un lugar donde lo que ocurre cuadra y cuaja. Pero su tarifa plana, sin emociones ni sorpresas, puede hacer perder los nervios a cualquiera. Y de hecho, abandonó aquel lugar para vagar por éste en el que no cree. Toma una dosis y se abstiene. Toma y lo deja. El agotamiento de los estímulos son postales muertas. El hombre barbudo, con filosofía de la nada, le aburre. Echa de menos la vitalidad de la experiencia frente a las palabras, el actor frente al escenario, el sujeto de la acción frente a sus ideas. Llegan las vacaciones. Bajará las persianas, insonorizará las paredes de su cerebro y viajará hasta dar con aquel emplazamiento. Cuanto más conoce al hombre, más cree en dios y en su inacabada búsqueda de la perfección.


martes, 28 de febrero de 2017

Las tres manos.



            Una creación planificada o una evolución prolongada y tortuosa, no pueden equivocarse, ni veo a nadie capaz de enmendarles la plana con versos raperos. Veamos, somos criaturas con dos manos, solo con dos manos los más afortunados, y como todo el mundo sabe, en las reuniones sociales se necesita una de ellas para sostener la copa y la otra para el puro, o si eres fogoso pero antihumo, para dejarla caer seductoramente sobre la rodilla de tu acompañante. ¿Pero en qué manual viene que una o ambas manos han de estar de forma obligada enredando en las teclas de un aséptico móvil? Perplejo me quedo cuando veo que en cualquier acontecimiento social siempre hay unos cuantos que manosean su "aparato" como si les fuera la vida en ello. Si dios y Darwin hubieran querido que tuviésemos esos artilugios siempre entre las manos, con o sin motivo, descuidando la conversación con los amigos presentes, nos habrían diseñado con tres manos. Lo digo aquí, y lo llevaré a cabo sin dar más explicaciones: la próxima vez que coincida con alguien que se ocupe de su smartphone sin que éste haya sonado con urgencia de ambulancia, me levantaré y me iré, limpiando el polvo de mis zapatos. 


lunes, 27 de febrero de 2017

Bicho.


            Aprovecha cualquier resquicio el jodido moscardón para colarse en la celda. Me trajeron a esta cárcel unos cuernos mal asimilados. El amante, su compañero de oficina, era poca cosa al fin y al cabo. No pudo soportar los golpes; supongo que estaba demasiado débil después de varios derrames seminales. O eso dijo ella, por joderme. Ante mi cara exhibe el moscardón su destreza voladora: rizos, picados, planeos, siempre con una peculiar ronquera de fondo. Se posa en la mesita donde antiguos reclusos escribieron el nombre de sus novias. Desciende con aire guasón al ver mis pies engrilletados al suelo firme. Se siente superior por dominar las rutas del espacio sin señalizar. Me hace cosquillas en la oreja y escapa zumbón ante mi impotencia. Cuando al fin se cansa de mí, pone la mirada en otras aventuras aéreas. Pero hago un gesto rápido y se estrella contra el cristal del ventanuco enrejado, contra esa fotografía de la realidad que no satisface a nadie. Le he cerrado la vía de escape, a él, que nunca había visto barrotes. Exhausto, se detiene en su baldío intento de huida. Le suelto un fatal zarpazo lleno de rabia, manchado de la sangre que me persigue. Preso, sí, pero aún puedo coger por los huevos a la libertad, y arrancárselos.


sábado, 25 de febrero de 2017

Convivencia en juego.



            Cuando un perro mira atentamente un libro no significa que sepa leer. Hay personas que prefieren salir de casa en busca de la naturaleza, y otras optan por llenar la casa de animales y tiestos. Estas últimas perpetúan el engaño de las ciudades y se hacen acompañar en sus jaulas por aquellas criaturas que les recuerdan lo simple y originario. Pero somos construcciones mentales por mucho que nuestro soporte sea biológico, y en ese diabólico juego hemos de aprender a sobrevivir con estimulaciones felices, aunque sean virtuales o inducidas. Al final, la suma ha de ser cero, pero varias son las maneras de llegar al equilibrio. Para ti todas las desgracias y para mí todas las venturas. Si vemos el planeta como un cerebro, hay partes que estimulan el placer y otras el dolor. Pocas veces se da la sorpresa por mucha interconexión que haya entre las neuronas. A los milagros se les llama así por algo. El dueño utiliza un tono de voz engatusador, suave y festivo. El perro mueve la cola creyendo que recibirá algún tipo de premio o gracia cariñosa. El dueño le atiza en el hocico y luego le explica las razones de su actuación disciplinaria, pero el perro ya no comprende nada porque ha dejado de confiar en él.


viernes, 24 de febrero de 2017

Tercera nube.



            Una casa en las nubes. El avión a su paso destroza el jardín. Por una de las ventanillas del aparato la muchacha observa a dos ancianos agitar los brazos como si fueran personal de tierra. Las nubes están sobrevaloradas y hay mucha especulación en el mercado de segunda vivienda. Todos aspiran a romper la gravedad sin necesidad de motores. El vértigo es para quienes miran hacia abajo. Los viejos plantan flores y aromas muy agradecidos esperando que otra nube superior las riegue. El calor llega como un disparo y la basura espacial  hace heridas en la nube, que se cura al instante con un poco de gasa. Los rayos se producen cuando en la marchita pareja chispean los ojos recordando su picardía. Los truenos son ronquidos del miedo a no despertar. Esta mañana han recibido un mensaje vía satélite para suscribirse al canal súper plus. Otro avión les levanta la nube unos cuantos palmos y les deja aturdidos en su sala de estar. Los pies flotando, porque a los viejos siempre les cuelgan los pies, como si ya estuvieran en la planta de arriba. Se abastecen de energía estelar, que es más barata en su carga nocturna. Mientras, el sol, esa estrella con fuegos de superioridad, trabaja a máximo rendimiento. Otro avión, otra mirada hacia el retiro.


jueves, 23 de febrero de 2017

Una falla.



            Brasil mueve sus caderas en el bar de la esquina de esta ciudad ajena a la semana santa. Ropajes negros sobre la piel tostada de dos muchachas que trajinan por el interior de la barra mientras algunos clientes bebemos juntos y solos, pensando en voz alta en el exotismo de otras tierras que vienen a hacer de este rincón lleno de complejos un lugar globalizado. Bebemos codo con codo y solos. La cruz la llevamos al cuello y las procesiones nos dan pena porque son tan inútiles como visualmente turbadoras. Bebemos notando la vida arder en los átomos que han evolucionado hasta preguntarse qué coño son, somos. Charlamos porque el sonido retumba en nuestro interior y da la impresión de estar ocupada por alguien la estancia que nos abriga. En el bar entran argelinos, guineanos, marroquíes, ecuatorianos, colombianas, cubanas, chinos. Los lugareños somos minoría en una ciudad que nos vio nacer y no ha conseguido librarse de nosotros. No hemos movido el culo de esta silla atornillada a la costumbre, por eso nuestra identidad es una lucha por la supervivencia de lo que nunca fuimos. Los cristianos sin cristo somos una civilización que hace tiempo se cuestiona sus propias creencias, y eso nos hace más libres o más vacíos, más abiertos al asombro de un universo nada acogedor. Bebemos juntos para evitar revoluciones, épicas hasta el vómito. Bebemos hasta que las escobas nos barren hacia la calle, hacia el pánico de una cama inhóspita. En casa nos espera la enfermedad que se queja como estilo de vida. En casa nos esperan preguntas a un final inminente de ojos cansados y piel rugosa. Somos buenos con o sin dios, a pesar nuestro, quizá. Pero hay días que dan ganas de dejar de beber, de querer, y pensar con egoísmo pasando por encima de los dioses de la selección natural. Somos buenos pero podemos ser infames y mandar a la mierda el futuro, la historia que aún está por escribirse, porque nuestro jodido nombre no aparece en ella. Podemos luchar contra nuestra programación genética y desertar de este libro escrito con genialidad, pero traducido por necios. Podemos cagarnos en todo lo más sagrado y pedir otra copa, la última.


miércoles, 22 de febrero de 2017

Platos rotos.



            El cielo acaba de explotar en la otra orilla. Hasta aquí llegan las cenizas azules. Los desheredados sueñan con la catástrofe que irremediablemente se cumple al día siguiente. Ellos son la conciencia que llama a la puerta a las cuatro de la madrugada del Apocalipsis. Por eso instalamos sistemas de seguridad, para dar media vuelta ante los difusos peligros. El orden para quienes manipulamos el entorno es fundamental. Los creadores del sistema estamos seguros de que el destino lo escribimos nosotros. El fatalismo es para los débiles. Ni siquiera una tormenta de verano nos coge despistados a los de la parte alta de la pirámide. Y si algo incontrolable ocurre, nos replanteamos todos los avances y exigimos que rueden cabezas. Ni dios puede venir si no concierta cita. Las cosas por desgracia están cambiando, y las ambiciones mafiosas quieren poner en contacto una orilla con la otra. Así que aquellos que según las estadísticas viven con un euro al día, ahora pasean por mi calle buscando trabajo, como si ello les ayudara a escapar de la fatalidad. Hojean el periódico intentando descifrar los asuntos que nos interesan, miran la televisión para aprender el idioma que les asegurará un techo protector. Todo se contagia menos la belleza, y ellos lo único que han logrado es destapar la virtualidad de nuestro sistema de untar las tostadas. En vez de enriquecer sus bolsillos, hemos descubierto que también en esta orilla existe la crisis y que el cielo en cualquier momento puede reventar. He cortado el césped de mi jardín. No quiero que el hundimiento me coja con asuntos sin resolver. Algunos no queríamos viajar para no ver las goteras del invento. Pero ha sido inútil. Ellos han viajado hasta nuestra casa. Y ahora estamos unidos por el desaliento. Es el fin de la poesía experimental.

martes, 21 de febrero de 2017

Es lo que parece.



            Una colisión en cadena en la carretera comarcal. El campo de tulipanes se encharca en sangre. La lluvia no puede diluir el rojo. Las piernas amputadas desean ser útiles como bates de béisbol, ver carreras de cerca mientras las dejan caer sobre la tierra en busca de la siguiente base. Al final de un accidente te espera una silla de ruedas para sacarte a pasear desde la altura de un niño, pero se te empina como a un caballo y nadie quiere montarte. Después del trabajo delante de una pantalla de ordenador, donde estar sentado es una ventaja, el parapléjico acude al centro de rehabilitación a realizar sus ejercicios fisioterapéuticos. Le han hablado de los juegos paralímpicos, pero ya tiene su agenda saturada de chorradas. Está harto de escuchar cómo los mancos anhelan jugar al tenis, o los cojos ser delanteros del Madrid. Está cansado de gente que no acepta su condición de paralítico e iza la bandera de la superación. ¿Superarse es rascarte el pie que no tienes? En su opinión ya es hora de que algunos dejen de comprar zapatillas de marca con las que lograr mayor suspensión en los saltos de pértiga. Ya es hora de no hacer más el memo y empezar a hacer bien lo que bien puedes hacer. Bastante difícil le resulta engrasar su propia silla de ruedas para dedicarse a experimentos de astronauta. Ha oído hablar de un asunto turbador al que los especialistas ponen este título: trastorno de identidad de la integridad corporal. Ha consultado sobre el asunto en Internet, son personas que quieren amputarse miembros para quedar postrados en una silla de ruedas, alcanzando con ello la realización personal. Wannabe de la ortopedia. En ese momento llaman al timbre de la puerta, y él, movido por remotos impulsos, se desploma en el intento de levantarse a abrir. Suspira a ras de suelo, tragándose el dolor de verse en los malditos espejos.


sábado, 18 de febrero de 2017

Fantasmas familiares.



            Los fantasmas genéticos no se exorcizan con facilidad, están emparedados en los muros de las casas que habitamos, respiran en los álbumes de fotos y hacen emerger sus etéreos amaneramientos con cada espejo. No puedes renegar de tu madre ni de tu padre sin desertar de ti mismo. Arrastras el peso de generaciones en el movimiento reflejo de tus órganos vitales. Los fantasmas esperan sentados a que vuelvas del trabajo, del paseo, del orgasmo. Te miran un segundo y ya saben qué ocurre en los trancos impares de tu andadura. Sus cánticos son repetitivos y te agotan los oídos que pretendían adoptar una nacionalidad distinta escuchando idiomas extraños. Los fantasmas del código genético no se van ni con transfusiones totales, ni con entierros de apellidos comunes, ni con reconocimientos públicos. Te haces trampas en el solitario por ver si los despistas, si la partida de nacimiento se pierde y ellos vagan por el limbo de los pasillos. Se acicalan en los armarios viejos, entre los papeles amarillos, en los cajones donde aún quedan rastros de sus denuedos. Ha venido una psicóloga a preguntarte por ellos. Habéis hablado y reído con los recovecos de la mente juguetona. De vez en cuando has desviado la mirada en su busca incorpórea, pero los taimados fantasmas han decidido no hacer ruido. Ha acudido también un experto parasicólogo con aparatos de medición, pero la genética es apenas mensurable por la tecnología paranormal. Has abierto las ventanas y una ráfaga de lluvia ha empapado la sala de estar. La limpieza pasa por el olvido, por no haber vivido, por no tener pasado que rememorar. Por un momento has tenido la tentación de dar el salto y juntarte con tus fantasmas en la misma casilla de juego. Ellos han visto que la cosa iba en serio, y por hoy han decidido dejarte en paz.


viernes, 17 de febrero de 2017

Algo que contar.



            Escribes a lapicero cuidando el trazado de las letras, con una borra goma cerca del papel por si has de eliminar cualquier error caligráfico. Oíste hablar de la importancia del estilo y quieres ser riguroso. El escrito trata sobre los amores que surgen en la cárcel, sus idilios de ducha, sus paseos románticos por el patio, sus celdas de misticismo, sus noches de derrames viriles sobre el catre, sus cruces de navaja y el chorro de sangre brotando del caño de un obligo nostálgico de cordón. Sacas punta a tu lápiz mientras imaginas la sodomía en prisión, la dificultad de la caricia en los comedores, en los talleres. Esas cartas enviadas a uno mismo reconociendo que el amor surge como proceso químico y es imparable aunque alrededor sólo haya bestias mugrientas. Cuando se ha activado el mecanismo del afecto, el destinatario puede ser cualquiera que entre en el campo de visión. Se sube el gato a la mesa en la que escribes. Serpentea y se enrosca. Borras la palabra trasero y escribes antifonario, porque lo has leído en un libro de sinónimos y pretendes ser presumido con el lenguaje, tal como te enseñaron en el taller de escritura del centro cívico. Nunca has estado en la prisión ni falta que te hace para comprender que los muros no acaban con la naturaleza humana, más al contrario, la obligan a reaparecer. Y el amor, inevitable incluso en los peores momentos, si se cohíbe deriva en perversión. Algunos eligen esta salida. Las depravaciones hacen daño al otro; el amor, a uno mismo. Alargas las eles como si el protagonista estuviera lanzando una cuerda al otro lado de la alambrada. La libertad en un planeta que gira alrededor de la música que tocan los demás, es una ilusión absoluta en un juego galáctico relativo. Por eso el temor renace cuando el sol, como un caballero de encendida papada, da paso a la dama de nariz picuda. Los ruidos de la cárcel en medio del sueño le echaron en manos de aquel psicópata, pedófilo y sadomasoquista. Él le quiere más que a su propia vida. Deja de escribir un momento. No tiene prisa en ésta su nueva profesión de jubilado prematuro dado a la narrativa. Muerde el lápiz y mira fijamente a los ojos del animal doméstico pero sin domesticar. Los felinos tienen ese carácter vaporoso. La goma ha dejado un rastro de migas sobre el papel. Sopla y las palabras se desprenden de la superficie blanca haciendo estornudar al gato. No es fácil escribir a pesar del esmero puesto en la tarea. En la penitenciaría suenan las alarmas.


jueves, 16 de febrero de 2017

Condenado por la campana.



            Transformar los sonidos en sabores para comer esa maldita sinfonía que retumba en el muro que te une a un vecino más sordo que melómano, provoca en ti una mala digestión y evacuación diarreica. Uno puede llegar a odiar hasta la belleza si se la imponen. Pero salir a la calle no es una opción porque son tiempos de fiestas patronales y quien no golpea un tambor no siente el terruño en la sístole del corazón. Luego del jolgorio popular volverán los del martillo pilón, las grúas y las zanjas para mejorar nuestra calidad de vida con una red de hilos tramando algo bajo nuestros pies. No das con la sintonía del móvil que se amolde a la sensibilidad sonora actual. Todas están pensadas para desestabilizar provocando trastorno bipolar. El claxon de los coches se prueban a sí mismos que son símbolos viriles. No hay medida de tiempo más corta que aquella que va de un semáforo puesto en verde a un tonto al volante pitándote en el culo. Entras al cine, parece que un virus salvaje se propaga a través del aire acondicionado y causa una  avalancha de toses espasmódicas en los espectadores. Sales del cine y la gente necesita tiempo para adecuar la inflexión de su voz, que viene de estar sometida a la penumbra. La estridencia es un arma de destrucción invasiva. Probablemente por ello, no muchos hayan podido ver hasta el final la película del "Gran Silencio". Los monjes en su vida cotidiana deslizan sonidos que sólo ellos saben interpretar. Te sugestionan con sus movimientos rituales, con sus señales de hábito, y te invitan a una última cena sin brindis. Si no fuera porque del monasterio también se puede salir, harías los votos con los oídos tapados. La pobreza, teniendo para comer, vestir y dónde dormir, es al menos clase media. La castidad voluntaria siempre será mejor que la obligada. La obediencia hacia quien debe obediencia tampoco puede ser peor que tragar con los despotismos de un jefe de sección de estupidez contrastada. Y a cambio te ofrecen silencio, que aunque ellos lo llamen oración, no deja de ser un artículo difícil de conseguir incluso en la cumbre del Everest.


miércoles, 15 de febrero de 2017

La suerte de mano.



            Nos agarramos a la vida. Dame la mano, querida, no me sueltes. A la vida, la que sea. Contamos con una idea de lo que somos y perseveramos en ella. ¿Equivocada? La única que nos queda, algunos incluso le cogen cariño. La mano del que está erguido, dice: Se va. La mano que afloja del que está tendido, dice: Se acaba. La última cobardía viene a contar que se tiene miedo a la forma de morir, no a la muerte. Somos gentuza que nos hemos juntado en esta leonera a hacernos trampas al solitario. La muerte duele si consiste en arrancarnos de lo que somos. Eso es imposible, me comenta una amiga experta en el ser y su consistencia. ¿Experta? Ella perdió la memoria y se ha construido una nueva identidad basada en directrices terapéuticas de bienestar zen. Amén. Por si acaso, intento empaparme en los productos imperecederos que nuestra imaginación ha elaborado a lo largo de siglos de evolución y mitología. Intento conocer aquello que perdura, a ver si por ósmosis algo se pega. Intento no darme demasiada importancia para conseguir una transición con cierta naturalidad. Puedes soltarme la mano. Así está bien. Todo está bien. Que pase el siguiente a intentar responder las preguntas.