lunes, 15 de agosto de 2022

La danza del espacio infinito -177

 


El vagabundo Roncero, el hombre que se viste de Santa Claus por Navidad, el tipo que arrastra el esqueleto de un carro de la compra con enseres atados con cuerdas, se ha quedado petrificado ante un pájaro que sin mostrar incomodidad alguna se ha posado en su bota derecha (inapropiada para las altas temperaturas del verano). El vagabundo Roncero tiene su oficina en un banco del parque. Allí recauda sus limosnas. El pájaro lo ha debido ver tan inmóvil, tan fiable, que picotea su desgastado calzado con tranquilidad antes de levantar el vuelo a ramas inalcanzables para los hombres. El vagabundo Roncero me explicó en cierta ocasión que no se sentía un fracasado, que solo se le daba mal el juego de vivir, que no tenía habilidad para manejar el mando del videojuego, pero que se sentía bien consigo mismo, que su corazón y su mente se articulaban con la honestidad de alguien digno. También me reveló que le faltaba arranque para batirse con su espada en busca de provisiones en un mundo al que no había cogido el truco. <<Nunca -confesó-, he sabido darle al César lo que es del César>>. A veces huele a muela picada. A veces es un espectro que me recuerda que debo vender mi alma al mundo si no quiero acabar como él.


No hay comentarios: