Diez años encarcelado y todavía reza
arañando las paredes. Cada gota de sangre es una cuenta de su rosario. Con las
manos encallecidas abre un túnel a los ángeles para celebrar con ellos orgías
místicas en la celda, que usa como si fuera un santuario de orines. El recluso
de la celda catorce juega a las preguntas de trivial con un sicario del
narcotráfico, baraja el bien y el mal, y lo que gana en rabia lo pierde en
ganas de vivir. Un dado flota sobre las literas y sale un seis de fuego. Fuera,
los dragones trajeados que lo encarcelaron roban con sus mecanismos de
contabilidad creativa, e incendian el sistema ajenos a los perdedores. El preso
con fiebre visionaria no sabe si está en prisión o en un convento. Llama al
funcionario y le estrangula mientras eleva un responso.
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