martes, 6 de julio de 2010
105º paso en el búnker
Responde al nombre de Maimónides. Es cordobés y filósofo de baratillo. Luce en negro ojos hundidos al fondo de unos telescopios que usa de lentes. Barba con fauna sin clasificar en las enciclopedias y una dentadura donde las eses han encontrado su retiro paradisíaco. Su edad, indeterminada, como suele ocurrir con los hijos putativos de la calle. Es un tipo que frecuenta los pórticos de las iglesias para reírse de las beatas, no por pedir una limosna que no necesita. Allí puedes acudir a escucharle buenas historias, las inventadas son las más interesantes, aunque también salpica su discurso con algunas de las otras, más constatables. Ha necesitado mucho tiempo para superar su adicción a profesiones estrafalarias y frustrantes. Todas las ejerció en su día. Paso a enumerar el vía crucis de una trayectoria laboral que sobrecoge: dependiente en una tienda de golosinas, secretario personal de un echador de cartas, masturbador de reses, analista de flatulencias, empleado de videoclub, representante de estiércol, maquillador de cadáveres para una funeraria, cantador de bolas en un bingo, limpiador de pista en un circo…
Ahora está curado. Vive del cuento que acabo de contar y de una pensión por incapacidad grave, la del escritor soliviantado. La sociedad socialdemócrata le mima mucho.
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