
Alguien les convenció que su deber era demostrar inteligencia ahora tan disuelta en múltiples clasificaciones para que quepan hasta los estúpidos más pertinaces gracias a la emocional la espacial la discursiva o la incomprendida por dedicarse con devoción a quitarse los pelos de la nariz o pintarse las uñas o sacarse restos de cerumen de las orejas y hacer de ello una ciencia con cursos por correo y diplomas de higiene en varios idiomas tan importantes para decir las mismas bobadas de maneras diferentes y que entiendan hasta los indios cachuas si es que hay indios cachuas o cachas de pilates en gimnasios última generación que hablan por el móvil a través de un pinganillo haciéndoles parecer locos hablando solos y quizá lo sean vaya usted a saber los entresijos de una mente dada a escudriñar las mentes como el azar mira boquiabierta la trayectoria de la bola en la ruleta con jugadores de cartón piedra ignorantes sobre lo que sucederá después de perder o ganar.
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Y por ello los tahúres y trileros decidieron demostrar su inteligencia y sólo demostraron su habilidad con los dedos pero rápidamente alguien se apresuró a clasificar la habilidad dactilar como una forma de inteligencia profunda y todos se quedaron encantados de haberse conocido o desconocido que para el caso da lo mismo.
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