El esplendor de un fondo de
limoneros no se compadece con su agrio beso. El amarillo es un brochazo
impresionista en el verde de las hojas. Los antagonismos pueden casar o
repelerse. Nadie dibuja un cuadro en el que se vea a una mujer musulmana
acodada en la barra de un bar tomando una cerveza y rodeada de hombres atónitos
al ver su mundo derrumbarse. Una mujer, que acostumbrada al velo, muestre unas
facciones de limón deseoso de ser exprimido. Los hombres reaccionan con
violencia llevados por la escasa flexibilidad mental. Lo nuevo da miedo, y si
procede de alguien que provoca deseos inconfesados, más. Hay muros que no se
tiran con mazas. Alguien tiene que poner la cara para que se la rompan, que le
extraigan las pepitas y se las machaquen con botas de odio. Hacemos daño porque
no tenemos tiempo de escuchar las circunstancias de cada persona con la que nos
cruzamos. La prisa deja cadáveres en nuestras cunetas. La mujer musulmana ha
desaparecido del cuadro, del bar, de la visibilidad. Habrá que esperar a que
Mahoma se relaje y vea más allá de los sexos. A los profetas les queda mucho
por aprender.
martes, 11 de abril de 2017
viernes, 7 de abril de 2017
Utensilio de cocina.
Un cuchillo encima de la mesa de la
cocina apunta a la tragedia, convoca a la sangre, al ritual del caníbal. Recoge
en su hoja la luz perdida que se cuela por la ventana de cristales sucios y
desestabiliza el fatalismo del anciano, satisface el resentimiento del
humillado y embauca con su brillo la inocencia destronada del niño. Un
cuchillo, él solo, sobre la mesa de la cocina es capaz de perturbar al más
cuerdo, de recordarnos que la ira duerme a nuestro lado después de hacernos el
amor. Un cuchillo es un cuchillo, incluso aunque quieras hacer poesía o seas
carnicero de vocación. Un cuchillo es como las ideas que flotan libres sin
necesidad de ser pensadas. Platón las desenmascaró. Están ahí y quieren
atacarnos. El cuchillo ha nacido para degollar la serenidad de la cocina. Todos
somos conscientes de cómo nos llama a gritos cuando los humores se tuercen.
miércoles, 5 de abril de 2017
Sablista.
El sablista carece de fuente propia
de energía, por eso se rodea de personas a las que succiona y desecha. No tiene
amigos, sólo estaciones de servicio. Nunca nadie te abrazará con tanto
entusiasmo ni te olvidará con tanta facilidad. Este sablista en concreto, ha conseguido
sacarles dinero a morosos y truhanes de acreditada trayectoria sin despeinarse,
vendido a sus más allegados con un gesto campechano, y ha mentido con la
soltura de un político profesional. Sentados a la mesa de un bar renegrido a
punto de cerrar, me rastrea con el cuerpo ladeado, la mirada resabiada, en la
esperanza de sacarme algo y que parezca que me está dando. Nos conocemos desde
la caótica adolescencia, sabe que le aprecio porque forma parte de mi álbum de
fotos, pero que me dejaría cortar un brazo antes de meter la mano en el
bolsillo para prestarle dinero. Aun así, tiene la tentación de hacer un juego
de malabares verbales con el que mantenerse en forma. Miro hacia la puerta del
local bostezando con aparatosidad, seguro de que captará el mensaje. A mí me aburre,
se lo he visto hacer muchas veces: trucos en los que usa la tragicomedia
dialéctica, aspavientos trufados de historias rocambolescas. Por eso se
levanta, me da una palmada y se despide. Se va en busca de alguien menos
trillado antes de que la noche se consuma sin extraerle tajada. Pienso que
acabará pidiéndome una transfusión de sangre para alguna operación futura, algo
a lo que no me pueda negar. El caso es que no me escape sin darle mi parte, la
que él considera por ley que todos debemos entregarle. Sonrío mientras me palpo
las venas. Me dan el último aviso desde la barra. Me acerco a pagar las copas.
El camarero me informa que mi amigo ha cogido un par de sándwiches antes de
irse. - Mi amigo -repito en voz baja-, y pago sin protestar.
martes, 4 de abril de 2017
Lentitud.
Con el tiempo pasamos del tiempo, su
mujer se pinta la cara, se ve guapa, el amor vence las pinturas de guerra, las
raíces amenazan por debajo de las tumbas, suena el teléfono, no le quedan
fuerzas para mentir con la voz, en la pantalla resaltan los mensajes, ya conoce
su contenido, son llamadas de socorro disimuladas que buscan un cabo al que agarrarse,
quizá sea éste su último día y echa un vistazo a la agenda, no encuentra nada
en ella que no pueda esperar a otra vida, quema la obra escrita como un pirómano
del desconocimiento, y sale a la calle a ver barrigas prominentes de rabia
ingerida, a veces diría que le sobra gente a las aceras, egocentrismos de yoyó
con sus dedos en el centro de un mundo que cambia la dirección de su giro, pasa
a su lado una silla de ruedas, su mundo gira a golpe de bíceps.
viernes, 31 de marzo de 2017
Bálsamo.
Huele cuando una puerta se abre,
huele a su sexo convertido en inyección para dormir de amor. Huele a ella en
cada momento que la vida se gira para mirar si la sigo. Su cabello como red
sale de pesca. Ella se da la vuelta, y yo la huelo. Los aromas son embajadores
de los que no están, de los que se fueron, de quienes siempre reinarán en los
espacios comunes, huérfanos de un hombro que
roza y amortigua. Su piel ya no es suya ni es piel, y yo la huelo. Mis
sentidos la tienen registrada en la memoria de sus células moribundas de amor
perdido. Los días grises son para estar tumbados en la cama, abrazados, mirando
por la ventana y respirar hondo. Esnifo su calor, su respiración en mi nuca.
Olor de santa y puta, de madrastra y amiga, de compañera y bruja. En una mujer
caben muchas y no todas se avienen pacíficamente. Huelo a pozo profundo, con su
eco en un idioma extraño. Huelo al dolor de quien ha vivido y el producto
estaba en mal estado. Tu olor no eres tú, lo sé. Tu olor es la prenda que
guardo por si alguna vez tengo que buscarte entre las órbitas de planetas sin fragancia.
Si dios por un instante se detiene en su expansión a ninguna parte, estará
tendido a tu lado. El sabe lo que es bueno.
jueves, 30 de marzo de 2017
Siglo de crisis.
El escéptico sospecha que los
descansos que ofrece la vida son para prepararnos a sufrir más. Sufrir es
sentir y a veces eso compensa. Estamos capacitados para imaginar, prever, vivir
antes de la vida. En ese determinante azaroso de la evolución hemos sobrevivido
porque sabemos de la muerte y jugamos al escondite, porque si es necesario
inventamos dioses, y si se tercia los matamos con la misma facilidad. Nuestro
objetivo es perpetuarnos. Para nosotros nada tiene sentido sin nosotros. Quizá
el universo sólo sea una representación ilusoria de quien lo observa, y por
ello no logramos contactar con ningún ser vivo que nos siga el juego. A veces
dudamos de nuestra consistencia y queremos dar con vida extraterrestre. Por
sentido común y nivel de probabilidad, decimos, como si nosotros fuéramos
fruto del sentido común o de una alta probabilidad. Inventamos en su día la
moral para disfrutar de las sombras que se extienden en el paraíso perdido del
que nos ha tocado ausentarnos. Juzgar las sensaciones, qué gran desvarío. El
místico se deja penetrar desde dentro. Sus derrames son profecías. El placer y
el dolor cocinados como carne y pescado en la misma sartén. Cuando el éxtasis
alcanza a dos amantes, queda el éxtasis y se disuelven los amantes. Sí, sabemos
lo que es bueno, pero tememos su poder. El mundo lo retransmiten los informativos:
sadismo condensado y puesto en escena por una cara agradable. Nos sentimos tan
privilegiados ante el dolor ajeno, que no dejamos de preocuparnos por él. Desde
hace meses nadie llama a la puerta para venderle enciclopedias, ni vida eterna.
Ha puesto un anuncio en el periódico: en estos tiempos de crisis, alquilo
ventana, vistas deprimentes, buena altura, pavimento urbano de calidad,
eficacia asegurada, pago por adelantado.
miércoles, 29 de marzo de 2017
Palabras.
Cagan las palabras en las plazas donde niños infelices juegan a que caiga la noche, en los parques donde ancianos horadan sus tumbas con la impaciencia de los bastones, abastecen las palabras el cuenco de un firmamento sin fondo donde autobuses de rostros esquivos se desplazan por la rutina, sedados, conformes con la fatalidad, se recuestan las palabras sobre la piel en tabernas de clientes fijos que entran sin sed en estos balnearios de calle, cocinan las palabras con delantal dominguero en cualquier sitio donde no se pronuncie su nombre, siempre lejos del claustro de su cuarto de solteras, de su despacho impoluto donde hay tanta biografía que pesa y orgasmos inconfesables a un diario sordomudo, se arriman las palabras en el baile en un obstinado intento de provocar la aparición de la música sin letra.
martes, 28 de marzo de 2017
No dejó una maldita nota.
La mecedora se balancea al borde del
precipicio, el borracho se inclina peligrosamente hacia uno de sus lados para
buscar el paquete de tabaco. Le pesa el dolor del suicidio de alguien a quien
debería haber querido aún más de lo que ya quiso. Ahora vienen de visita los
amigos y pretenden darle consuelo con palabras tan enternecedoras como
nauseabundas. Los recibe con verdadero asco y lame la boca de la botella
vacía. Como sigan hablando con paternalismo acabará partiéndoles sus caras
bovinas. A uno de ellos se le ocurre señalar con tono moralista su notorio
problema con el alcohol.
— Estúpido de mierda, que confundes
el analgésico con la enfermedad. Pero qué os ocurre, por qué no podéis aceptar
el dolor. Tan sólo escuece a rabiar, y necesita su terapia de autodestrucción.
Dejadme en paz. El dolor se amortigua con dolor, hasta que los sentidos no
responden y entonces puedes clavarte un cuchillo candente en el pecho y
rasgarte ochenta tejidos vitales. Qué menos. Excepto los que juegan a
engañarse, a los demás solo nos queda el choque de trenes, la convulsión como
respuesta. Y eso es beber, perder el conocimiento, despertarte entre vómitos y
beber de nuevo antes de que el juicio recobrado empuje a una ducha fría y a
saludar con educación a los vecinos. Culpa y pena, sí, y que a nadie se le
ocurra sacarme de ahí, de mi hogar guillotinado.
Uno de los amigos aconseja que vaya
a dejar flores sobre su lápida inamovible. Un acto, que se supone podría ser
curativo.
— ¿Flores? — Ni se molesta en
contestar. Dando tumbos se aleja de la mecedora en busca de otra botella en el
mueble bar. Hace días que no le importa el contenido ni el color del líquido
que haya dentro de las botellas. Lo único que le interesa es la graduación.
Aquel día de la semana solían
escogerlo para exprimir el amor con sexo. No era algo fijo, pero sí, solía ser
los viernes; ella acababa de dar sus clases de alemán y él venía de trabajar en
esa absurda empresa de empaquetar pilas. Ahora se había quedado sin pilas, sin
interés por seguir fichando en la máquina de empleados que no es más que una
cuenta de esclavos. Los viernes eran propicios porque al día siguiente ninguno
tenía que madrugar demasiado, y se
acurrucaban en el sofá a ver un DVD, con la película aconsejada por el
tunecino encargado del videoclub, un mitómano de los dramas sociales. Pues
justamente eso se encontró al abrir la puerta de casa aquel fatídico viernes,
un drama social con la policía tomando notas y midiendo la altura del balcón a
la calle.
— ¿Flores? — repite a destiempo,
indignado, con voz amenazadora de borracho. Con gesto febril estampa una
botella (asegurándose, eso sí, de que esté vacía) en la primera cabeza que
encuentra. Sangrando como un cerdo en día de matanza, el amigo se atreve a
añadir con paciencia infinita que el primer paso hacia la felicidad es el más
difícil.
— ¿Y quién se conforma con ser
feliz?, contesta él justo antes de dar cuenta del primer, hondo, y prolongado
trago de su nueva botella, a la que toma por la cintura sabiendo que acabará
yaciendo con ella.
Los amigos, conscientes del poder de la
autocompasión, se marcharon, pero no se rindieron. Al día siguiente se les
ocurrió arreglarle una cita a ciegas, por aquello de que un clavo saca otro
clavo. El aceptó. Llegó al lugar del encuentro con una mueca oxidada, se bajó
la cremallera de la bragueta, y orinó en los pies de su cita. Iba con la vejiga a reventar de ron - contestó cuando le exigieron explicaciones.
Al final se hartaron de él y le aconsejaron que se tirara por el balcón, que
emprendiera el viaje que tanto deseaba hacer. Y por primera vez miró a sus
amigos como si al fin hablaran con cierta inteligencia, una inteligencia que ya
les creía devastada por los sentimientos gangosos.
Cuando le dejaron solo hizo caso del
consejo: fue a casa, abrió el balcón, tiró a la calle todas las botellas de
alcohol que había almacenado, y después, se lanzó detrás de ellas, de ella.
¿Flores? Sí, a él sí le llevan
flores, flores que se marchitan, flores que no huelen, flores que se olvidan de
retirar, flores amaestradas. Luego, nada: por capullo.
En cierta ocasión, un tipo con
nombre de plato combinado tailandés, un tal Kierkegaard, aseguran que dijo: El
que sufre debe ayudarse solo. Pero eso, no siempre es posible.
lunes, 27 de marzo de 2017
Evocación otoñal.
Ha pasado cincuenta veces por la
estación de Otoño. Los pasajeros nerviosos van de lado a lado, sujetándose las
gorras ellos y aplacando el vuelo del vestido ellas, o viceversa, que ahora
todo es intercambiable, hasta el sexo de las monjas. Los bancos están amarillos
como los dientes de un fumador. La estanquera sonríe maliciosa. Las ventanillas
son cuchillas en la cara, aire del norte que se cuela por el fondo de una
curva. Los letreros luminosos y la voz de megafonía tropiezan con las ramas
desprendidas. Tartamudean un poco los viajeros, llaman a la compasión si no
fuera por la prisa. La compasión exige un tiempo del que carecemos. Los andenes
están alfombrados de hojas venidas a despedirse. Las vías están oxidadas. Por
aquí los trenes no se detienen: su origen son las tardes inacabables del verano
turista y van con destino a la nieve que clarea en el estómago del invierno.
Los vagones, en su traqueteo de mulas mal ensilladas, escupen a los que están parados en la cuneta de la estación de Otoño. La melancolía de lo que se ve
marchar. Debería subirse, camino de alguna parte, pero sus cincuenta
pasos por esta estación siempre han sido parecidos, sin destino preciso, con el
billete en la mano, comprobando su autenticidad.
sábado, 25 de marzo de 2017
Rescatada.
Desde la sartén crece el fuego
lubricado por el averno de la apatía. Las llamas escalan las paredes devorando
la bondad de la cocina. En un rincón tus ojos autistas no se inmutan,
hipnotizados por las formas caprichosas del realismo artístico. No conoces el
miedo a los elementos, solo el que provocan otros ojos. Tu cara se enciende, el
fuego manda emisarios, gruñidos y humo antes de "parrillarte" la carne. Eres una
niña excepcional que se queda quieta para darle más dramatismo a la escena. No
lloras, no gritas, no pides auxilio, ni sales de tu quemazón interior. Piensas
aguantar allí mientras dure el espectáculo, pero al final echan la puerta
abajo, llenan de espuma la cocina y te alzan en brazos. No muestras alegría, ni
agradecimiento de rescatada. Te da pena ver morir aquella fiera de mil cabezas
que con rojas fauces ennegrece todo a mordiscos. No crees en nadie, pero eso
no propicia que te dejen en paz. Eres ese agujero negro que no se aprecia
aunque ahí estén sus efectos. Te dan un beso que no devuelves y buscas con la
mirada la caja de cerillas.
viernes, 24 de marzo de 2017
Prostíbulo del alma.
Tu mano en mis testículos actúa como
un abrelatas sobre la conserva caducada. El placer del pobre teme con razón a
la felicidad, porque a cada instante de gloria le corresponden diez latigazos.
El sentimiento de culpa pertenece a una tradición en la que se comparte lo que
otros tiran a la basura. El pobre acepta la tragedia como predestinación firmada
en contrato formal, y su horizonte viaja a lomos de olas apocalípticas. El
suicidio es cosa de burgueses, clientes adinerados de psiquiatras que
aprovechan un hueco para afianzar la herida de la que seguir mamando. El suicidio
es un arma secreta de quien echa de menos lo que no recuerda. El pobre no
quiere saber nada de reencarnaciones, las considera una tomadura de pelo, y un
insistir en la desdicha que no viene al caso. Las biografías, por muchas veces
que las repitas, seguirán transcurriendo exactamente igual. Una cosa es no
suicidarse, y otra muy distinta es cogerle gusto al asunto carnal.
Tu boca se afana en barnizar lo que
fue furia y ahora es bestia domesticada y humilde. Olvidé la contraseña del
amor. ¿Puedo pasar? No soy nadie. Te levantas. Tu pubis sobre mi pierna: un
brasero de mesa camilla. Toma tu dinero y vete. Déjame solo, que estoy a punto
de arrancarme una estúpida esperanza que me ha crecido como una postilla, aquí,
en el lado derecho del alma.
jueves, 23 de marzo de 2017
Música.
El estuche de violonchelo se
comporta como féretro para el vampiro que afila sus cuerdas vocales. Cuando un
hombre es sometido a su negación, la música daña porque hace melodioso el
dolor. La sangre corre entre las patas de un piano y la armonía viste de
domingo a la razón. Dios da menos miedo que una tormenta porque a su rayo no le
sigue el trueno. La partitura es el mapa del tesoro que guarda vaporosas
riquezas en cofres incapaces de permanecer cerrados. El instrumento quiere ser
fiel al propósito de unas manos decididas a controlar el temblor con audacia.
Acompaña al coro un silencio que engorda la musicalidad de las voces. Por el
día vuelta al féretro, a la caja donde reposa su barriga el violonchelo, a su
silencio que aterroriza sin saberlo.
miércoles, 22 de marzo de 2017
El camino empinado.
Folló, y abortó al no aceptar la
relación directa entre jodienda y origen de la vida. Ella era más de
creacionismos. Demasiado joven para saber que la vida o jodes o te joden, pero
pocas veces te puedes quedar al margen de su agotadora fertilidad. Aquel
muchacho que recogió a última hora en una discoteca de las afueras, no era un
tipo al que estuviera dispuesta a sacar de paseo a la luz del día. Le daba
vueltas a ese asunto mientras paseaba descuidada la mano por la máquina de coser
de su abuela, una herencia que no pudo quitarse de encima en la lucha familiar.
No todo es tan fácil como detener un proceso de gestación. Pasado el tiempo,
después de ver una chinita con cara de cromo del siglo pasado en el anuncio
televisivo de una onegé, pensó en adoptar. Su cabeza se deslizó con ternura por
las cosas que perfumaron la propia infancia, y sintió que debía compensar su
acción aniquiladora de juventud. Esta vez no quería sexo, quería una niña.
Estaba acostumbrada a que los deseos se realizaran de inmediato y de forma
gratificante, porque esto es un puesto de feria donde siempre toca. Tenía que
contar su nueva decisión en el chat para singles maduros, y compartirlo con sus
amigos en facebook. Quizá, pensó, abra un blog para dar cuenta del
día a día del proceso de adopción en ese país asiático, y seguro que recibo
comentarios bien formados de gente que ya ha pasado por esa experiencia. La
vida es bella, pero en medio del entusiasmo, su primera cicatriz se retorcía
haciéndole fruncir el ceño.
sábado, 18 de marzo de 2017
Recta final.
Un aviso eran las prolongadas
sesiones de cama, los pasos lentos y remolcados que doblaban las alfombras y
convertían el pequeño pasillo en un trayecto inacabable. Un aviso eran sus
frases de inocencia recobrada, su risa infantil en medio de las arrugas, su memoria
luminosa sobre los tiempos caducos. Su antigua vivacidad e inteligencia rápida
habían declinado en lágrima fácil y dificultad para el entendimiento de las
cosas prácticas. Un aviso era su hipersensibilidad hacia los gestos desdeñosos.
El habitáculo, cuando ya no sirve a los intereses del inquilino, empuja a la
mudanza. Avisos a los que no atiendes por estar sumido en el ritmo de las
pretensiones. No está bien visto perder el tiempo deteniéndose a contemplar
cómo se apaga una vela.
jueves, 16 de marzo de 2017
El peregrino.
Un peregrino me ha saqueado por el
camino, a palo seco y sin pareados. Llevaba bordón y esclavina, una mirada de
catador de vinagre y un andar bravucón al consumar la apropiación de mi
cartera. Vaya usted en paz, me dijo mientras sus ojos hacían balance del botín.
Rebozado en gallarda felicidad, reemprendí el viaje, pensando que los ricos lo
tienen difícil para entrar en el reino de los cielos aunque el reino de la tierra
sea suyo por compraventa y justiprecio. Espero que el encargado de las
prebendas en el cielo no se lo tenga en cuenta a mi ladrón. Los tropiezos son
cosas de hombres muy hombres. Los pobres, como los perdedores y los antihéroes,
hoy en día tenemos muy buena prensa en la sociedad aunque los prudentes huyan
de nosotros como de una infección. Incluso usando preservativos de colores, las
ampollas de mis pies eyacularon al llegar a Santiago. El alma a salvo, el
cuerpo exhausto y el bolsillo esquilmado. No cabe duda que voy camino de ser
santo. Regreso a la casa a punto de ser embargada. Se sabe que el olvido es
mala cosa, que la vida sigue siendo la reina de los hábitos. Y es que tiene
mucho peligro no morirse a tiempo.
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