En todos los países que se ha intentado aplicar el comunismo ha salido mal. En todas las ocasiones ha sido un desastre social, pero eso no quita que haya quienes se presenten voluntarios a encabezar el próximo ensayo, convencidos de que a la siguiente saldrá bien. Hay algo en la emotividad humana que le rapta la realidad, que le insta a tumbarla, a torcerle el brazo para demostrar la superioridad del pensamiento humano sobre ella. El hombre como personaje de ficción es sórdido, peligroso y da pena. Avancemos hacia atrás parece el eslogan de estos teóricos de la buena intención y la mala praxis. La incapacidad para realizarse como individuos en unas condiciones óptimas como nunca en la Historia han existido, demuestra que no es en el contexto donde tienen el problema. El miedo propicia la casta, el gremialismo, la fuerza del Estado para proteger a sus polluelos. Por suerte, acaba venciendo la movilidad entre estamentos sociales, acaba triunfando la libertad del individuo, su iniciativa, su dignidad frente al paternalismo de los poderes públicos, empecinados en capar al que sobresale. El comercio, la apertura, la creación continua de riqueza y novedad acaba empapando a todos los integrantes de una sociedad en mayor o menor medida. Es el reparto arbitrario de una riqueza el que anquilosa y evita el crecimiento, el que acaba desincentivando la creación y el riesgo emprendedor, y en poco tiempo es la miseria la que acaba penetrando el sistema. La miseria bien repartida, eso sí.
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