Huele cuando una puerta se abre,
huele a su sexo convertido en inyección para dormir de amor. Huele a ella en
cada momento que la vida se gira para mirar si la sigo. Su cabello como red
sale de pesca. Ella se da la vuelta, y yo la huelo. Los aromas son embajadores
de los que no están, de los que se fueron, de quienes siempre reinarán en los
espacios comunes, huérfanos de un hombro que
roza y amortigua. Su piel ya no es suya ni es piel, y yo la huelo. Mis
sentidos la tienen registrada en la memoria de sus células moribundas de amor
perdido. Los días grises son para estar tumbados en la cama, abrazados, mirando
por la ventana y respirar hondo. Esnifo su calor, su respiración en mi nuca.
Olor de santa y puta, de madrastra y amiga, de compañera y bruja. En una mujer
caben muchas y no todas se avienen pacíficamente. Huelo a pozo profundo, con su
eco en un idioma extraño. Huelo al dolor de quien ha vivido y el producto
estaba en mal estado. Tu olor no eres tú, lo sé. Tu olor es la prenda que
guardo por si alguna vez tengo que buscarte entre las órbitas de planetas sin fragancia.
Si dios por un instante se detiene en su expansión a ninguna parte, estará
tendido a tu lado. El sabe lo que es bueno.
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