El cuerpo tumbado del ama de las llaves entró en estado de mínimo rendimiento. Su presencia se evidenció con una fuerza que no registran los sentidos sensoriales, tan obvia que todos los objetos de la sala, con la dirección del reloj de pared, se detuvieron a mirar: ni un crujido, ni un segundero, ni una luz desviada, ni una mota de polvo bailando. El espacio vacío se hizo importante, el espacio donde ocurren las historias ahora era el único protagonista, sin guión ni dirección. Es imposible que un cadáver logre mayor quietud. Ella, y todos los objetos que la rodeaban, descubrieron lo que ocurre en la vida cuando nada ocurre. Salió de ese estado cuando por alguna rendija de su cerebro se filtró el pensamiento miedoso de que podría perder la experiencia y que debía esforzarse por retenerla. Fue semejante a cuando te das cuenta de que estás teniendo un sueño maravilloso y quieres mantenerlo, pero claro, si te has dado cuenta es que ya no estás soñando. La mente es experta en patalear hasta que le hacen caso.
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