viernes, 9 de julio de 2010
107º paso en el búnker
El marco de la ventana mordido de una luz polvorosa y con mocos en los cristales, las cortinas con restos de sangre de mosca, las paredes desconchadas de semen reseco y escupitajos ebrios, la foto diminuta de una boda que parecía un sacrificio demoníaco de aquella virgen condenada, la palangana con las tripas fueras y tierra en su estómago con olor a pies de campo, los techos con las humedades que son mensajes de ultratumba, la cama de hierro forjado para que el dolor impere en los sueños, una mesilla con la autoestima por los suelos y en medio de la estancia, tirado, o quizá posando para la posteridad un cuerpo desnudo de una mujer con la elegancia de quien espera visita. Pero simplemente se ha muerto, qué es eso, muerto. Sigamos comiendo.
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2 comentarios:
Seguimos comiendo, y en cada bocado no podemos evitar preguntarnos por qué la belleza de un perfecto cuerpo femenino se desparrama en un triste suelo de frías y rotas baldosas, por qué se esconde en un cuartucho donde el calor se respira y se palpa, con moscas posadas sobre el cable del que cuelga una solitaria y vieja bombilla fundida, con algodoncillos de polvo acurrucados en los rincones sombríos, dónde un negro teléfono de baquelita no ha recibido llamadas desde hace tanto tiempo que nadie recuerda el sonido de su timbre. Es curioso cómo un lugar desagradable y lleno de muerte se nos hace cálido, incluso acogedor, sólo por comprender que ha sido el refugio protector del alma hermosa que ha sufrido y ahora se libera.
Quiero escuchar el sonido de un saxofón, por favor.
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