domingo, 27 de febrero de 2022

La danza del espacio infinito -80

 


Su trabajo consiste en salir temprano de casa a dar conversación a la panadera, al camarero, al frutero y a la farmacéutica. Después almuerza. Más tarde charlará con los jubilados de la calle, hará chistes verdes para solaz de las abuelas que buscan los remisos rayos de sol en la plaza recogida. Su tarea matinal se remata con el chiqueteo de vino blanco, donde departe con inmigrantes, jóvenes y trabajadores que buscan en el mediodía un rato de holganza. Soy de los pocos que valora su labor social, aglutinante del barrio. Y se lo agradezco con devoción. Su paciencia y su entrega a las relaciones interpersonales no tienen precio y por eso nadie se lo paga. De mundano y ligero también tenía fama Proust. Los prejuicios no me nublan la vista, y los juicios a posteriori tampoco. Este vecino del que hablo tiene nombre, pero sobre todo tiene apodo. Este vecino no escribe, su cultura es oral. Unos pocos escuchamos, observamos y escribimos como evangelistas del Mesías del barrio. Fuma tabaco de liar, y las calles se ponen grises, como los pensamientos de un funcionario, cuando por enfermedad no puede bajar a la calle. El Ayuntamiento no le pondrá una placa, ni puta falta que hace. Gracias a los anónimos está el futuro asegurado. Que lo disfruten las generaciones próximas.


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